Consultoria e IA pueden aportar mucho valor, con una condición: quien se apoye en estas magníficas aliadas, siga pensando.
Fuente: Empresa XXI
Fecha de publicación: 01/07/25

He estado leyendo estos días “El gran engaño”, el nuevo libro de Mariana Mazzucato y Rosie Collington. Su tesis es directa: el uso abusivo de consultoras por parte de las Administraciones Públicas no solo resulta ineficiente, sino que debilita sus capacidades internas. Se externaliza la ejecución, sí, pero también la estrategia, el conocimiento, incluso la responsabilidad. Lo describen como la “infantilización del Estado”: el momento en que se pierde el hábito (y la musculatura) del pensamiento propio.
Empieza a ser también noticia en algunos medios que tal o cual Administración ha licitado tal o cuál plan o estrategia (algo que llevan haciendo todas ellas desde hace años sin que a nadie le pareciese noticiable, ahora se ha convertido en titular…). Encuentro cierto paralelismo entre estas ideas y la crítica que se repite entre los muchos que alertan de los peligros del uso de la inteligencia artificial. Si no la aprendemos a usar correctamente, las personas nos podemos acostumbrar a delegar incluso lo que deberíamos esforzarnos en entender, y podemos ir perdiendo también músculo intelectual (“la infantilización de las personas”).
La verdad, no estoy de acuerdo en que el peligro sean las consultoras o la IA. Seguro que no soy objetivo, porque gran parte de mi vida profesional he sido consultor, y ahora mismo lo soy a ratos también. Pero de verdad creo que ambas pueden aportar muchísimo valor. No solo lo creo, tengo pruebas, hablo desde la experiencia de muchos años de consultoría y unas cuantas horas de vuelo ya en compañía de la Inteligencia Artificial.
Solo exige una condición, y es que quien se apoye en estas magníficas aliadas, siga pensando, y lo haga con honestidad, con compromiso y con maestría. Cuando pensamos, cuestionamos, estructuramos, aprendemos, decidimos. Cuando pensamos, buscamos toda la ayuda posible de cómplices que nos sirvan para pensar mejor, más profundo, con más horizonte, con más contraste.
El peligro no son las empresas de consultoría, ni la IA. El único y verdadero peligro que amenaza la Humanidad desde el inicio de los tiempos son las personas que renuncian a pensar, o que no saben cómo hacerlo porque nadie las ha enseñado. En sus manos, los consultores, la IA pueden hacer mucho daño, sí…
Y sumado a este peligro, existe otro que prepara el camino. Cuando creamos organizaciones o sociedades en las que pensar se convierte en algo incómodo o perseguido. En tiempos de urgencia, se premia lo ejecutable, lo cuantificable, lo automatizable. Y pensar con pausa, con contexto, con matices puede parecer un lujo prescindible. Y en tiempos de polarización, quien piensa por libre en vez de seguir consignas de un bando, se convierte en sospechoso o directamente culpable.
Pensar bien puede ser, como decía Umberto Eco a través de Guillermo de Baskerville en “El nombre de la rosa”, la única forma de no dejarse arrastrar por las supersticiones de cada época. Por este motivo he decidido abrir una pequeña serie de artículos. En lugar de lanzar recetas, prefiero compartir reflexiones y referencias que a mí me ayudan a pensar mejor. Lo haré sin certezas absolutas, pero con una brújula clara: en estos tiempos inciertos, el pensamiento es la forma más honesta de resistencia.
Me acompañarán como siempre algunas historias de mis referentes favoritos. Xavier Marcet, con su defensa constante de un management humanista (“pensar es la trastienda del management”). Guillermo de Baskerville, que entre códices y crímenes entendió que la verdad solo emerge cuando hay método, humildad y preguntas bien formuladas. Sherlock Holmes, que representa la deducción fría y la atención a los detalles, pero también Irene Adler, la única que fue capaz de sorprender al sagaz detective con una mirada más allá del método. Y Borges, porque “pensar” también es aceptar que el universo puede tener más de un sentido y más de una salida.
Para abrir boca, una primera idea, aprendida de mi gran maestro Marcet: escribamos para pensar mejor. No solo porque escribir ordena ideas, sino porque nos obliga a confrontarlas con nosotros mismos. Un pensamiento vago sobrevive en una reunión o en una presentación apresurada. Pero si la pasamos a negro sobre blanco, la inconsistencia se revela…
¿Me ayudaréis a pensar, a escribir, por favor?
gdorronsoro@zabala.es
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