Fraternidad política

Aliviar el horror y el miedo que triunfan en los discursos catastrofistas asociados a la crisis ambiental y social, agudizada por la pandemia, requiere de grandes dosis de creatividad, pero sobre todo de esperanza. Necesita de relatos que dibujen otros futuros distintos y posibles, que aporten miradas alternativas sobre lo que está pasando, lo que nos está pasando y lo que pasa a otras personas.

La pandemia nos ha enfrentado a los límites de la mirada de la modernidad y su ficción de la autonomía y la emancipación. Mirar la realidad desde la vulnerabilidad que compartimos como especie en este planeta es requisito para acoger la vida tal como es, y construir desde ahí modos nuevos de convivir.

Tomar conciencia de esa vulnerabilidad es una experiencia que puede ser transformadora. Nos permite conectar con el sufrimiento de quienes quedan fuera del sistema, porque compartimos su fragilidad, podríamos estar en su lugar. Conectar afectivamente ayuda a vislumbrar las posibilidades que emergen en la realidad y a comprometerse en la búsqueda de soluciones que las hagan viables.

Dicho de otro modo, desde la experiencia personal y colectiva de vulnerabilidad podemos transformarnos en optimistas comprometidas con otra sociedad y otro mundo posible. En benditas y benditos intranquilos, como diría Paul Hawken, que bebiendo de distintas fuentes se suman a un movimiento global, deslocalizado y comprometido con la justicia social y ambiental. Fuentes que nacen de las culturas indígenas, las distintas tradiciones religiosas o experiencias personales que impulsan miles de organizaciones, asociaciones e iniciativas en todo el planeta. Propuestas que aportan alternativas para repensar nuestra convivencia como humanidad y nuestras relaciones con el medio ambiente.

El cuidado en el centro de lo público

La idea del parentesco, de la comunidad, de la simbiosis entre el planeta y todo lo que en él vive está presente en muchas de esas fuentes, como las culturas indígenas, con su Pachamama (diosa madre tierra) o las grandes tradiciones religiosas.

El Papa Francisco reivindica la necesidad de aportar la experiencia de la fraternidad cristiana al debate social sobre nuestro futuro en el planeta en su reciente encíclica Frateli Tutti. La fraternidad en la tradición cristiana es una experiencia construida en torno a una comunidad de personas vulnerables vinculada por filiación a una Madre-Padre que cuida y genera prácticas igualitarias basadas en el servicio.

La invitación es a acoger nuestra inter y eco dependencia y, como comunidad vinculada por filiación, construir la política desde las víctimas del actual sistema. Asumir la exigencia ética que nos plantea su vulnerabilidad para movilizar nuestra respuesta personal y colectiva poniendo el cuidado en el centro de lo público. De ahí la importancia de cultivar experiencias de vulnerabilidad y cuidado, de comunidad y fraternidad, que permitan aprender otros modos de ser y relacionarnos.

El cambio en las organizaciones

Experiencias que no miran a los sujetos vulnerables (incluido el planeta) como extraños, sino como parte de la comunidad. Si el futuro al que aspiramos es ser una comunidad de hermanas y hermanos igualmente vulnerables, con una cultura que afirma la vida y se compromete con el cuidado mutuo, ¿qué cambia en nuestras comunidades, en nuestras organizaciones, en nuestras empresas y en nuestra vida social para hacerlo posible?

Cada persona, cada grupo, cada comunidad, tendrá que buscar espacios en los que cultivar esas experiencias. La creatividad presente en gran variedad de movimientos, asociaciones, iglesias o personas ayudará a alimentar propuestas que permitan incorporar esta experiencia.

En este sentido, me parece inspiradora la reflexión que hace Jennifer Nedelski sobre el aprendizaje comunitario de asumir corresponsablemente las tareas de producción y cuidado en nuestras sociedades. En su manifiesto, propone romper la separación entre producción y cuidado proponiendo que toda persona participe con un porcentaje igual de su tiempo en labores de cuidado personal, de otras personas o del planeta.

La división entre política y cuidado

Toda persona, incluidas quienes gobiernan o tienen grandes responsabilidades sociales y económicas, para romper así la división entre la política y el cuidado, entre lo público y lo privado. Su reflexión es que cuidar es una experiencia esencial no solo para valorar el cuidado, también para aprender que el mayor ejercicio de libertad es decidir cómo nutrir y desarrollar las relaciones que importan y que nos construyen personal y socialmente.

Quizá pensar en cambiar el orden social se antoja demasiado amplio e inalcanzable. Pero podemos empezar por nuestras familias, nuestras comunidades de pertenencia o nuestras organizaciones y empresas. Pensar en hacer de ellas lugares que afirman la vida y atienden de forma igualitaria la producción y el cuidado, lugares en los que se cultiva un estilo de vida que acoge la inter y la eco dependencia.

Rescato algunas de las virtudes[1] que propone Fratelli Tutti y que podrían convertirse en hábitos en todos esos espacios: la sobriedad, tan necesaria hoy para el cuidado de la naturaleza y la vida en la tierra, la dialogalidad que permite fortalecer la democracia y dar voz política a tradiciones y culturas que aportan nuevas miradas al futuro, o la amabilidad que “cuando se hace cultura en una sociedad (…) facilita la búsqueda de consensos y abre caminos”[2] para buscar alternativas que afirmen la vida, que posibiliten una presencia humana ambientalmente sostenible, espiritualmente satisfactoria y socialmente justa.


[1] Fratelli Tutti, nº 91

[2] Fratelli Tutti, nº 224