Artículo publicado en Deia (06/11/2023)
EL gravísimo tema de la pederastia en el clero católico, cuyas revelaciones estos últimos años nos han anonadado, va a marcar a la Iglesia católica en los próximos años. Este tema tiene muchos aspectos que exigen, a su vez, abordajes diversos. Pero sin olvidar, ni obviar, hay que decirlo de entrada, la cuestión más importante y la más urgente, a mi juicio, consiste en la indefensión de los niños (niños y niñas) ante el abuso sexual de los adultos, en este caso de los religiosos que, además, en los años en los que tuvieron lugar los abusos, en muchos lugares se les llamaba “padres”, “padre Luis”, “padre Juan” etc. Luego esos niños y niñas (muchos más niños que niñas en el caso de clérigos, y más niñas que niños en las familias, amigos, juegos etc.), eran violados en su intimidad sexual por un “padre espiritual”, o por sus padres, abuelos y amigos, con las consecuencias que de ello se derivan, a decir de los psiquiatras”.
En el año 2018 escribí las precedentes líneas –que llegaron a 43 páginas– y las subí a mi blog. Me sirvieron para varias conferencias en las Universidad de Deusto y Granada, que recuerde ahora, y me permitieron escribir artículos en Razón y Fe, Iglesia Viva o Atrio, no recuerdo, Deusto journal of human rights, y el capítulo “Clerical abuses of minors and cultural context. Which link?” (p. 48-68) in The Abuse of Minors in the Catholic Church, London & New York 2020.
Me serví entonces de un texto del ex rector del Seminario de Lima (Perú) en 2018; un dossier italiano conocido en febrero de 2018; Iglesia y sexualidad: los supuestos efectos del celibato y la abstinencia sexual en el clero (de mi archivo); El Informe de Pensilvania de agosto de 2018; El Informe alemán de 2018 (por redactar en su totalidad); Una información obtenida por cámara oculta (en Lovaina), la Gran investigación australiana… Después, el Informe encargado por los obispos franceses a Jean Marc Sauvé que trabajé en detalle y recientemente el Informe Gabilondo en España. Estos dos últimos han recibido críticas, a mi juicio infundadas, por la inferencia estadística utilizada, proyectando de la respuesta muestral al universo de la investigación la proporción y número absoluto del clero, religiosos y personas cercanas a la Iglesia, abusadoras. No voy a entrar aquí en temas técnicos, pero sí quiero y debo añadir, que los Informes Sauvé y Gabilondo están utilizando el mismo sistema, por ejemplo, para detectar el número de personas que quieren la independencia de Euskadi o Catalunya, o la opinión de los ciudadanos hacia la princesa Leonor como futura reina de España. Y con una base muestral mucho menor a las de los Informes Sauvé y Gabilondo.
Entre nosotros, al menos ha habido abusos sexuales en 33 centros de Bizkaia, en 27 de Navarra, 17 centros de Gipuzkoa y 7 de Álava. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el único dato exacto es el número mínimo de abusos en estas zonas, al menos un caso en cada localización. Sin embargo, cada localización no implica necesariamente un solo agresor y una sola víctima, ya que son muchos más los casos que se mantienen en silencio que los que han salido a la luz.
UNAS BREVES REFLEXIONES: ¿CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ?
He aquí algunas cuestiones que considero esenciales para entender lo que está sucediendo en el tema que nos ocupa. Obviamente, hay que decirlo cuantas veces sea necesario, entender no significa justificar, pero es imposible atajar un problema cuyo tenor no se es capaz de comprender ni explicar.
—Habrá que dilucidar hasta dónde y en qué contextos hay correlación entre la pederastia y el celibato. La muy seria investigación australiana de 2018 propugna el celibato voluntario en la iglesia católica. No es el único. Pero, me inclino a pensar que lo esencial no está en la condición de célibe o viviendo en pareja, sino en cómo se vive la sexualidad, tanto en el celibato como en la pareja.
—También la supuesta relación entre la homosexualidad y pederastia. En efecto, habría que adentrarse en la discusión sobre las diferentes lecturas que se hacían en la relación entre la homosexualidad y la pedofilia que de una equiparación total (“la homosexualidad conduce a la pedofilia”) se ha pasado a la clara distinción en la que ahora estamos, afortunadamente.
—No hay que olvidar la difícil salida del estado de cristiandad cuando el ordo clericalis dominaba la ética e, incluso, la gobernanza civil. En ese marco sitúo yo los conflictos en el interior de la Iglesia, conflictos que siempre los hubo. Ayer fue el papa Benedicto. Hoy, Francisco.
—Creo fundamental, básico, radical (ir a la raíz), tomar conciencia de la mala relación de la iglesia y religión católicas con el sexo y, especialmente, del sexo como placer. En este orden de cosas, la disociación entre la cultural de libertad sexual (entre adultos) en la sociedad actual, en contraposición al rigorismo de la iglesia, puede ser un factor explicativo, entre otros, de la eclosión de la pederastia en el clero, durante las pasadas décadas. Esta es una de las explicaciones que sugiere el reputado sociólogo de las religiones Jean-Louis Schlegel al preguntarse “cómo explicar la amplitud de la pederastia en los sacerdotes en la segunda mitad del siglo XX”. Y añade, “ante la creciente libertad sexual, la Iglesia opone su rigurosa moralidad sexual como la única admisible según la fe y la razón, (…) así la iglesia corre el riesgo de imponer a sus fieles, exigencias insostenibles, que los presionan, los hacen sentir culpables, los obligan a mentir y engañar”.
—Para los sacerdotes de hoy, los “demonios de la lujuria” están en todas partes, en la carne, en la calle, en las imágenes de su ordenador. Los curas están expuestos a exhibiciones de libertad sexual, vestimenta, erotismo…
—El staff de la iglesia es masculino. No veo suficientemente subrayado este aspecto que también creo crucial. Lo que nos lleva a otra cuestión, absolutamente clave en la iglesia católica: la situación de la mujer. Personalmente, apoyaría la doble hipótesis de una fuerte correlación entre la pederastia clerical (particularmente con niños y chicos) y la situación de la mujer en la Iglesia, por un lado, y la actitud de la iglesia (obviamente masculina, distante y temerosa) con la mujer de carne y hueso,mujer que se presenta, muy frecuentemente como virgen, en el santoral. Apenas hay mujeres casadas, santificadas. Estamos aquí en un punto neurálgico del tema. Imposible soslayarlo, a mi juicio.
—Hemos transitado, al menos en el occidente opulento, de una familia patriarcal, centrada en el padre a otra en la que el niño es el rey de la familia, destronando completamente al rey de otrora, al padre. Y el rey es inviolable. Un amigo sacerdote que ha leído mis anteriores textos sobre la pederastia me envía esta reflexión: “¿Has oído hablar de algún pederasta que es cristiano…? Pero sí se enfatiza “el pederasta es cura”. Creo que tiene razón. Es el rey destronado y vilipendiado, más por ser cura que pederasta.
—Creo que habría que analizar con más detenimiento el tema del encubrimiento. No hay duda de que ha habido encubrimiento culpable en la Iglesia, incluso realizado de buena fe, con consecuencias terribles para los niños.
—Parece cierto que los casos de pederastia se dan, prioritariamente, en el seno de los entornos más próximos, como la familia. Pero no debe servir de excusa para abordar, con rigor y vigor, la pederastia en el clero, que es de lo que trato en estas líneas. Quiero cerrar (por problemas de espacio) reiterando lo que considero más importante y urgente en este momento: resarcir hasta donde sea posible el daño causado a niños y menores y hacer lo necesario para que tales situaciones no se repitan. Lo que exige conocer cómo, en razón a qué contextos, actitudes, organización interna de la Iglesia, etc., etc., tal plaga ha podido anidar y desarrollarse en la Iglesia católica. Hay mucho que profundizar, todavía.
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