COVID-19: La igualdad de género

En España, los datos sobre la pandemia del Covid-19 demuestran que, en caso de contagio, los hombres tienen cuadros clínicos que inciden en una mayor probabilidad de hospitalización, de entrar en una Unidad de Cuidados Intensivos y de morir que las mujeres. Por cada dos varones fallecidos, sólo una mujer lo hace.

Los expertos sostienen que esto puede obedecer a una multiplicidad de factores, desde la mayor proporción de hombres entre los grupos de riesgo -por sufrir patologías previas o enfermedades crónicas- hasta la capacidad de los estrógenos para proteger a las mujeres. Ya se han puesto en marcha investigaciones con el fin de demostrar el grado de plausibilidad de diferentes hipótesis.

Si la enfermedad adquiere matices en función del sexo de quien la padece, las consecuencias económicas y psicosociales de la misma y del confinamiento exigido para aminorar su impacto sobre redes sanitarias colapsadas, también muestran asimetrías. Todos los países no viven la misma situación ni la enfrentan de idéntica manera en un escenario global crecientemente desigual, pero se advierten ciertas tendencias similares.

Uno de los sistemas sanitarios más feminizados

En el ámbito sanitario mundial, la mayoría de quienes están luchando en primera línea contra el virus y arriesgando sus vidas (médicos, enfermeras, auxiliares, psicólogas, farmacéuticas, personal de limpieza, etc.) son mujeres, pero, con frecuencia, no son las que deciden. Parafraseando a la Organización Mundial de la Salud, las mujeres “proporcionan salud global y los hombres la lideran”.

Sin embargo, hay diferencias significativas por países y regiones. España tiene uno de los sistemas sanitarios más feminizados de Europa: casi el 80% de sus profesionales son mujeres y el 45% de la población tiene consejerías autonómicas de sanidad o salud bajo un mando femenino. Pero el porcentaje de mujeres gerentes de hospitales públicos ronda el 25% y el de máximas directivas de la industria farmacéutica el 21%.

Al margen del liderazgo, aún queda camino por recorrer para que las políticas sanitarias adopten una perspectiva de género que permita atender adecuadamente las necesidades específicas de hombres y mujeres.

Por otro lado, esta crisis ha puesto de manifiesto la especial importancia de los cuidados en la dura fase del confinamiento, tanto de menores (agravada por el imprescindible cierre de los centros educativos) como de personas mayores y de las tareas domésticas.

Dicho trabajo, fundamental en su doble dimensión material y afectiva para el sostenimiento de la vida (ahora se ha visto con toda claridad), ha estado siempre feminizado y, remunerado o no, semejante atributo ha implicado invisibilización e infravaloración. Habrá que ver en qué medida el confinamiento está contribuyendo a su revalorización y a la perpetuación o al cambio de roles entre hombres y mujeres.

Precariedad laboral y violencia machista

En general, son las mujeres -en especial las inmigrantes– las que encarnan los rostros de la precariedad laboral, con una presencia abrumadora en trabajos sin contrato o con contratos temporales y a tiempo parcial en sectores muy afectados por la crisis del Covid-19 y sueldos o pensiones de miseria.

Además, bajo el paraguas del confinamiento, las mujeres están sobreexpuestas a la violencia machista. Hace unos días, el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, subrayaba que “muchas mujeres bajo el encierro del Covid-19 enfrentan violencia donde deberían estar más seguras: sus propios hogares”.

Por desgracia, los datos así lo confirman. Y el lucrativo negocio de la prostitución y de la trata sigue al orden del día: se cierran los clubs, pero los consumidores de placer sexual continúan satisfaciendo su demanda en sus propias casas o acudiendo a las de las mujeres prostituidas, las más vulnerables entre las vulnerables.

En caso de no hacerse todo lo posible por invertir tales tendencias, potenciando políticas que tengan en cuenta las distintas posiciones sociales y demandas de las mujeres, estas se enfrentan a un futuro marcado por el desempleo y serias dificultades para una subsistencia digna y en libertad.

Priorizar una agenda de género

Tras semanas de silencio, la Unión Europea demanda a sus países miembros que apliquen enfoques de género coherentes con las diferencias en las formas en que la crisis está afectando a hombres y mujeres. Si queremos utilizar una terapia que, más allá de eslóganes políticos y campañas de marketing o remedios parciales, no deje a nadie atrás, se impone el imperativo de priorizar una agenda de género en el tratamiento de la crisis y, por tanto, en el diseño, implementación y evaluación de los acuerdos multinivel por la reconstrucción económica y social.

No puede ser que, de nuevo, como ha ocurrido en crisis anteriores, la igualdad de género quede aplazada. Su defensa, tanto en términos de protagonismo por parte de las mujeres en el ejercicio de responsabilidades como de políticas que respondan a las necesidades de diferentes tipos de mujeres, no es un lujo que solo se pueden permitir los países ricos en periodos de expansión económica (y del que, por tanto, se puede y se debe prescindir en contextos recesivos), sino un imperativo de justicia y de supervivencia para todo el planeta. De lo contrario, ¿qué sentido tiene el objetivo nº5 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible?