La pérdida de autoridad, una educación con derechos y sin obligaciones y la brutalidad policial deben abordarse en el análisis del estallido social
Artículo publicado en El Correo (10/07/2023)
La revuelta de los muy jóvenes en Francia estos últimos días, me recuerda el número de artículos y conferencias que escribí y pronuncié hace más de quince años a lo largo y ancho de la geografía española sobre la violencia juvenil. Hay algunos elementos que se pueden comparar con la situación de España de entonces, pero hoy veo algunos otros nuevos, especialmente en las grandes ciudades como París, Lyon o Marsella.
Impresionan las fotos y los vídeos, por ejemplo, de la avenida de los Campos Elíseos en París, con llamas aquí y allá, con la calle tomada por la policía persiguiendo a menores y agitadores profesionales. El 4 de julio, cuarto día de revueltas, de la televisión francesa tomé estas notas:
En Lyon el alcalde no quiso desplegar a la policía. El ministro de Justicia declaraba que «no se puede utilizar la muerte de un niño para dedicarse al pillaje en los comercios». El mismo ministro, un abogado de reconocido prestigio social, señala que el Estado no puede sustituir a los padres. El titular de Finanzas pedía a los seguros que bajasen sus tarifas e indemnizasen rápidamente a los profesionales víctimas de tales atropellos. ¿Estamos en plena ‘descivilización’? (término muy usado). 45.000 policías y gendarmes movilizados esta noche (ministro del Interior).
El ministro del Interior anunció que 13.625 personas habían sido detenidas desde el viernes 30 de junio, incluidos 1.124 menores. Se remitió a la Justicia a 990 personas, entre ellas 480 en comparecencia inmediata. También fueron derivados 253 menores. Un total de 380 personas fueron encarceladas por los delitos de «hurto comercial agravado», «degradación» y «ataques a las fuerzas del orden». Se identificaron trece «ataques graves» contra funcionarios electos, dijo el ministro del Interior, Gérard Darmanin. «No hay conexión entre los disturbios y la inmigración», añadió. Esta es, en esencia, la tesis defendida por el ministro Darmanin durante las preguntas al Gobierno, el 4 de julio, en la Asamblea Nacional. El problema de los disturbios es el de los «jóvenes delincuentes» y no el de «los extranjeros», remacha.
De mis lecturas del jueves 6 de julio traslado estas ideas: «Las destrucciones han permitido una sobrepuja semántica sin precedentes entre el Gobierno, la derecha y la extrema derecha», lamentó Olivier Faure, secretario general del Partido Socialista. «Entre la descivilización, la estigmatización de los barrios populares, el debate sobre la privación de la nacionalidad, la penalización de las madres, ha sido una fiesta populista de la peor clase». Y añadió que «esta tendencia fue facilitada por ‘errores injustificables’ de los alborotadores (traducción de ‘des émeutieurs’, que discuto), cuya «condena debería haber sido natural para todos», refiriéndose a la negativa formal de La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon a llamar a la calma.
De hecho, Mélenchon ha tolerado la violencia que siguió a la muerte de Nahel M., asesinado en Nanterre por un agente de policía tras negarse a cumplir una orden. Simplemente pidió a los «más jóvenes» que no «toquen escuelas, bibliotecas y gimnasios», presentados como «nuestro bien común». Al «llamamiento a la calma» lanzado por la mayoría de los otros partidos se opuso el «llamamiento a la justicia», señalando con el dedo la responsabilidad de la policía y considerando que «(fueron) los pobres los que se rebelaron». (‘Le Monde’, 7 de julio). Se ha ayudado mucho más a las zonas populares de las grandes ciudades que a los habitantes de muchas zonas rurales, dice un comentarista, pero se olvida de la revuelta de los ‘chalecos amarillos’.
En Francia se vive un sentimiento de incomprensión al percibir la sensación de impunidad que muestran chavales de 12 y 13 años (chicos en su inmensísima mayoría) que salen a las cuatro de la madrugada con un cóctel molotov en la mano. ¿Hay que castigar a los padres de los hijos que participan en las revueltas nocturnas? Y después, ¿ingresar a los jóvenes en un centro de recuperación?
Podría seguir con más informaciones. La pregunta que todos se hacen es ¿por qué? ¿Qué ha pasado para que menores –algunos de 12 y 13 años– hayan llegado a este estallido de violencia? Creo que hay que abordar el asunto en la actualidad a partir de cuatro grandes componentes que es preciso analizar en detalle:
- La pérdida de toda autoridad. La autoridad de los padres, profesores y no digamos de las fuerzas de seguridad.
- Una educación basada casi exclusivamente en los derechos sin el correlato de las obligaciones.
- Una policía, la francesa, que, con demasiada frecuencia, utiliza métodos brutales en su función de mantener el orden público.
- Las diferentes lecturas que se hacen en Francia de esos actos.
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