Artículo publicado en El Correo (18/09/2023)
El Pleno de Política General de la semana pasada nos dejó los discursos habituales de la oposición, con críticas y propuestas de cómo se podrían hacer mejor las cosas y la defensa, también esperable, de la gestión de su Gobierno por parte del portavoz del PNV, incluyendo críticas a la oposición. Se sorprendió de que su socio en el Ejecutivo, el PSE, se sumara a algunas críticas de la oposición y le afeó su conducta preguntándole directamente en sede parlamentaria si siguen perteneciendo al mismo Gobierno, acusándole de electoralista por buscar el voto antes de que se hayan convocado las elecciones.
Las críticas socialistas tenían que ver, por un lado, con el distinto modelo que tiene el PSE para solucionar el problema de acceso a la vivienda. Un modelo al que ya se opuso el PNV en el pasado: la ley de vivienda vasca salió adelante sin su apoyo. El PSE apoya la nueva normativa del Gobierno español y el Ejecutivo de Iñigo Urkullu la ha recurrido. Por otro lado, el portavoz socialista defendió la necesidad de un cambio en sanidad y educación, profundizando en la calidad de los principales servicios públicos de competencia autonómica. Y, por último, también fue crítico con el posicionamiento territorial del PNV, desmarcándose de la teoría de la recentralización manufacturada por su socio en el Gobierno vasco y recordando que la ciudadanía no está exigiendo ninguna demanda en este sentido.
Desde Euskadi se veía como una anormalidad la sistemática pelea pública que mantenían los dos socios del Ejecutivo español, PSOE y Unidas Podemos, para evidenciar y subrayar sus desacuerdos. De hecho, a veces Unidas Podemos parecía el principal partido de la oposición y proporcionaba argumentos a los que sostenían que el Partido Socialista no era de fiar. Se veía con extrañeza porque la relación pública entre el PNV y el PSE siempre ha sido de máximo respeto y eso ha ayudado a generar un clima de confianza alrededor de la estabilidad y coherencia de sus políticas. Ese Gobierno cohesionado, que va más allá y que se extendió por diputaciones y ayuntamientos en los últimos años, no ha impedido que la ciudadanía vasca siga viendo muy diferentes a ambos partidos.
El votante medio vasco se sitúa en el 5,3, en el mismo centro de la dimensión nacionalista y territorial de la política vasca. Más cerca de la posición que le otorga al PSE, 3,8, que de la que le otorga al PNV, 7,7. Si observamos la dimensión izquierda-derecha, la ciudadanía también ve diferencias entre ambos partidos. Sitúa en el 4,3, centro izquierda, al PSE y en el 6,3, centro derecha, al PNV.
En el último año, su suerte electoral tampoco va de la mano. Mientras el PNV ha acumulado castigos y desgaste en las municipales, forales y generales celebradas este año, su socio de gobiernos acumula subidas en apoyo popular, habiendo ganado los últimos comicios generales en Euskadi. El PSE se ha convertido en otro rival electoral directo del PNV, al que le disputa parte de su espacio. Y al PSE no se le puede acusar ni de antisistema, ni de contrapoder.
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