Artículo publicado en El Correo (04/12/2022)
A lo largo de mi vida profesional he escrito con frecuencia sobre los valores: los valores de los vascos, de los valores europeos, de los españoles, de los jóvenes, de las chicas y los chicos… En este artículo quiero señalar a la lectura crítica de los lectores tres valores que entiendo que son los más importantes, los primeros valores para nuestra sociedad occidental hoy, luego también para toda la sociedad española, que haría extensibles a la población adulta de Estados Unidos y Canadá. Quizá valgan también para Australia y Nueva Zelanda, pero no conozco apenas la sociedad de esos países.
Los tres valores dominantes en nuestra sociedad serían el dinero, la seguridad y la digitalización. Me apresuro a decir que si bien todos los valores tienen una raíz colectiva, unos cuentan con la aquiescencia de la mayoría de la población; otros, en cambio, reciben las críticas de buena parte de ella. De los tres que he mentado, los dos primeros, el dinero y la seguridad, son aceptados y deseados por la mayor parte de las personas. No cabe decir lo mismo del tercero, la digitalización, cuestionada incluso por no pocos, entre los que me sitúo, aunque nos sirvamos de ella. Veámoslo con cierto detalle.
Del dinero, poco que decir. Desde el becerro de oro al que adoraban los israelitas tras librarse del faraón, mientras Moisés recibía en el monte Sinaí las Tablas de la Ley, justamente llamada «ley mosaica», el dinero ha sido uno de los objetivos más deseados. Pero conviene distinguir el dinero como valor del valor del dinero. El dinero como valor significa que su obtención y aumento sería un objetivo prioritario, un objetivo finalista de las personas o de una sociedad. Es cuando se vive y trabaja con el objetivo fundamental de conseguir dinero. Cuanto más, mejor. Pero el valor del dinero es una variable instrumental: necesitamos el dinero para vivir y poder adquirir lo necesario para llevar una vida digna sin necesidad de pedirlo a los demás. Claro que determinar cuánto dinero se necesita para vivir dignamente es cuestión muy discutida y discutible. Un gran sociólogo americano, Thomas Merton, en los años 30 del siglo pasado sostenía que en su sociedad todas las personas, independientemente de su salario, creían merecer del orden de un 30% más del que recibían por su trabajo. Como ven, es muy difícil poner coto al salario justo.
La seguridad, o mejor, la percepción de falta de seguridad, es un fenómeno muy extendido en nuestra sociedad occidental. En todos los tiempos ha existido el miedo a ser asaltado. En los viajes, por ejemplo. En la actualidad, recibimos consejos de no llevar en el mismo bolsillo la documentación y el dinero. Cabría pensar que en la sociedad democrática, donde el imperio de la ley es una exigencia mayor, con abundancia de policías de todo tipo, juzgados de guardia y magistrados que hacen que la ley se cumpla y se castigue al delincuente, la sensación de seguridad debería ser mayor. ¡Pues no! Ciertamente lo es, en mayor grado, para quién circula de día, lejos de aglomeraciones: fiestas locales, actos multitudinarios como antes y después de algunos partidos de futbol… Y con la puerta de su domicilio cerrada a doble o triple llave. Pero, aún así, antes de abrir la puerta, por la mirilla, se constata si la persona que llama es de fiar.
Recuerdo que hace sesenta y setenta años en Beasain, en nuestro domicilio, durante el día, mediante un agujero en medio de la puerta colgábamos una cuerda atada al abridor para entrar sin llamar a nadie y sin necesidad de tener la llave de casa. Hoy, además de cerrar la puerta a doble llave, como otros vecinos de mi inmueble en Donosti, tenemos contratado un sistema de seguridad con alarma conectada a la Policía. No hablemos de las chicas y mujeres, que por las noches se hacen acompañar a casa por otras personas o llaman a sus familiares para que vayan a buscarlas. La noche, además de joven, es peligrosa para muchos; más bien, para muchas.
La digitalización de nuestra sociedad es obviamente un fenómeno novedoso y que va en aumento. Exige tratamiento propio, que dejo para una próxima otra ocasión. Hoy me limito a constatar las brechas que ha generado en nuestra sociedad. Una es la de la formación, lo que supone, de entrada, una buena información sobre el mundo digital. Hay personas, incluso con formación académica superior, que se las ven para obtener un billete de tren o avión, y prefieren acudir a la estación de tren o a una agencia de viajes para conseguirlos. Sobre el papel es cosa fácil, pero si te equivocas a la primera, necesitas abundantes vitaminas de paciencia. La segunda brecha digital es consecuencia de la edad. Los que ya somos abuelos constatamos que nuestros nietos se las apañan mejor que nosotros a la hora de hacer algo en el móvil u ordenador. De ahí también la importancia de controlar lo que visionan. Porque el mundo digital nos abre a nuevas experiencias. Maravillosas o detestables, si no peligrosas a ciertas edades.
De aquí partiré en mi próximo artículo.
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