Artículo publicado en El Economista – edición online (01/02/2024)
Visto con la perspectiva de los años, me llama la atención la poca educación sistemática que recibimos en la trayectoria formativa sobre tres de las principales vertientes que configuran la dinámica de las relaciones humanas: el poder, la autoridad y la influencia. Las vamos descubriendo a medida que vamos conviviendo con otras personas, pero nadie nos hace reflexionar o pensar sobre cómo funcionan.
Porque estos conceptos sí han sido objeto de estudio desde la filosofía, la psicología o la dirección de empresas, y se han desarrollado diferentes teorías que ayudan a entender sus mecanismos fundamentales (en estas carreras sí puedes asomarte un poco a ellas, en algunas asignaturas). Pero, dado que juegan un papel relevante en nuestras vidas, me parecería razonable que formasen parte del contenido de lo que todas las personas aprendemos, según nos vamos preparando para la edad adulta. Sin habernos preparado, las vamos encontrando en la familia, en los juegos infantiles, en la relación de pareja, en un equipo deportivo, en cualquier espacio organizativo en el que conviven varias personas…
Igual que aprendemos de matemáticas o de lenguaje, deberíamos formarnos en las dinámicas de las relaciones humanas, porque las asignaturas de ciencias sociales o de historia, no llegaban ni a arañar la superficie. Aprendemos los nombres de las personas que han liderado los cambios de los tiempos, pero no aprendemos cómo han llegado a poder hacerlo, cuáles son las técnicas…
Desde las teorías de Michel Foucault hasta las estrategias de Robert Greene o los últimos libros de Jeffrey Pfeffer, el poder se explica como una fuerza presente en todas las facetas de la vida de la sociedad y las organizaciones. Se manifiesta de diversas formas, que incluyen la violencia de forma explícita, y puede ser ejercido tanto por individuos como por instituciones. Lleva funcionando de forma parecida desde la más remota antigüedad (Maquiavelo en El Príncipe ya resume varias claves fundamentales), y aparece siempre que existe vida humana organizada.
Sin embargo, a diferencia del poder, que suele ser impuesto, la autoridad se gana y se cultiva. Figuras como John P. Kotter y Sheryl Sandberg han explorado cómo los líderes pueden forjar la autoridad a través de la legitimidad, la competencia y el carisma. La autoridad se basa en el respeto y la confianza. Sin embargo, como señala Hannah Arendt, la autoridad es un vínculo frágil y puede perderse fácilmente si quienes la otorgan sienten que el vínculo ha sido traicionado.
La influencia, el tercer vértice de este triángulo, se define como el arte de persuadir y motivar a otras personas (incluso las que tienen poder o autoridad). Autores como Daniel Goleman y Robert Cialdini han explorado cómo la inteligencia emocional y las técnicas de persuasión pueden ser utilizadas para ejercer influencia de manera efectiva. La influencia puede surgir de la experiencia, la empatía o la habilidad para comunicar una visión convincente. Sin embargo, como advierte Eisenhower, la influencia también puede ser utilizada para manipular o coaccionar a otros si no se usa con integridad…
Por fortuna, la ficción nos ayuda un poco más… Libros y películas míticas como «El Padrino» o «El Señor de los Anillos», series de culto como «Juego de Tronos» o «House of Cards» han retratado personajes inolvidables que nos muestran con claridad las diferencias entre estas tres dimensiones. Que la Iliada, la Odisea, o las leyendas del Ciclo Artúrico hayan llegado hasta nuestros días probablemente tengan que ver con el interés que despierta en todas las personas las historias que nos enseñan cómo funcionan y cómo se relacionan entre sí estas fuerzas. El poder que ejerce Arturo, la autoridad que van ganando los caballeros de la Tabla a medida que superan retos, la influencia de Merlín…
Necesitamos también nuevas historias, porque con el advenimiento de la era digital, las dinámicas de poder, autoridad e influencia han experimentado cambios (aunque los principios esenciales siguen siendo de aplicación). El acceso a la información y la conectividad global cambian algunas reglas de juego, y el dominio de la tecnología se puede convertir en una fuente inagotable de poder, autoridad o influencia, como Elon Musk está tratando de explorar en sus experimentos en X…
Estos nuevos canales, que van a ver reforzada su potencia con las herramientas de inteligencia artificial, son sobre todo herramientas poderosas para ejercer influencia. En un mundo caracterizado por la velocidad de transmisión, la sobreabundancia de información y de estímulos, la habilidad para sintetizar y hacer llegar mensajes que echen raíces en las mentes de las personas se convierte en un activo de gran valor.
Y es que las tres dimensiones, poder, autoridad e influencia, comparten una característica: pueden usarse (y la Historia nos muestra que se han usado) tanto para el bien como para el mal. Pueden ayudar a muchas personas a convivir de forma más positiva, o pueden también convertir su vida en un laberinto sin salida aparente.
En última instancia, reconocer y navegar las complejidades del poder, la autoridad y la influencia es esencial para edificar relaciones sólidas, liderar con integridad y generar un cambio significativo en el mundo que nos rodea. Lecciones que quizá no hayamos aprendido en las aulas, pero que la vida nos ha ido enseñando, y sobre las que deberíamos reflexionar. Porque se avecinan tiempos de profundos cambios, y necesitamos personas con esos tres carismas que nos ayuden a gestionarlos para el bien…
Dejo para otro día hablar de la formación económica y financiera que tampoco (o tan escasamente) recibimos. Da para otro artículo entero…
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