A veces llegamos a la conclusión de que somos de esa forma de ser, y no podemos cambiarlo, pero no es exactamente así.
Artículo publicado en Empresa XXI (15/04/2024)
El nivel de disrupción que prometen algunos avances científicos y tecnológicos, y la incertidumbre que arrastra el nuevo escenario geopolítico, está despertando un mayor interés en entender cómo podemos preparar nuestras organizaciones para los cambios que están llegando. Está claro que una de las competencias básicas que debemos entrenar es la capacidad de convivir con niveles mayores de riesgo y de incertidumbre.
Todos conocemos personas que aceptan de forma natural mayores niveles de riesgo. Algunas de ellas hasta la imprudencia, asumiendo situaciones que pueden acarrear graves consecuencias (para ellas o para otras). Pero otras lo hacen con criterio, arriesgan y aunque a veces pierden, el balance final resulta positivo ¿Se puede entrenar esta habilidad?
Sin duda hay factores psicológicos y de acumulación de experiencias que van marcando nuestra personalidad. Desde el jardín de infancia se pueden observar diferencias evidentes en comportamiento, y con el paso de los años se va consolidando una determinada actitud, que de alguna forma nos define.
Hay personas que tratan de reducir al máximo cualquier contingencia, cualquier factor de incertidumbre, mientras otras se sienten muy a gusto conviviendo con ciertos niveles de descontrol. Me encanta la cita que atribuyen al legendario piloto de Fórmula I, Mario Andretti, «Si todo está bajo control, es que no estás yendo lo suficientemente rápido».
A las organizaciones les pasa un poco lo mismo (al final, son sumas de personas). La cultura se va decantando en uno u otro sentido.
A veces llegamos a la conclusión de que somos de esa forma de ser, y no podemos cambiarlo, pero no es exactamente así. Independientemente de nuestro perfil psicológico, podemos aprender a gestionar mejor el riesgo y la incertidumbre, y es bueno que desarrollemos las competencias personales y organizacionales que nos ayuden a ello, más en estos tiempos.
Una primera parte tiene que ver con conocer y comprender mejor los riesgos. Tanto su naturaleza, como su probabilidad e impacto. Esto nos ayuda a priorizarlos, para enfocarnos en aquellos que
tienen el mayor impacto. Una vez evaluados, en muchos casos es posible desarrollar estrategias específicas para mitigarlos (reducir su probabilidad y desarrollar planes de contingencia para minimizar sus efectos).
Es evidente que incluso las personas más expertas pueden equivocarse en este cálculo de probabilidades o de impacto (la última pandemia es un ejemplo bastante claro), pero también es cierto que eso ha servido para darle la vuelta como un calcetín a la planificación logística de la cadena de suministro, que ha pasado de ser «just in time» a «just in case», con planes alternativos y redundancias para cubrir cada posible contingencia crítica.
En estos temas, tenemos mucho camino por recorrer en aprovechar las nuevas herramientas y tecnologías disponibles para estudiar datos históricos. Desde software especializado hasta técnicas analíticas, hay una amplia gama de recursos que pueden ayudarnos a identificar, evaluar y gestionar las contingencias de manera más efectiva.
No basta con analizar, calcular y planificar. Es preciso también cambiar la cultura, y conseguir que todo el equipo de profesionales asuma la necesidad de afrontar mayores niveles de riesgo. Y para eso es decisivo cómo reacciona la organización cuando algo no sale de acuerdo con lo previsto (que es lo que razonablemente tiene que pasar cuando te manejas en entornos de mayor incertidumbre).
Si el error se castiga y se entierra, las personas aprenden rápido que asumir riesgos no merece la pena. Si, por el contrario, se dedica el tiempo necesario para reflexionar sobre lo sucedido, identificar lecciones aprendidas, ajustar las estrategias de gestión de riesgos y reconocer que el equipo ha adquirido una experiencia que lo hace más valioso, entonces quedará claro que la organización premia de verdad este tipo de actitudes proactivas ante lo desconocido.
Por último, en un entorno de cambio constante, es importante ser flexible y estar siempre dispuesto a adaptarse a nuevas circunstancias. La agilidad y la velocidad de reacción ante oportunidades o incidentes no calculados ni previstos marca una diferencia fundamental en las organizaciones. La rigidez y la lentitud puede ser letal…
Te dejo con una cita clásica de TS. Eliot, para que te animes a esto de los riesgos: «Solo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos, pueden descubrir hasta dónde se puede llegar».
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