Artículo publicado en El Economista (16/11/2023)
En mi último artículo mencionaba de pasada la formación dual, que ha empezado a aterrizar en estudiantes, familias, instituciones educativas y empresas como una nueva opción de cursar los estudios de grado universitario, o los ciclos de formación profesional.
El «qué» se explica de forma sencilla: se trata de que la educación se imparta en alternancia entre el centro educativo y la empresa. Las horas se reparten a medias (o en un porcentaje considerable) entre el aula (y las actividades académicas fuera del aula) y el aprendizaje «manos a la obra» en la empresa, cobrando un salario (y cotizando a la seguridad social). Este último punto no está todavía consolidado, aunque la regulación empuja en esa dirección.
La pregunta de «por qué» elegir la formación dual ya no se responde de forma tan sencilla y depende bastante de quién sea la parte interesada. Para las empresas, es una forma de conocer durante unos años a un posible trabajador, de forma que en el momento en que acaben los estudios podrán decidir con bastante conocimiento de causa si puede encajar bien. Desde el punto de vista económico no es tan evidente la cuenta, porque debe pagar un salario y cotizar a la seguridad social por una persona que no viene para producir, sino para aprender. Y que, además, una vez formada, puede perfectamente elegir trabajar en una empresa diferente (o incluso de la competencia), con lo que esa inversión se pierde. Y desde el punto de vista laboral, introduce una nueva casuística, con su legislación y normativa que habrá que incorporar en la gestión de personas.
Para los centros educativos (que son quienes en última instancia asumen la responsabilidad de diseñar, implantar y gestionar los títulos de formación dual), supone asumir muchas tareas nuevas y distintas a las que conlleva gestionar un título clásico. Conseguir la acreditación de los títulos sujetos a una regulación novedosa, acordar con las empresas las plazas que se ofrezcan, programar las clases para estudiantes que cursen las diferentes modalidades de formación, supervisar que las tutorías en la empresa se hagan de forma correcta…
¿Mucho trabajo para luego tener las clases más vacías. Además, una pregunta que me hago, y que no veo respondida por ninguna parte, es si el precio de la matrícula debería ajustarse o repartirse con la empresa (ya que los estudiantes pasarán la mitad del tiempo en la empresa). Ya explicaba Simply Red eso de que «money is too tight to mention»…
Para estudiantes y familias las respuestas tampoco son evidentes. Los títulos clásicos tienen la ventaja de que forman con más amplitud y, en principio, aporta más versatilidad a la hora de elegir trabajo después. Además, tienen ya un amplio reconocimiento del mercado laboral. Los títulos duales, en principio, tienen un saldo económico más ventajoso para la unidad familiar (aunque los progenitores y los hijos tendrán que llegar a acuerdos sobre el reparto de ingresos y de gastos, digo yo), pero tienen la incógnita de si reducirán las opciones profesionales (en un mundo en el que los puestos evolucionan cada vez más rápido) y de si tendrán el mismo reconocimiento del mercado.
Para la Administración, hay menos dudas. Existe una clara correlación entre el grado de avance de la formación dual y la reducción de niveles de desempleo de los jóvenes, en todos los países y territorios en los que está implantada esta fórmula. La eterna asignatura pendiente del ajuste entre oferta y demanda, se aprueba más fácil cuando empresas y centros quedan condenados a entenderse. Eso nos lleva a la cuestión del ¿cuánto? y del ¿para cuándo?
Según los datos proporcionados por el Gobierno Vasco en febrero de 2023 con motivo de la presentación del VI Plan Vasco de Formación Profesional, en el último curso 2022/2023, de los 46.671 estudiantes matriculados, 11.274 (aproximadamente un 30%) lo hicieron en el modelo dual. Pero el objetivo definido en este Plan es alcanzar el 50% en el curso 2023/2024, el 70% para el curso 2024/2025 y el 100% a partir de 2025. Las empresas que colaboran en este modelo son en este curso 7.319 (se ha más que duplicado respecto al pasado curso: 3.155 empresas en 2021/2022), y el objetivo es llegar a la cifra de 25.000.
Por su parte, en el ámbito de la formación dual universitaria, el objetivo es duplicar los resultados del período anterior y llegar a ofertar 80 titulaciones en alternancia. Con eso se alcanzaría la cifra de 10.000 estudiantes en el período 2023-2026, y requeriría el apoyo de un número orientativo de mil empresas.
Cifras ambiciosas (especialmente en el ámbito de la Formación Profesional) que requieren que todas las partes implicadas sumen intereses y esfuerzos¿
Queda para el final la última pregunta, que me parece la más relevante, el cómo¿ Muchas preguntas por responder en este apartado. Por poner algún ejemplo ¿quién selecciona a quién, la empresa a los estudiantes, o los estudiantes a la empresa? Y si ocurre que, transcurridas unas semanas, una de las dos partes no se encuentra a gusto con la otra ¿qué hacemos? En los centros se suspenden las clases en períodos de evaluación ¿se suspenderá también la asistencia a la empresa?
Aunque existen reglamentos y normas académicas, los profesores estamos acostumbrados a tener un porcentaje de estudiantes con tendencia a distraerse. No tengo claro que en la empresa se vaya a llevar con la misma resignación estas conductas¿Y, superando estas cuestiones logísticas ¿cómo adaptar los curriculums formativos a la formación dual? ¿qué asignaturas mantener y cuáles retirar? ¿cómo coordinar la actividad académica y la que transcurre en la empresa? ¿cómo evaluar?…
Lo importante es conversar para encontrar las mejores respuestas, dedicar tiempo y cariño porque nada hay más crucial para nuestro futuro que la formación de nuestra juventud.
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