Artículo publicado en El Economista (07/11/2024)
Cada vez estoy más convencido de que la prosperidad futura no depende exclusivamente del acierto de las personas que toman las decisiones en el sector privado, y tampoco de los que asumen ese papel en el sector público.
Por supuesto son agentes clave, y es muy importante que tengan acierto en sus apuestas. Adam Smith ya intuyó hace 250 años que la iniciativa privada era un elemento clave para crear las condiciones en las que las naciones creasen riqueza. Y John Maynard Keynes acertó mucho en explicar el papel clave de las políticas públicas en tiempos de crisis (que los hay, inevitablemente). En Euskadi creo que vamos bien de estas dos cosas, por fortuna.
Sin embargo, si miramos más allá de las contribuciones de la empresa y las instituciones públicas, emerge otro protagonista esencial en la construcción de una prosperidad sostenible: la Sociedad Civil. La prosperidad de una sociedad no solo se mide por el crecimiento económico o por el avance de los sectores públicos y privados; también depende de la capacidad de los ciudadanos para organizarse, participar activamente y colaborar con su esfuerzo en la solución de los retos colectivos. La Sociedad Civil, en su diversidad y espontaneidad, es el tejido que une y da sentido a estos esfuerzos, agregando un valor difícil de cuantificar, pero indispensable para el bienestar y la cohesión social.
El reto de integrar a personas de diversos orígenes, culturas y trayectorias no es solo una cuestión de recursos o de políticas públicas; exige, sobre todo, una mentalidad abierta y una colaboración activa por parte de la sociedad. La inmigración puede ser una fuente de riqueza y diversidad, pero solo si las comunidades están dispuestas a reconocer y valorar el talento y las contribuciones de todos sus miembros. Aquí, la Sociedad Civil tiene un papel crucial, ya que son las organizaciones locales y las iniciativas ciudadanas las que pueden facilitar la inclusión, combatir los prejuicios y promover el entendimiento mutuo. Para construir una Europa realmente unida, necesitamos que la Sociedad Civil impulse una visión que no solo tolere, sino que valore y celebre la diversidad.
Además, la irrupción de las tecnologías exponenciales – como la inteligencia artificial o la automatización avanzada – plantea tanto oportunidades como riesgos. Por un lado, estas tecnologías tienen el potencial de transformar el trabajo y los servicios públicos, de hacerlos más eficientes y personalizados. Pero, por otro, generan incertidumbre y preocupación, especialmente entre los jóvenes, quienes deben adaptarse a un mercado laboral en constante cambio y que exige habilidades cada vez más especializadas.
La Sociedad Civil puede actuar como un puente entre el avance tecnológico y las necesidades humanas, promoviendo debates sobre ética, equidad y sostenibilidad y ofreciendo plataformas de aprendizaje accesibles y continuas para que todos puedan beneficiarse de esta revolución tecnológica. El recién nombrado Nobel Daron Acemoglu nos avisa: “El progreso tecnológico solo generará beneficios si nuestras instituciones y políticas están diseñadas para repartir estos beneficios de manera equitativa.”
Para que esta Europa sea realmente de y para los jóvenes, necesitamos transformar nuestra manera de entender el desarrollo, el empleo y la sostenibilidad. La Sociedad Civil tiene un papel esencial en esta transformación: las organizaciones, movimientos y asociaciones ciudadanas son quienes pueden, en última instancia, garantizar que los ideales europeos de solidaridad, equidad y progreso no queden solo en palabras. Son ellas las que pueden cuestionar las estructuras existentes, proponiendo nuevas formas de relación y promoviendo un cambio cultural profundo que inspire una Europa con visión de futuro. Amartya Sen es rotundo: “La sociedad civil es un complemento indispensable del mercado y del gobierno. A menudo proporciona la base para que los individuos actúen no solo como consumidores y ciudadanos, sino como miembros de una comunidad humana.”
Fortalecer la Sociedad Civil significa dotar a las personas y organizaciones de los recursos y el espacio necesarios para que puedan innovar, colaborar y cuestionar. Significa fomentar una ciudadanía activa, especialmente entre los jóvenes, que vea en Europa un proyecto propio, digno de sus esfuerzos y sacrificios. Implica, también, que aceptemos el reto de revisar, y en muchos casos de cambiar, la forma en que miramos nuestro futuro y nuestras prioridades colectivas.
Este esfuerzo por construir una Europa vibrante y orientada a las nuevas generaciones es un proceso en el que el éxito no se mide exclusivamente en términos económicos. Se mide en la capacidad de los jóvenes para asumir roles significativos en sus comunidades, en su libertad para imaginar y construir nuevas realidades, y en la cohesión de una sociedad que reconoce y valora la diversidad de sus voces. Frente a los desafíos de la inmigración y las tecnologías exponenciales, la Sociedad Civil es quien puede y debe asegurar que el futuro de Europa esté lleno de oportunidades y sea, en verdad, un espacio inclusivo y abierto al cambio.
Esto requiere esfuerzo, requiere el compromiso de muchas personas. Creo que es el momento oportuno, creo que lo necesitamos. Ya sé que no es popular pedir que nos esforcemos más. Más sencillo mirar a lo público, exigir a lo privado.
Pero de verdad creo que no hay otro camino.
Leave a Reply