Artículo publicado en El Correo (19/05/2025)

No es fácil encontrar un marco que sujete todas las piezas que se despliegan a través de políticas públicas si lo que se pretende es vender futuro. El discurso fatalista contra el presente es muy fácil de desmontar en Euskadi. Los jóvenes no se están yendo en masa a trabajar a Madrid; las casas no se okupan cuando vas a comprar el pan; los inmigrantes no se llevan nuestras ayudas públicas; los funcionarios públicos no son los que más cobran de Europa; la productividad de los trabajadores y trabajadoras sigue siendo de las más altas de las regiones europeas pese a todo lo que leas sobre nuestra conflictividad laboral y el absentismo. Nuestra realidad instantánea es más fácil de construir y defender que el marco de futuro hacia el que vamos.
La ciudadanía todavía no tiene sueños cuánticos, ni sabe que hay que estudiar para ser gestor de residuos, ni sabe la forma que tendrá la industria del futuro ni cómo aparecerán las viviendas accesibles para los jóvenes. Cuando se habla de reducción de la jornada laboral todavía no sabemos relacionarlo con el aumento de la natalidad, y los cuidados todavía no tienen el peso suficiente en nuestra identidad política para llevar a nuestra comunidad hacia ese pilar aspiracional. La democracia se sigue pensando en claves del pasado y la máxima ilusión es reforzar el muro contra la extrema derecha y abrir espacios de participación a una ciudadanía que no quiere participar, sino que los representantes hagan mejor su trabajo.
Las comunidades tienen que encontrar sus sueños compartidos y el mundo es menos soñable desde la gran recesión y la pandemia de la última década. Salud, seguridad y dinero. El amor, lo lírico o lo cultural e identitario quedan supeditados al deseo futurista de que al levantarnos siga existiendo la atención sanitaria que necesitamos, dinero en la cuenta corriente y la certeza de que ese día nos vamos a sentir seguros. La construcción de esa narrativa de la seguridad no va de prometer más policías en la calle. La seguridad la asociamos ya a que no nos roben o nos odien y ataquen en el espacio digital, a que se garantice la llegada y el acceso a los alimentos básicos, a que nos protejan de los desastres naturales provocados por el cambio climático o a defendernos ante amenazas reales en forma de pandemias o apagones.
Y aquí es donde es más difícil ilusionar a la ciudadanía a través de un liderazgo político proyectado al futuro. Si la ciudadanía sueña seguridad y la seguridad se ha vuelto un término polisémico que no se reduce al rearme, el proyecto político del futuro no puede obviar la generación de ese nuevo marco de seguridad de referencia y ese modelo propio de país que acierte con los ingredientes que construirán la identidad política vasca del futuro.
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