Artículo publicado en El Economista (27/03/2024)
Euskadi se enfrenta en los próximos años a grandes retos: demográfico, tecnológico, medioambiental, sostenimiento del Estado de bienestar, etc. Algunos de ellos ya se están abordando con la implantación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en los que el país está haciendo un esfuerzo importante.
No obstante, para poder tener éxito en el empeño, necesitamos abordar un -y urgente- «gran reto», el de reparar nuestra débil estructura económica, tras las décadas de terrorismo, y posicionarla adecuadamente, para abordar esos desafíos globales.
No hay ningún caso en la UE ni en la OCDE donde una banda terrorista, además de causar un enorme daño humano (854 muertos y 6.389 heridos), haya atacado, durante tanto tiempo (casi seis décadas) y con tanta dureza, a la economía de su país, secuestraron y asesinaron empresarios, empleados y directivos de empresas; y se estima en casi 15.000, las personas extorsionadas. Su impacto económico exacto no se puede medir, pero, además de suponer un coste directo de unos 25.000 millones (para todo el Estado, en euros de 2020), ya hay bastantes estudios que aproximan el daño estructural causado, en órdenes de magnitud cercanas a la gran pérdida de dimensión económica que ha sufrido el País Vasco, y que se revela en la evolución de los datos macro actuales, que luego se citan. Un periódico titulaba en 2021 Euskadi se hunde, al presentar el informe de la Cámara de Comercio de España sobre la evolución económica del País Vasco de 1975 a 2019.
La sociedad, sus diferentes instituciones y gobiernos trabajaron con intensidad para minimizar los enormes daños causados durante la época del terrorismo de ETA. Con el esfuerzo y compromiso de casi todos, junto con una gestión adecuada de nuestras herramientas de autogobierno, fue posible continuar con el desarrollo económico y social de Euskadi. Nuestra economía no colapsó, y conseguimos mantener un buen grado relativo de bienestar social.
Lamentablemente, la intensidad y duración del terrorismo, ha dejado una enorme debilidad estructural en nuestra economía, que está afectando a nuestro potencial de desarrollo y bienestar futuro.
Algunos datos: la fuerte caída de la inversión (durante décadas) ha supuesto, en términos relativos, una pérdida de nuestro stock de capital del 43%, y de nuestro PIB, del 24%, que son las mayores pérdidas del Estado. Adicionalmente, ETA expulsó del País Vasco a decenas de miles de personas (algunos estudios estiman hasta 200 mil), se perdieron grandes centros de decisión, centenares de empresarios, y más de 30.000 empleos de alto valor añadido; y nuestros niveles de emprendimiento se «desplomaron» a los últimos lugares del ranking. Esa es nuestra dura foto «macro» de hoy.
Si no hubiera existido ETA, hoy Euskadi estaría entre los países más prósperos del mundo, con mayor dimensión económica, menor problema demográfico, mayor bienestar, y mejores oportunidades para nuestros jóvenes.
Las políticas en curso parecen adecuadas para el «día a día», pero no tienen en cuenta la extrema debilidad reflejada en el punto anterior, y no resuelven el grave problema estructural indicado.
Pero, no estamos poniendo en «valor económico» la paz. En los últimos diez años, el PIB del País Vasco ha crecido menos que el del Estado, un 28,7% frente al 31,9%; y mucho menos que otras comunidades como Cataluña (32,8%) o Madrid (36,2%). Adicionalmente, y de acuerdo a un reciente informe (setiembre 2023), el crecimiento del empleo en el sector privado en Euskadi, en los últimos cinco años, ha sido el menor de España, un 1,8%, frente al 9,3% de Madrid, o el 6,2% del promedio de las autonomías. Por último, seguimos en los últimos lugares en emprendimiento de todas las comunidades autónomas (informes GEM).
Vivimos un momento histórico, con ausencia de violencia, que no se ha producido en más de un siglo, y contamos también con un marco competencial estabilizado, que es singular en Europa.
La reparación del daño económico, el cambio de tendencia necesario, y la recuperación de la posición que tuvo nuestro país hace unas décadas, requiere de un acuerdo de medio y largo plazo por parte de todos, para transformar el país. Se trataría de «activar Euskadi», su capital humano, su capital social y su capital financiero, para ganar competitividad, atraer y retener talento y proyectos, en este nuevo escenario global de grandes retos; y poder afrontarlos en las mejores condiciones posibles para el bien de nuestra sociedad. ¿Nos ponemos a ello?
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