Artículo publicado en Empresa XXI (01/10/2022)
Me parecen buenas noticias que la Reindustrialización y la Innovación estén por fin asumiendo el protagonismo en la conversación económica. Cada vez más, se va interiorizando que para crear más y mejores empleos, la industria es el motor más adecuado, y también que no podremos atraer y retener inversiones industriales si no apostamos con decisión por la innovación.
En medio de esta conversación, voy leyendo ya varios artículos señalando la importancia de impulsar la Innovación, y no como un apéndice de la Ciencia y la Tecnología, sino como un fin en sí mismo.
Ya sabéis que el término I+D+i se construyó sumando una «i minúscula» al acrónimo anterior (I+D, que utilizaba la I mayúscula para referirse a la Investigación). Por eso, señalan también, con acierto, que la innovación no es un resultado lineal de la inversión en I+D, sino que puede proceder de otras muchas fuentes, y que incluso cuando procede de la Ciencia, lo hace por caminos habitualmente no lineales (como sugieren las famosas siglas).
Concluyen estas reflexiones pidiendo que la Innovación tenga su propio ámbito de políticas, vinculadas a la reindustrialización, y no a la Ciencia y la Tecnología (en muchos casos con lobbies poderosos que acaban desviando las ayudas de Innovación para engordar un sistema científico-tecnológico ineficiente). Señalan que lo que es realmente importante es apostar por la Innovación impulsada desde el sector privado en ecosistemas locales, y no por la Ciencia y la Tecnología que normalmente se construye con una lógica público-privada y en un ámbito más global.
Entiendo esta reacción, y me parece en gran medida acertada, coincido punto por punto con la mayor parte de los artículos que he ido leyendo, apuntando en esta dirección. Yo también creo en la prioridad absoluta que tenemos como país de que las empresas apuesten por la innovación. Solo así convertiremos el conocimiento en prosperidad, en empleo. Sin embargo, hay dos matices que yo señalaría, que me parecen relevantes.
La materia prima de la innovación son las ideas. Y aunque es cierto que las ideas no son patrimonio exclusivo de la Ciencia, lo cierto es que muchas de las grandes innovaciones han nacido de avances en la investigación básica. Un ecosistema de innovación que no tenga columnas firmes en el conocimiento, en la tecnología, será un ecosistema menos dinámico, menos avanzado.
Y aunque estoy de acuerdo que en la necesidad de reforzar la Innovación en nuestras empresas, estoy convencido de que necesitamos también dar un impulso a nuestro sistema científico-tecnológico, que necesita más recursos y más equipos orientados a las necesidades de las empresas (la transferencia es la gran asignatura pendiente de nuestras Universidades, de nuestros Centros de Investigación).
Más Innovación, sin duda. Más Ciencia y Tecnología, más orientada a la empresa, también,
El segundo matiz tiene que ver con la Innovación en el sistema público. Me parece genial poner el acento en la innovación en la empresa. Pero no podemos abandonar por imposible la innovación en las administraciones públicas, y en la colaboración público-privada.
Vamos a asistir en los próximos años a un deterioro de la capacidad de financiación de las Administraciones Públicas, que tiene que afrontar dos décadas de pirámides demográficas invertidas. La jubilación del baby-boom, acompañada de las cohortes jóvenes más estrechas de nuestra historia, va a tensionar los recursos públicos (gasto en pensiones, gasto en sanidad, gasto en atención a situaciones de dependencia…).
Solo hay una manera de cuadrar las cuentas, y es innovando en estos servicios públicos básicos. Si seguimos haciendo lo mismo (básicamente, recurriendo al endeudamiento), antes o después veremos que esa estrategia tiene límites afilados.
Así que más Innovación en la empresa, sí. Más Innovación en los Gobiernos, en las políticas, también.
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