Artículo publicado en El Economista (20/07/2023)
No hace tanto tiempo, era habitual que por las aulas de los centros universitarios más prestigiosos desfilaran personas que venían de la empresa (y volvían a ella al acabar la clase). Especialmente en las disciplinas más aplicadas (Ingeniería, Administración de Empresas, Derecho, etc.) se consideraba que era importante esa conexión entre universidad y práctica empresarial.
Sin embargo, en las últimas décadas, la regulación de la Universidad en España (y en Euskadi, que no ha escapado de este efecto), ha ido desplazando estos perfiles profesionales, en favor de lo que se ha venido a denominar “profesorado acreditado” (las agencias que evalúan la calidad de las universidades, y confiere la oficialidad de los títulos – Aneca, en el caso de España; Unibasq, en el caso vasco – son también las que acreditan al profesorado).
En esencia, si quieres que tus títulos sean reconocidos oficialmente, tienes que incorporar como docentes a personas que hayan obtenido esa acreditación. Y, en este momento, la única forma de conseguirla, es aportando pruebas de que tienes buenas evaluaciones como docente, y que publicas artículos en revistas científicas (este último criterio pesa un 60% en la evaluación).
Ese interés de las Agencias de Evaluación responde a un objetivo al que se viene dando mucha importancia en las últimas décadas: elevar la cantidad y calidad de las publicaciones científicas (un elemento que también pesa mucho en los famosos rankings que miden el prestigio de los centros universitarios).
Yo mismo he tratado de obtener la acreditación como profesor universitario, aportando pruebas de mis años de docencia y de mi experiencia profesional, pero no he pasado la prueba porque nunca me he dedicado a escribir artículos científicos. Tengo buenas evaluaciones de mis estudiantes en los más de 15 años que llevo dando clases, y llevo 30 años en la gestión empresarial, como ejecutivo o como consultor. Tengo también una actividad relevante como divulgador y conferenciante en la temática que imparto clases (gestión de la innovación) en foros nacionales e internacionales. Participo en Consejos de Administración y en foros profesionales. No quiero aburrirte con mi curriculum, perdona, pero ninguno de estos méritos me dio ni un solo punto en el proceso de acreditación, y eso me dolió bastante…
Hay otro motivo por el que los profesionales vamos siendo expulsados de la docencia. Las universidades tienen una carga creciente de gestión y esas tareas recaen de forma habitual en el profesorado. Si eres un profesional que viene de la empresa, da la clase, y se va, no se puede contar con él para toda esa compleja burocracia que se reparte en el claustro. Así que se prima la incorporación de personas que vivan en la universidad, y que no tienen donde esconderse cuando llega el momento de repartir las tareas de gestión. Hacen falta más brazos. Y por completar el cuadro, hay un tercer motivo que dificulta las relaciones entre los dos mundos. La transferencia, los contratos entre empresas y universidades para colaborar en proyectos conjuntos, esa eterna asignatura pendiente.
No sé si os pasa a vosotros, a veces tengo el sueño de que estoy todavía estudiando, y se acerca el momento de un examen y no he preparado bien la materia. Y como en todas las pesadillas, por más que intentas conseguir los apuntes o prepararte para el examen, todo se conjura para que el tiempo pase y sigas sin estar listo para aprobar. Luego te despiertas y por un momento eres feliz, porque recuerdas que ya acabaste el último examen, hace ya algunos años…
Pues con la transferencia pasa también algo así. El problema es que ni es un sueño, ni hemos pasado el último examen… Cuando nos despertamos, nos encontramos con esa dura realidad, en la que cualquier esfuerzo desde la universidad por acercarse a las necesidades de las empresas no encuentra ningún incentivo, y se enfrenta a un laberinto de burocracia (bastante parecido a una pesadilla).
Así, de una manera silenciosa, año tras año, la universidad y la empresa se han ido alejando, se han ido poniendo de espaldas. Me consta que hay personas que les parece bien, que piensan que todo ello ha profesionalizado la docencia, y ha evitado el intrusismo de quienes pensaban que simplemente por venir de la empresa, estaban capacitados para dar clase…
A mí, sin embargo, me parece un profundo error. Estuve hace unos días en un acto que organizamos desde el Círculo de Empresarios Vascos, Aefame (la asociación de Empresas Familiares), la Fundación Artizarra y Zedarriak, que precisamente se centró en esta necesidad de volver a acercar el mundo de la educación (universidad y formación profesional), y el de la empresa.
Paradojas de la vida (o karma, que dirían otros), parece que en los próximos años se va a dar un fuerte impulso a la formación dual. Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma, y ahora van a ser los estudiantes quienes crucen la calle para pasar la mitad del tiempo que duren sus estudios, en la empresa.
Pero para que eso funcione bien, necesitaremos que las empresas y la universidad dialoguen. Que haya personas en las empresas que entiendan la dura exigencia académica, que haya personas en la academia que entiendan que la exigencia en la empresa no es menor. No hay mayor reto que el del talento en estos tiempos, y eso va a requerir que educación y empresa pasemos de estar de espaldas, a pasar a estar hombro con hombro.
Alguno me dirá que ya funciona así en algunos casos, y sé que es verdad, por fortuna. También sé, por experiencia, que ahora no es la norma y que tendremos que cambiar muchas cosas para que esas dos palancas formidables sumen sus esfuerzos de manera sistemática. Estamos a tiempo, y tenemos muchos ejemplos de que es posible juntar lo mejor de ambos mundos, basta con que pongamos foco en extenderlos.
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