Artículo publicado en Deia (30/10/2022)
Solamente uno de cada diez escolares de los países miembros de la OCDE son capaces de distinguir hechos de opiniones. Es un dato que se puede encontrar en un estudio de la Universidad de Oxford titulado Industrialized Disinformation. Es decir, cómo la desinformación ha vivido su propio proceso de industrialización. Solo en 2020, sabemos que hasta en 81 países se utilizaron estrategias diseñadas y dirigidas de desinformación. Lo articulan con bots –programas informáticos– que han sido entrenados para generar noticias virales, que generan crispación y controversia.
Se trata de bots que desvían la atención a los temas que al gobierno de turno le interesa. La desestabilización y la creación de un ruido continuado ayuda mucho en lo que los analistas llaman las guerras de influencia. ¿Qué solución existe? No es fácil, y las soluciones que se suelen plantear, no tienen impacto rápido. Y es que es difícil cambiar algo cuando toda solución se plantea alrededor de la educación y la toma de conciencia, que son caminos de largo plazo y que desgastan mucho. Un estudio de la propia OCDE venía a exponer cómo no somos la generación mejor informada, si no la que tiene más información a su disposición, que no es lo mismo. La preparación de los jóvenes para detectar noticias falsas va cayendo año a año.
Es interesante por ello tratar de entender cómo se informa y lee la sociedad actual. Para ello, vamos a usar el informe Digital News Report que anualmente publica Reuters Institute. Se trata de un informe que, entre múltiples cuestiones, relata los hábitos de lectura de la sociedad. En 2022, uno de los aspectos que más me ha llamado la atención es que algo más de un tercio dice que leer noticias le afecta a su estado de ánimo. Esto hace que las eviten leer, para así no tener discusiones con su entorno. Otro informe de Gallup dice que el año 2021 fue nuestro récord en la serie en cuanto a sentimientos y emociones negativas. No estamos para más sustos emocionales. Por ello, el interés por las noticias que no les aporte felicidad, está cayendo. Parece evidente una fatiga derivada de la pandemia; veníamos de una serie estable. Un 43% dice que hay un exceso de noticias: y en ese exceso, un exceso de covid-19 y de política.
JUVENTUD En cuanto a las generaciones más jóvenes, se acentúa el tiempo de lectura de noticias en redes sociales, con los evidentes problemas que esto tiene. Por último, sube mucho el tiempo de consumo de podcast para estar informado, especialmente en algunos países, como es el caso de España.
Un informe de Northwestern University expone cómo en EE.UU. cierran dos periódicos de media a la semana. Se calcula que el 7% de los condados del país no tienen un medio local y un 20% está en riesgo de quedarse sin su medio local. Sabemos que cuando una sociedad local no tiene conocimiento ni información sobre lo que ocurre en su entorno, la pobreza aumenta y los servicios públicos se vuelven más ineficientes. No hay “vigilancia” de lo que ocurre, por lo que todo se vuelve más opaco.
No podemos vivir sin estar informados, pero a la par diferentes factores coyunturales y estructurales nos están llevando a sufrir un desapego con la información. ¿Serán los podcast una vía de salida? ¿Otros estilos de nuevas narrativas en redes sociales audiovisuales? ¿Hacer algún plan de estado para alertar de los problemas que tiene la falta de relevancia social de los medios en nuestro día a día? Sea cual sea la respuesta correcta, lo que a todas luces debe dejarnos en alerta es que la información es la base de una sociedad avanzada y desarrollada. Sin ella, no podemos articular una ciudadanía libre que trate de hacer avanzar las cosas. Por lo que no me parece un asunto como para simplemente exponer las cifras. Y mucho menos, como para llevar la responsabilidad exclusivamente a los medios de comunicación.
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