Artículo publicado en Deia (23/07/2023)
Ustedes ya conocen el episodio de la entrevista a Feijóo en TVE. Incluye dos escenas muy comentadas. En la primera el candidato popular emplea un dato falso sobre la revalorización de las pensiones y la periodista Silvia Intxaurrondo lo corrige. El gallego, molesto, le espeta: “como hay hemeroteca, usted va a comprobar lo que yo le digo. Si estoy equivocado, le pido disculpas, y si lo está usted, espero que lo diga en este programa. Por tanto, le pido rectificación en el caso de que usted esté en un error”. Cuando al día siguiente se confirma que el dato era falso, Feijóo aclara por Twitter: “Como comprometí, aclaro (…) No me importa aclarar cualquier afirmación si ha sido inexacta”. El cambio de lenguaje es notorio: los demás mienten y deben rectificar, pero él emplea información inexacta y debe aclarar.
En el segundo momento, sobre el caso Pegasus, la misma periodista le afea que “difunda información sin contrastar que afecta a la seguridad del Estado”. Feijóo responde: “Si yo leo un teletipo que me dice eso pues quizás debería contrastar más teletipos. Pero esto es lo que me dice un teletipo emitido por una agencia que a lo mejor no estaba con exactitud”. La periodista insiste: “¿Recuerda qué agencia lo emitió? Porque yo he estado buscando el teletipo”. Y Feijóo cierra: “No, pero no se preocupe, le voy a remitir de dónde lo he leído”. Compromete así en vano su palabra puesto que ese teletipo no ha aparecido.
Ante estas dos escenas los comentaristas han discutido estos días sobre la mentira y la verdad. Pero me temo que la cosa es más profunda. Pensamos que frente a la verdad está la mentira, como su antónimo o su opuesto. Pero, tanto en la lógica como en la vida, el espacio de la negación (la no-verdad) es mucho más amplio que el espacio del mero opuesto (la mentira).
En el mundo de la mentira como directo opuesto de la verdad aún encontramos una esperanza de que la verdad, el dato, lo cierto, lo comprobable, exista al menos como aspiración alcanzable. Parafraseando a La Rochefoucauld –L’hypocrisie est un hommage que le vice rend à la vertu– en la mentira que se disfraza y pretende credibilidad hay aún un tributo a la verdad, de la misma forma que el culto satánico revela la más auténtica creencia, al desafiarla, en la existencia de una divinidad buena.
Recordemos la respuesta de Feijóo: “A lo mejor no era correcto, pero lo había leído en un teletipo”. El mundo mental de esta frase no es el de la mentira, sino el de la irresponsabilidad. Lo esencial no es la mentira sino la negación del espacio privilegiado de la verdad.
Quien habla no se hace responsable de la veracidad del producto que difunde. No se hace responsable de que la mentira se propague entre los suyos. En el espacio de la no-verdad y en la cultura de las verdades alternativas paradójicamente la mentira desaparece junto a la verdad quedando una nada como la que en La historia interminable se comía todo lo que pillaba a su paso.
La explicación de Feijóo me recuerda a algunos alumnos malos que te meten en un trabajo las afirmaciones más peregrinas o los datos más absurdos. Si les llamas la atención o les puntúas bajo se indignan porque al fin y al cabo esos datos, te replican, los sacaron de algún lado en Internet. ¿Con qué autoridad voy a pedirles en adelante que se remitan a fuentes solventes e identificables si un candidato presidencial cree que esa misma explicación libera de toda responsabilidad?
Estas excusas no nos remiten al mundo mental de la mentira: nos adentran en las arenas movedizas de la no-verdad y la irresponsabilidad. Es el mundo de la post-verdad, donde verdad es lo que me conviene y mentira lo que me contraría. Atreyu y Bastián luchan contra la nada, en la novela de Ende y su no menos maravillosa adaptación cinematográfica, con enorme valor, leyendo y nombrando. Quizá sigan siendo hoy las tres claves para evitar que la verdad desaparezca y la nada señoree: el valor, la lectura y dar a cada cosa su nombre justo.
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