El paso de los años ha deteriorado el magnífico proyecto de la asistencia sanitaria garantizada
Artículo publicado en El Correo (20/05/2024)
Repasemos el guión desde su principio. Comienza por la larga cola para las extracciones de sangre que en un silencio ordenado se forma a primeras horas de cada mañana en los distintos centro de salud. Imaginemos que los análisis que habían ordenado los médicos de cabecera evidencian en el colectivo de esa mañana dos patologías, un cáncer que remitirá a una larga sesión de ciclos de quimio e inmunoterapia, y en otra la extirpación de un tumor y residencia en el hospital durante varias semanas. Imaginemos que en ambos procesos todo sale bien. La pesadilla termina con dos altas jubilosas. La vida comienza de nuevo con normalidad. La normalidad, ese milagro. Bien, pues todo lo relatado concluye sin pagar un solo céntimo, por cero euros. Atención: cero euros. Esto que en Estados Unidos sería una fantasía, una grandiosa quimera, es una realidad para 48,5 millones, el cien por cien de los españoles, además de 2,7 millones de extranjeros con residencia legal en territorio español.
Con la tarjeta de salud, la prestación de asistencia sanitaria garantiza el acceso tanto a los servicios médicos como a los farmacéuticos para conservar y restablecer la salud. El sistema se traduce así en una iniciativa colosal. Una asistencia sanitaria pública, universal, extensible a toda la población, idéntica para la persona rica que para la pobre. La arquitectura legal básica del mismo se clausuró en 2003 con la Ley de Cohesión y Calidad del Servicio nacional de salud que crea Agencias, Comisiones, Institutos y el Consejo Interterritorial.
Para la mayoría de los nacidos en el periodo democrático de la historia de España esta utopía es algo que siempre estuvo ahí. Pero hasta 1989 no se publicó el Real Decreto que declaró universal la sanidad gratuita que ahora disfrutamos y que por circunstancias complejas es sujeto de incontables críticas, invectivas y reproches. Nada más normal en una construcción humana.
Los orígenes de este monumento a la solidaridad se remontan a mucho más atrás y merece la pena honrarlos con una breve enumeración. Es necesario subirse al dron de la Historia. Ella nos dice mucho sobre nuestro tema, por ejemplo, que todo arranca en 1855 con la Ley que instaura la Dirección General de Sanidad, relevada en 1904 por la llamada Instrucción General de Sanidad. Hace 70 años, en el verano de 1934, las Cortes republicanas aprobaron la Ley de Coordinación Sanitaria. Era la primera Ley sanitaria cuyo titular fue Federica Montseny, la primera mujer al frente de un ministerio en España. Con la guerra, el Ministerio quedó abolido en 1937 y las competencias fueron asumidas por el Ministerio de la Gobernación hasta 1977, cuando las sanitarias y de la Seguridad social vuelven a integrarse en un renacido Ministerio de Sanidad.
La historia prosigue: El Ministerio desapareció por un tiempo para unirse al de Trabajo y surgir de nuevo a finales del mismo año, perdiendo unas competencias y adquiriendo otras. Finalmente, la Ley General de Salud de 1986 ajustó sus actividades y prestaciones al marco constitucional, y diseñó la colaboración público-privada. Conforme al principio de descentralización constitucional y tras la disolución del INSALUD en 2002, la competencia sanitaria quedó transferida a las comunidades autónomas. He ahí, pues, un breve relato histórico del proceso trazado para permitir la asistencia a nuestros ciudadanos ‘desde la cuna hasta la muerte.’
No puede ignorarse en esta narración al NHS británico, como precursor de la cobertura universal y considerado uno de los mejores sistemas del mundo. Como anécdota, fue en el Reino Unido donde, por primera vez en la Historia, se estableció una ley nacional para combatir la indigencia, a saber, la Ley de Pobres de 1601.
El paso de los años, como todo lo humano, ha deteriorado un magnífico proyecto. La sostenibilidad de la sanidad pública se encuentra hoy en entredicho en toda España y el creciente descontento de los españoles con el sistema así lo refleja.
Como quiero evitar que se me tache de triunfalista, recuerdo que el 8 de enero pasado ya me anticipé a publicar una columna en estas mismas páginas manifestando los enormes problemas actuales de nuestra sanidad, sugiriendo, de la mano de expertos, algunas alternativas de futuro.
Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
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