Autora:Arantza Echaniz Barrondo, profesora de ética, doctora en Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Deusto.
Hace ya un tiempo una amiga me habló sobre una serie basada en una novela distópica y recientemente me he animado a verla. Al buscar la palabra distopía en la Real Academia de la Lengua aparece: «Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana».
El cuento de la criada me está resultando tan inquietante como interesante. Despierta en mi rechazo, desagrado, incomodidad, indignación, curiosidad y otras muchas emociones entre las que destaca el desasosiego… ¿Podría llegar a ser algo más que una representación ficticia?
Se narra la vida en la República de Gilead, anteriormente Estados Unidos, que está bajo un gobierno totalitario de inspiración religiosa. Es una sociedad muy clasista y en la que apenas hay niños y niñas. Los estratos están muy diferenciados en sus funciones y normas y tienen un código de vestimenta.
Están las criadas, mujeres fértiles que se asignan a las familias de clase alta para que los comandantes, altos cargos del gobierno, las fecunden bajo la connivencia de las esposas; las marthas son las que se ocupan de las tareas domésticas; las tías son quienes adoctrinan a las criadas y se encargan de supervisarlas; los ojos, hombres que espían por encargo del gobierno; los cazadores; las Jezabel, prostitutas que atienden a las élites en locales clandestinos.
Las criadas pierden su nombre y adoptan el de su comandante (Defred, Dewarren, etc.); el nombre cambia cuando cambian de casa. El orden se mantiene por medio de la fuerza y el miedo. Las calles están militarizadas y contravenir las normas se castiga físicamente, incluso con la muerte. Las personas que se oponen al régimen son colgadas públicamente.
Los derechos humanos de las mujeres
En la serie se pone de manifiesto claramente algo que ya sabía, la fragilidad de los derechos humanos y más los de las mujeres y otros grupos históricamente excluidos y discriminados. Soy consciente de que, a pesar de ser mujer, hablo desde el privilegio: blanca, europea, doctora en empresariales, profesora universitaria, propietaria, independiente económicamente, con una red relaciones y contactos importante, etc. Y desde ahí, voy a compartir algunas de las llamadas e impactos que he recibido al ver la serie.
Hay una imagen que es de una extrema dureza y que me remueve completamente. Los días del mes en los que las criadas son fértiles se produce a diario la ceremonia. Se reúnen todas las personas de la casa; el comandante saca una Biblia y lee el siguiente fragmento:
Al ver que no podía dar hijos a Jacob, Raquel tuvo envidia de su hermana, y dijo a su marido: «Dame hijos, porque si no, me muero». Pero Jacob, indignado, le respondió: «¿Acaso yo puedo hacer las veces de Dios, que te impide ser madre?». Ella añadió: «Aquí tienes a mi esclava Bilhá. Únete a ella, y que dé a luz sobre mis rodillas. Por medio de ella, también yo voy a tener hijos». Génesis 30: 1-3.
A continuación, el comandante, la esposa y la criada se dirigen al dormitorio. La esposa se sienta en la cama. La criada se tumba en la cama con los pies apoyados en el suelo y la cabeza en el regazo de la esposa, quien le sujeta las manos. El comandante de pie procede a intentar fecundar a la criada, lo que no deja de ser una violación ritualizada. El ambiente, la tensión, las emociones reprimidas no dejan indiferente. Más si se tienen presentes los datos sobre la violencia contra mujeres y niñas (véase ONU Mujeres).
La sociedad no vio venir los cambios
En la serie se van sucediendo escenas del presente y del pasado. Defred, la protagonista, que es la criada de los Waterford, en un momento alude a la fábula de La rana y el agua hirviendo para señalar que la sociedad no vio venir los cambios que se avecinaban. Tampoco la señora Waterford que ayudó a su marido a redactar las nuevas leyes de Gilead y se ve relegada a esposa sin posibilidad de hacer escuchar su voz y esperando a que «se obre el milagro» y su criada le dé descendencia. Su frustración y desesperación la descarga con crueldad en Defred.
Una sociedad no puede presenciar impasible el recorte de derechos y libertades porque puede suceder que todo lo conquistado con el esfuerzo, la lucha e incluso la vida de muchas personas se desplome y tenga una difícil y dolorosa vuelta atrás.
Hay varias preguntas que me han ido surgiendo ¿Cabe ser feliz en una sociedad totalitaria? ¿Se puede disfrutar viendo la desigualdad arbitraria y el miedo institucionalizado que conduce irremediablemente a la corrupción? Probablemente habrá personas que confundan privilegios con méritos (invito a leer esta entrevista a Michael Sandel sobre la meritocracia) y quien permanezca impasible ante el sufrimiento otro ser humano, o puede que ni siquiera reconozca a ese otro como un ser con dignidad.
Esperanza de cambio
No obstante, me niego a creer que sea posible doblegar por completo la voluntad de todo ser humano. Mientras quede un atisbo de consciencia de la dignidad, mientras no nos dejemos adormecer por la indolencia o la resignación hay esperanza de rebelión y cambio.
No quiero acabar sin hacer una alusión al tema elegido por Onu Mujeres para el Día Internacional de la Mujer 2021: «Mujeres líderes: Por un futuro igualitario en el mundo de la Covid-19». Nos encontramos en un momento histórico en el que muchas seguridades se han visto tambaleadas y se «ha puesto de relieve tanto la importancia fundamental de las contribuciones de las mujeres como las cargas desproporcionadas que soportan«. Ojalá sepamos estar a la altura de la historia como humanidad y seamos capaces de crear unas condiciones que hagan imposible que una distopía como la comentada se haga realidad y hagamos del mundo un lugar mejor para todas las personas.