Artículo publicado en El Correo (08/04/2024)
Días atrás, en estas mismas páginas destacábamos una preocupante previsión formulada por la Comisión Europea en relación con nuestra deuda pública: el actual porcentaje de endeudamiento del 107,7% del PIB se dispararía tan solo en diez años hasta el 118,4%. Entre los factores responsables de tal deterioro Bruselas barajaba nuestra pobre productividad y las dotaciones asociadas al envejecimiento poblacional, las pensiones, la sanidad y el cuidado de los mayores. La bendición de la longevidad con que el progreso ha agasajado la vida de los humanos acarrea unos costes de expectativas desaforadas.
Pero hay otros factores paralelos a los citados que multiplican a su vez los requerimientos de la financiación social. Nos referimos a la economía del cuidado.
La economía del cuidado entiende del reconocimiento y valoración de todas las actividades que contribuyen a la atención de las personas, incluido el trabajo no remunerado realizado en los hogares, así como el trabajo remunerado que involucra el cuidado de niños, personas mayores, personas con discapacidades y aquellas que necesitan cualquier tipo de atención especial. Esta doctrina reconoce que el cuidado es fundamental para el bienestar de las personas y para el funcionamiento de la sociedad en su conjunto. La economía del cuidado destaca la importancia de garantizar que el sistema sea equitativo, accesible y de alta calidad para todos, independientemente de su género, origen étnico o nivel socioeconómico.
Este enfoque va más allá de la visión tradicional de una economía centrada en la producción de bienes y servicios, incluyendo el trabajo no remunerado realizado en los hogares, aspectos muchos de ellos que carecen de contrapartida monetaria, esto es de precio, aunque rebosen, como es fácilmente comprensible, en valor.
La pandemia del Covid-19 reveló la importancia crucial del trabajo de cuidado, tanto en términos de la atención directa a personas enfermas como en la atención de niños y personas vulnerables que se vieron afectados por las medidas de aislamiento. La crisis sanitaria puso al descubierto las brechas existentes y la necesidad de invertir en infraestructuras de atención resilientes y sostenibles. Cuando las residencias de ancianos se blindaron y las familias se afanaron por encontrar los cuidados que sus seres queridos necesitaban, la fragilidad de la economía de los cuidados quedó en la más notoria evidencia.
Las atenciones y los cuidados a las personas asistidas -niños, jóvenes y mayores- son una inexcusable contribución social, pero al mismo tiempo pueden funcionar como el motor para el crecimiento, la prosperidad y el bienestar. Invertir progresivamente hoy en la economía del cuidado sería fundamental para garantizar un futuro inclusivo, sostenible y resiliente. Serían, de acometerse con tino y oportunidad, una palanca de crecimiento y productividad, un mediador en la paridad de género, un estabilizador de la desigualdad y un vehículo crucial de gasto social a largo plazo. Pero este tipo de gasto es singular y casi siempre indelegable. Un estudio realizado en 2016 por McKinsey descubrió que el potencial de automatización de los trabajos de un asistente de salud en el hogar, por ejemplo, es solo del 11%, lo que deja al descubierto al menos el 89% de su trabajo. Encaramos unas facetas en las que la tecnología no puede descargarnos de su dimensión emocional.
La gran incógnita reside en la asignación de recursos a las crecientes necesidades de la nueva agenda que irán en detrimento de otras menos urgentes, que se han alojado en los presupuestos del Estado sin que esté del todo clara su oportunidad. Asistimos al reto en servicios cruciales a 8.000 millones de ciudadanos que precisarán de sus atenciones en algún momento de sus vidas. La amenaza radica en la limitación de las disponibilidades públicas y en la clarividencia de las iniciativas privadas.
En 2022, el Foro Económico Mundial volvió a insistir en que invertir correctamente en los empleos sociales, podría generar recompensas triples en términos de rentabilidad del PIB, creación de empleos bien remunerados y movilidad social. ¿Podremos financiar todo esto? No sin enormes dosis de imaginación y esfuerzo. La clave reside en adelantarse a la diversidad de unos hechos consumados que están a punto de avasallarnos.
La ola avanza a una altura inusitada. La iniciativa pública y también la privada deben sacudirse la indolencia ante este reto omnipresente e inaplazable.
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