La justicia (y su reverso, la injusticia) es y ha sido siempre una cuestión equívoca en lo referente a su contenido y la forma en la que es aplicada. Se puede afirmar que uno de los intentos de acabar con la equivocidad de esta cuestión es la implementación de lo que ha venido conocer como estado de bienestar. A grandes rasgos, su concepción de justicia es la que usualmente se ha denominado justicia distributiva. Dicha concepción entendía que un orden social justo era aquel que distribuía de forma justa los bienes sociales y materiales y el acceso a los mismos. En este sentido, la justicia consistía en responder a una simple pregunta, la de cómo distribuir de forma equitativa una serie de recursos y el acceso a unos servicios sociales esenciales de forma que las desigualdades socioeconómicas decreciesen o incluso fuesen eliminadas. Evidentemente, aquí habría que añadir que lo que se ha venido llamando la “cuestión social” no provenía exclusivamente de una repentina generosidad estatal, sino también de otras razones más estratégicas relacionadas con el trasfondo geopolítico de la Guerra Fría.

Con todo, tras la caída del bloque soviético y, especialmente, con la exacerbación de los procesos de globalización, aparece una nueva significación de lo que debería ser un orden social justo. Desde lo que se ha denominado el giro culturalista, diversos grupos sociales han puesto sobre la mesa la cuestión del reconocimiento como una dimensión ineludible de la justicia. Así, recientemente tanto distribución como reconocimiento han formado parte de, parafraseando la conocida frase del filósofo alemán Rainer Forst, una imagen de la justicia.

Sin embargo, tal como hace Forst en ese ensayo donde plantea la existencia de dos imágenes de la justicia, es necesario contraponer esa imagen con otra que realmente ahonde sobre lo que constituye el objeto determinante sobre el que recae la justicia: la injusticia. Haciéndolo, uno se puede dar cuenta de que la injustica, la dominación que la causa y el sufrimiento que produce tienen múltiples formas que trascienden los tratamientos convencionales de esta cuestión. Así, todo abordaje de lo que es la injusticia debe considerar estas cuestiones. Consecuentemente, esto hace que se planteen formas alternativas bajo las que la injusticia puede aparecer.

Una de estas formas es la que generalmente se ha llamado injustica epistémica o cognitiva. ¿A qué nos referimos con esto? En un primer momento, la injusticia epistémica puede relacionarse con las condiciones de desarrollo históricas y actuales de la ciencia moderna. En otras palabras, este tipo de injusticia buscaría un abordaje ético y político de un fenómeno histórico, social, cultural e incluso económico de lo que llamamos ciencia. Aquí confluirían cuestiones relacionadas con cómo se redistribuye el conocimiento en la sociedad, quién lo produce y en qué condiciones y con qué objetivos se produce.

Pero este tipo de injusticia también está relacionada con aspectos, se podría decir, más cotidianos del conocimiento. Pensemos, por ejemplo, en una fuente conocimiento presente en nuestro día a día como podría ser el testimonio o la justificación. Evaluado desde la injusticia epistémica, ambas son formas de información que potencialmente pueden constituir una forma conocimiento sobre una situación injusta o de sufrimiento. De hecho, se puede afirmar que estas constituyen la primera aproximación hacia una situación injusta: el hecho de que la persona sufriente articule un testimonio sobre la situación que está viviendo, o incluso otros tipos de actos no-verbales como el grito o el silencio. Debido a esto, la injusticia epistémica como fenómeno puede ser difícilmente rastreable.

Por ello, se puede observar que la injusticia epistémica está muy relacionada con las dimensiones distribución y reconocimiento que se han mencionado al principio. Por un lado, la distribución del conocimiento plantea una cuestión ético-política de primer orden que pone sobre la mesa las formas históricas en las que se ha hecho ciencia y la actual distribución de ésta de forma que pueda plantearse como un recurso emancipatorio, por ejemplo, a través de un igual acceso a la educación o el control sobre la propia información individual. Por otro lado, el aspecto cotidiano del conocimiento plantea de fondo cuestiones relacionadas con el reconocimiento de situaciones de injusticia denunciadas a través de prácticas testimoniales o justificadoras. Aquí el problema no reside solo en una falta concreta de reconocimiento, sino también en aquello que afecta a la reproducción de la identidad personal, social o cultural.

En función de lo dicho, se puede deducir que la injusticia epistémica constituye una dimensión ética y política fundamental dentro de las sociedades modernas contemporáneas. Sintéticamente se define como la existencia de situaciones de desigualdad y/o exclusiones referentes a la distribución, producción y reproducción social del conocimiento. Además, se relaciona con el reconocimiento de situaciones de injusticia que se basan en los testimonios aportados por los sujetos sufrientes y a las justificaciones realizadas para que dicha situación sea objeto de medidas y soluciones éticas y políticas inmediatas.

Por Mario García Roche