Artículo publicado en Empresa XXI (01/06/2023)
Se han puesto de moda esta primavera los debates sobre la Inteligencia Artificial, sus posibilidades y los límites y regulaciones que deberíamos poner. Voy leyendo diferentes puntos de vista, más o menos informados, más tecno-optimistas o más tecno-agoreros. En general, el tono es de cierta alarma, como si nos acabásemos de despertar en una habitación que huele a humo, y no sabemos si estamos ante un pavoroso incendio o si al vecino se le ha quemado el desayuno.
En bastantes ocasiones se mencionan los saltos tecnológicos que ha conocido la Humanidad en el pasado, desde la imprenta de Gutenberg a Internet, pasando por las sucesivas Revoluciones Industriales. También se apela con frecuencia a la perspectiva ética, la económica y la social. Historia, Filosofía, Economía, Sociología… muchas disciplinas científicas tratan de aportar algo de luz.
Es una pena que la Ciencia Ficción no haya adquirido la categoría de rama de la Ciencia. Al menos, no la recogen en la Clasificación que se incluye en el Manual de Frascati, que sigue la Clasificación de los Ámbitos de Investigación y Desarrollo (FORD, por sus siglas en inglés) de la OCDE, ni en la ISCED (Instituto de Estadística de la UNESCO).
Porque en los relatos de Ciencia Ficción (y en sus adaptaciones cinematográficas), la Inteligencia Artificial y los robots que conversan con los seres humanos llevan décadas paseándose con total normalidad. Y con esa misma naturalidad, nos presentan máquinas que nos hacen la vida más fácil, y otras que se nos van un poco de las manos y acaban organizando bastante lío.
Recuerdo como si fuera hoy la emoción que me produjo leer “2001: Una odisea espacial”, escrita por Arthur C. Clarke en 1968, con la inolvidable HAL 9000. Desde entonces, los androides de la saga Alien, los replicantes de Blade Runner…
Aunque probablemente el pionero más famoso fue Isaac Asimov, que en “Yo, Robot” (1950) propuso las Tres Leyes de la Robótica y exploró las implicaciones éticas y filosóficas de la interacción entre los humanos y los robots inteligentes.
Menos conocida es “La voz de los muertos” (1986) de Orson Scott Card. Es una secuela de “El juego de Ender” (que se llevó al cine hace poco) y presenta una trama en la que los humanos interactúan con una raza extraterrestre y utilizan una inteligencia artificial llamada Jane para comunicarse con ellos. El relato viene a concluir que existe una especie de “empatía universal” entre diferentes formas de inteligencia, sin importar su origen.
Seguiría recordando las novelas que me acompañan pero, en esencia, todos los relatos pueden resumirse en dos grandes ramas. En la primera de ellas, la inteligencia artificial alcanza esa empatía con la inteligencia biológica, y cooperamos de forma provechosa, entrando en una era de prosperidad. Puede haber accidentes de vez en cuando (igual que a veces encontramos seres humanos malvados, también hay máquinas perversas), pero como media, la inteligencia biológica y la artificial acaban colaborando en un futuro mejor.
En el otro, sin embargo, la inteligencia artificial supera a la humana, y decide que no somos ya necesarios para seguir evolucionando, y se desata una pelea a muerte entre ambas (por cierto, la saga “Terminator”, se inspiró en un relato de Ellison “El soldado del mañana”, de 1957).
También esto ha pasado antes, una de las hipótesis sobre la extinción de los neandertal está conectada con la llegada de los “humanos modernos”, como los cromañones. Algunos dicen que los aniquilaron, otros que los contagiaron sin querer de enfermedades para los que no habían desarrollado defensas. De otras historias de choque de civilizaciones más recientes tenemos ya crónicas, y sabemos que de las dos cosas, contagio y aniquilación, hemos sido bastante capaces…
No existe, al menos en las novelas que yo he leído, esa tercera rama de la que tanto se está hablando ahora, en la que los seres humanos, a través de la regulación, somos capaces de dominar por completo el desarrollo futuro de la inteligencia artificial… Puede ser que ese relato resulte más aburrido que los otros, aunque tiendo a fiarme más de la Ciencia Ficción, que de nuestra (inexistente) capacidad de poner puertas al campo…
Como dicen los jóvenes, VV.
O, en este caso IV, iremos viendo 🙂
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