por Mariano García
Jubilado desde hace un par de años, y a punto de cumplir los 70, Andrés Ortiz-Osés ha regresado a Aragón antes de lo que esperaba. De la noche a la mañana cerraron la residencia diocesana de Bilbao, donde vivía, y la
alternativa que le ofrecieron era un incordio. Por increíble que parezca,
uno de los filósofos españoles de mayor proyección internacional acabó
durmiendo en un pasillo para huir del ruido de su habitación. Se refugió
luego en un colegio mayor. «Estaba de maravilla pero, ¿que hacía allí con
chavales de 20 años?», se pregunta. Así que cogió su ordenador y viajó hasta
Zaragoza. «Vengo a morirme bajo el manto de la Virgen del Pilar», asegura
sin un ápice de emoción en la voz. Vive en el Seminario de San Carlos, donde
trabaja en su próximo libro, ‘El dolor de ser hombre’. En su conversación,
como siempre, hilvana aforismos y salta de un tema a otro con rapidez
vertiginosa.
¿Qué tal el regreso?
Muy bien, estoy reencontrándome con mi familia, con mis amigos… He pasado
de los saberes de mi estancia en el País Vasco, vinculado a la Universidad
de Deusto, a los sabores de Aragón; he pasado de la cierta cerrazón a la
franquicia, del Cantábrico al Mediterráneo, de una melopea vasca a recuperar
mi origen aragonés…
Así que encuentra muchas diferencias…
Claro. El tipo aragonés es contrastado; el vasco, contristado. El aragonés
es duro por fuera y blando por dentro; el vasco es al revés. Aragón tiene
más corazón, y yo lo estoy redescubriendo. ¡Tengo tal cúmulo de
sensaciones…! Voy a cumplir 70 años y aquí, en Zaragoza, voy a tratar de
hacer de puente viejo, de mediador entre derecha e izquierda.
Usted ha reflexionado mucho sobre lo vasco. A veces, con polémica, como
cuando dijo que el nacionalismo era en realidad un ‘nazi onanismo’.
Aragón…
El aragonés es más anarcoide e individualista que el vasco, que es bastante
más grupal, lo que es bueno y malo a la vez. A mi me gustaría que los
aragoneses estuviéramos mucho más unidos. Pero veo una gran división entre
la derecha, que corre el peligro de convertirse en derechona, y la
izquierda, que puede llegar a ser izquierdona. Gracián, al que deberíamos
seguir mucho más, aboga por la intermediación de contrarios. Necesitamos
símbolos compartidos, no partidos, como los tenemos ahora. Aragón tiene un
toque exagerado, casi extremista, y eso nos lleva a una cierta disgregación.
También sufrimos cierto complejo de inferioridad, ¿no?
Porque somos inferiores en algunas cosas, como en número de habitantes, o
porque hemos perdido el esplendor de la Corona. Pero Aragón es el corazón de
España, no nos podemos aislar. Gracián, vuelvo a él de nuevo, decía que el
aragonés es un desengañado, un desencantado. Esa es una gran filosofía de
vida. Porque el desengaño surge cuando uno pierde o se despoja del engaño en
que uno vive.
En cierto sentido, la crisis que ahora vivimos es también un desengaño.
La crisis es mundial, y no solo económica, también es científica,
religiosa… Esto ha roto todos nuestros cobijos tradicionales… El origen
de la crisis ha sido el optimismo, en parte ilustrado, y en parte avariento.
No hemos tenido en cuenta la vejez, la finitud de todo, incluida la vida. Y
no lo seguimos teniendo en cuenta, pese a que, de repente, hemos descubierto
que el universo es desasosegante, y que el hombre, en él, apenas es una
mosca, una pulga. De repente, han aparecido el azar y el caos en nuestras
vidas.
Siempre han estado ahí.
Claro. Pero hay que volver a repensar la realidad que es, a la vez,
matemática y caótica. Y no hay ninguna contradicción en ello, porque todo es
así: el hombre avanza retrocediendo. La vida se proyecta a costa de la
muerte, vivimos a costa de ir muriendo un poco cada día. Pagamos la vida con
la muerte, el amor con el desamor… todo tiene su precio. La nuestra ha
sido una visión desmesuradamente optimista de la vida. Pensábamos que todo
era posible, que éramos eternos, que podíamos curarlo todo y ser felices. Y
de repente… hemos caído en la realidad. Y hemos comprobado que es
eucatastrófica, una catástrofe organizada.
¿Qué hay que hacer para salir de la crisis?
Todo el mundo cree que lo que ha fallado es la ética, el bien, la bondad…
Pero yo creo que los fallos vienen del bando contrario, del mal, que no lo
hemos asumido. No debemos aspirar a hacer el bien en abstracto, sino a arreglar el mal.
Ha fallado la austeridad, la sencillez, la humildad. Hay que reivindicar el
regreso a una vida sencilla, estoica y epicúrea a la vez. Los estoicos
predicaban la contención; los epicúreos, la ‘contentación’, la satisfacción
con lo que uno tiene y es.
Usted es el ‘padre’ de la hermenéutica simbólica. ¿Cómo explicaría a un
profano ese término, esa filosofía?
La hermenéutica habla de la Verdad humana y de su sentido. Busca siempre ir
más allá de lo aparente. Por ejemplo, ¿es verdad que ahora es de día? Pues
sí, pero a la hermenéutica no le sirve esa respuesta, ya que en nuestras
antípodas es de noche. Así que lo que busca es responder a otra pregunta:
¿qué sentido tiene que ahora sea de día aquí? Y es que no somos ‘homo
sapiens’; eso es algo presuntuoso por nuestra parte. Somos, en realidad,
‘homo incipiens’, porque no sabemos más que cuatro cosas mal contadas. Y nos
estamos endiosando, atontando… Pobre del que crea que sabe algo, porque no
sabemos nada. Estamos perdiendo el sentido de la vida por nuestra
arrogancia. Y por nuestra cerrazón.
Está trabajando en su próximo libro, ‘El dolor de ser hombre’. Vaya título
pesimista.
Bueno, lo que ocurre es que, para poder ser optimista, hace falta ser
pesimista. Ese dolor, asumido, da placer, equilibrio, placidez. No hay que
huir de ese dolor, sino abrirse a él. Lutero decía que el mal moral, el
pecado, consiste en cerrarse en uno mismo, en no abrirse al otro. Y tenía
razón. Hay que hacer una vida, una política, una cultura abiertas… En este
momento de crisis, España necesita abrirse más a Europa. En el franquismo,
nuestro contexto era africano; en la democracia, es europeo. Y Europa
significa más trabajo, más reglamentación, vivir más solidariamente…
El libro estará lleno de aforismos, porque es su forma de hacer filosofía.
Por cierto, el filósofo, ¿nace, o se hace?
Nace. Hay algo genético, algo natural. Recuerdo que desde muy niño yo
conversaba con mi madre sobre la vida y la muerte, que es el eje sobre el
que gira el mundo, y seguro que eso explica todo lo que he sido después. Lo
bueno de los aforismos es que lo ‘rompen’ todo, que ‘llegan’ al lector. Y
eso para mi es muy importante, porque mis libros no han ‘llegado’ como a mi
me hubiera gustado.
El fundador de la hermenéutica simbólica
Nacido en Tardienta en 1943, Andrés Ortiz-Osés es una de las voces más
personales de la filosofía contemporánea. Estudió Teología en Comillas y
Filosofía en Roma. Asegura que ha tenido «dos grandes suertes en la vida:
estudiar en Innsbruck y dar clases en Deusto».
Ha colaborado con el Círculo de Eranos, inspirado por Jung, y del que han
formado parte intelectuales como Karl Kerenyi o Mircea Eliade. Está
considerado el fundador de la hermenéutica simbólica.
Aunque ha sido profesor en las universidades de Zaragoza y Salamanca, es en
Deusto, donde ha ejercido como catedrático de Filosofía, el lugar en el que
ha desarrollado la mayor parte de su labor didáctica. Su estancia allí la ha
aprovechado para reflexionar sobre la mitología vasca.
Ha publicado una treintena de libros, entre los que destacan ‘Antropología
hermenéutica’, ‘El matriarcalismo vasco’, ‘Metafísica del sentido’, ‘La
herida romántica’, ‘Las claves simbólicas de nuestra cultura’ y
‘Antropología simbólica vasca’.