Entrevista publicada en El Diario Vasco (02/06/2024)
El tercer hijo de Guibert, el exrector de la Universidad de Deusto, ha presentado el libro ‘La caverna’, en el que relata los detalles del cautiverio de su padre a manos de ETA.
«Ya nos ha costado cogerte, cabrón». La frase, soltada a punta de «pistolón» por uno de los dos terroristas de los Comandos Autónomos Anticapitalistas de ETA que secuestraron a Jesús Guibert el 21 de marzo de 1983, no hacía augurar nada bueno para el industrial guipuzcoano que en ese momento aparcaba su vehículo en el garaje de la casa familiar de Azpeitia, como hacía cada día cuando se dirigía desde Donostia a trabajar como gerente a la fábrica Marcial Ucín S.A. Eran poco más de las nueve y esa mañana ya no llegaría a su despacho.
Guibert, de 55 años, casado con Elena Ucín y padre de cuatro hijos, no opuso resistencia. «Sal y entra atrás», le espetó uno de los asaltantes que de inmediato cogió el volante mientras el otro se sentaba al lado del empresario. Le pusieron unas gafas de soldador para que no pudiera ver nada y salieron a toda velocidad. «Después de muchas amenazas, ya estoy secuestrado. Me han cogido. En mi misma casa, en mi garaje, con mi coche. ¡Qué angustia. Qué miedo!», pensó. Estos detalles son parte de los primeros minutos de 17 largos días de secuestro, narrados por un hijo del empresario azpeitiarra, el sacerdote jesuita y exrector de la Universidad de Deusto, José María Guibert Ucín, en el libro ‘La caverna. Diario del secuestro de un empresario vasco’, (Ed. Catarata). Fueron dos semanas y media de cautiverio en una angosta caverna en el monte Araun tza, en las proximidades de Errezil, un entorno abrupto y de complicado acceso que esta redactora y un fotógrafo de este periódico visitamos el pasado miércoles guiados por el autor del libro. Minutos antes José María Guibert había compartido en la siguiente entrevista los recuerdos de aquellos días, entre los que confesaba que su aita «sufrió toda su vida más por tener que pagar a los terroristas, que por los 17 días de secuestro». Tras una larga negociación, su familia acabó pagando 200 millones de pesetas de los 1.000 que exigieron en un primer momento.
-¿Qué le lleva a embarcarse, 40 años después del secuestro de su padre, en este libro ‘La caverna’?
-En casa de mis padres había tres volúmenes encuadernados de un dossier de prensa que hizo una empresa de Pamplona con casi 500 recortes de artículos, comentarios o notas de prensa. Nunca lo había leído en detalle. Mi padre lo tenía en el despacho. A finales de mayo del año pasado, cuando finalicé mi etapa de rector, me planteé leerlo despacio y ver si podía sacar algún mensaje o algo para escribir. Enseguida empecé a investigar y vi que se podía escribir una historia en la que mi padre, a través de los recuerdos de familiares y amigos, habla en primera persona reflexionando sobre lo que pasó. También relato lo que dicen los agentes sociales y explico cómo fue la negociación con los miembros de los CC AA, gracias a la aparición hace tres años de un diario con notas minuciosas de las negociaciones.
-¿Qué objetivo se ha marcado con la publicación de este relato?
-Contar la historia de mi padre, que se sepa lo que pasó y que no se olvide. Es un homenaje hacia él. Quería sacar a la luz este pasaje histórico doloroso y que sirva para recordar que en este país se ha sufrido mucho y también se ha callado mucho. Porque esto pasó y es preciso que se reconozca que fue así y que se pueda opinar. Valoro también el rol del empresario y su función social. Lo escribo con un tono positivo en el sentido de que hay que tirar para adelante y ser capaz de dar una segunda oportunidad.
-¿Por qué cree que se fijaron en su padre?
-Cogían a empresarios por dinero. Hubo 15.000 cartas de extorsión. En diciembre cogieron a Saturnino Orbegozo en Zumarraga, en enero a Miguel Echeverría de Legazpi y en marzo a Jesús Guibert. Tres secuestros seguidos cada dos meses de gente del valle. El objetivo era el dinero. No había nada más.
-¿En la familia vivían preocupados por la amenaza de ETA?
-Toda la vida hemos estado preocupados. Siempre. Desde las primeras cartas amenazantes.
-¿Cuándo conocen los hermanos la existencia de esas cartas?
-Cinco años antes del secuestro, la Guardia Civil nos dijo un día que nos teníamos que ir de Donostia. Nos fuimos todos a Canarias y conocí la isla porque tuvimos que escapar de San Sebastián por culpa de ETA. Mi hermana que iba a entrar en Derecho se tuvo que ir a Madrid a estudiar. Y a mi padre y a mi tío Pedro les pusieron escolta, pero pasado un tiempo dijeron que no podían aguantarla más y se la quitaron. Había habido antes otros dos intentos de secuestro que no se pudieron materializar.
-¿Qué sintió cuando supo de la existencia de la amenaza?
-Impotencia por la situación de presión y de mafia que vives. La amenaza permaneció hasta el final de ETA. En 2010 Adegi anuncia que se habían recibido cartas de ETA. Una de esas misivas de esa última remesa también le llegó a mi padre.
-¿Qué ocurrió exactamente aquel 21 de marzo del 1983?
-Cada mañana, a las ocho, llamaba a la fábrica para saber cómo había ido la noche. Luego salía de casa en Donosti y llegaba a Azpeitia para las nueve. Ese día al llegar, como de costumbre, entró en el callejón de Foru Ibilbidea 11, accedió al garaje y en ese momento se le abalanzaron dos tíos con un pistolón. Se metieron en su coche y salieron corriendo de Azpeitia. La telefonista de la empresa vio que el coche de su padre salía del garaje de culo, una maniobra que nunca hacía, pero no le dio más importancia. En el colegio que había al lado algunos niños dijeron que habían visto pistolas, las andereños no entendían nada y empezaron a preocuparse. Los de la fábrica decidieron ir al garaje y vieron que no estaba el coche y que la puerta estaba abierta. Llamaron a mi madre a San Sebastián y tampoco sabía nada… Poco después se confirmó que le habían secuestrado. Yo estaba en Valladolid. Cogí un tren y al llegar a casa me encontré a la ama llorando. Recuerdo el abrazo que nos dimos los cuatro hermanos con ella en el vestíbulo de la casa.
–¿Pensaban en el peor desenlace?
-Los que llevaron todo el tema de la negociación del secuestro actuaron con mucha sangre fría, porque enseguida vieron que era un tema de dinero. En mitad del terror, del pánico, hubo sangre fría para decir: ‘Mira, a estos les interesa éste vivo, mucho más que muerto, porque lo que quieren es dinero’. La Policía decía a la prensa que no había que pagar, que era un delito. Pero luego en privado decían: ‘Haced lo que podáis, entendemos que paguéis, que tenéis que salvar la vida del padre’.
-¿Su padre había pagado el denominado ‘impuesto revolucionario’ en algún momento?
-Pues no sé, supongo que sí, pero no sé. Nunca he visto nada que tuviera relación con algún pago, ningún billete ni ninguna reunión. Yo no estuve en nada de eso.
-¿Les asaltarían miles de dudas sobre si pagar o no, sobre si era o no ético porque con ese dinero se financiaba el terrorismo?
-Penalmente no se puede pagar, pero está claro que no van a ir contra ti. Ha habido casi 50 secuestros de ETA, una buena parte de ellos a empresarios por «motivos económicos». Todos los que han salido vivos han pagado un rescate. De hecho, algunos que fueron liberados por la Guardia Civil luego tenían que pagar en unos plazos u otros. Era como una mafia. Sabían generar terror y miedo. Entonces la pregunta es: ¿Se puede pagar? ¿Es ético pagar? No es antiético pagar un chantaje, se entiende que se hace por necesidad, por tu familia, por ti mismo, por la empresa, por los empleos, por lo que sea… No se puede exigir no pagar. Lo mismo que no se puede exigir reconciliarse. Tanto en lo penal como en lo ético se justifica así. Mi padre comentó alguna vez que personalmente le parecía durísimo tener que pagar. Decía: «Este tema es algo que llevo con mucho pesar. Lo siento como un drama. Me hace ser humilde y respetuoso. Lo vivo en silencio’. Lo que más sufrió en su vida mi padre fue tener que pagar a los terroristas, más que los 17 días de secuestro en aquel agujero infernal y los 40 años de amenazas.
-En su libro se detiene también en las consecucias del acoso a los empresarios…
-Está claro que el ataque continuo a empresas y empresarios afectó a las vocaciones empresariales y, ahora, el País Vasco no tiene índices destacados en lo que respecta al emprendimiento. Cincuenta años de ataque al mundo empresarial no pasan en balde. Se dañó el gen emprendedor y hoy faltan miles de empresarios.
-Cuando fue liberado, apareció de madrugada solo en casa… ¿Qué recuerda de aquel momento?
-Llegó a San Sebastián en el coche de unos jóvenes que le recogieron en la carretera de Meaga donde le habían dejado los terroristas con un pasamontañas, que no se podía quitar hasta después de media hora, y una linterna de petaca. Uno de aquellos jóvenes le reconoció. ‘Es Jesús Guibert…’, les dijo a sus amigos, entre ellos una chica que era sobrina de Inaxio Uria. Le llevaron en el coche hasta San Sebastián y mi padre les pidió que le dejaran en la calle San Martín, un poquito antes de su domicilio, en la calle Zubieta, para que no se metieran en un lío.
-¿Le vio cómo entró por la puerta de casa?
-Fue un poco caos, porque mi padre abrió con su llave -los terroristas le quitaron las llaves y la cartera y el último día se lo devolvieron-, pero tocó el timbre… Había Policía vigilando, pero no se enteraron de que era él. Así que entró en casa, vio a la ama, la abrazó, la besó y se fue directamente al dormitorio y al baño. Nosotros no le vimos al llegar. Era la una de la mañana y nos estábamos acostando. Alguien dijo: ‘¡Está el aita, está el aita!’. Una hermana interpretó que era una broma y se enfadó -en casa hacemos muchas bromas-. ‘Que sí, que sí, que está en el baño!’, dijo alguien. Pero no le vimos hasta que fue al salón donde nos quedamos a esperarle.
-¿Qué aspecto tenía?
-Estaba emocionado. Apareció con el pijama, el batón y las zapatillas, duchado, afeitado y con cinco kilos menos. Nos abrazamos. Se sentó en su butaca… Recuerdo que no quería tomar nada y cuando le dijeron: ‘Tenemos mamia’, dijo que eso sí. Tomó un par de cuencos y le dio un corte de digestión. Su estómago no estaba preparado para tomar algo frío. De hecho no pudo ir a la rueda de prensa del día siguiente porque estaba mal del estómago. También tuvo un problema en un ojo por una caída al salir del zulo. Se le había metido una astilla de una rama. Uno de mis tíos, que era vecino del oftalmólogo Munoa, le avisó, vino a casa esa misma noche y le extrajo la astilla. Estuvo unos días con gafas de sol por la herida, pero también porque no aguantaba la luz después de tantos días encerrado.
-¿Cómo fue la mañana siguiente?
-Mi tío Javier, que había hecho de portavoz de la familia, fue el que informó a la prensa. Dos días después ya compareció el aita. El lunes le llevé a Azpeitia, pero primero pasamos por el lugar donde le habían liberado y allí encontró el pasamontañas que le obligaron a ponerse y que había dejado escondido detrás de una piedra.
-¿Trataron de seguir ese camino para intentar buscar la cueva donde había estado cautivo?
No. Fuimos a la fábrica y saludó a todos los empleados. Lo que quería era tratar de retomar su vida.
– ¿Pero ya no volvió a ser igual a la que tenía antes del secuestro…?
-Pensó que la pesadilla había terminado, que ya le dejarían en paz, y que su capítulo había concluido. Se sentía protegido, digamos…
-Los miembros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas José Ignacio Arruti Agirre y Antonio Agirre Aristondo, sus guardianes, fueron condenados por estos hechos. ¿Qué les contaba sobre ellos?
-No les vio la cara porque iban cubiertos siempre con pasamontañas. Le gustaba esa idea de que estuvieran tapados porque eso quería decir que le querían vivo. Él pensaba: ‘Si no quieren que les conozcan, será que querrán soltarme’. Pensaba que valía más su vida y tenía más posibilidad de ser liberado, si mantenían su rostro tapado. Los consideraba como unos ‘pobres hombres’. No mostró nunca odio o rencor.
-¿Cómo fue la convivencia en el zulo?
-Fue él quien tuvo que pedir mejor comida porque al principio se alimentaban de chocolate, pan y algún embutido. Mi padre les decía: ‘En la cartera que me habéis quitado tengo dinero, id a comprar tortillas allí a Benta Berri…’. Ellos le decían: ‘Pero si no sabes dónde estás’. Y claro que lo sabía. De noche se veía el resplandor del pueblo de Azpeitia y sabía dónde podía estar. Los secuestradores hicieron caso y consiguieron un hornillo y más comida. Por la noche salían del zulo para estirar las piernas, hacer sus necesidades y comer algo. Mi padre era el que hacía la cena, el café con leche, la sopa caliente…
-¿Tuvo consecuencias físicas por aquel encierro en ese agujero tan pequeño?
-No y eso que había mucha humedad y tuvo que estar dos semanas y media en posición horizontal.
-En las últimas páginas del libro relata la despedida en el momento de la liberación…
-Les dio la mano y quiso dejarles un mens aje final que estuvo preparando días antes: ‘Tenéis que dejar esto y, si queréis ir por otro camino, nos vemos en bodegas o en una sidrería. Os deseo suerte’.
Jesús Guibert acompañó a toda la familia, esposa, hijos, nietos y sobrinos incluidos, a una visita al lugar del cautiverio 25 años después
DV recorre junto a José María Guibert prácticamente el mismo trayecto de monte que los terroristas obligaron a hacer a su padre el 21 de marzo de hace 41 años. Antes de acceder al zulo le tuvieron unas horas encerrado en una especie de almacén en los alrededores. De noche Jesús Guibert, fallecido hace 10 años, hizo el recorrido por el monte con unas gafas de soldador y una capucha. «No veía nada, tenían que sujetarle de un brazo para guiarle por el camino hasta el zulo», explica su hijo.
-¿Recorremos el mismo trayecto que hizo su padre?
-Prácticamente, porque hasta la noche pasó una horas encerrado en una especie de almacén. Tras hacer unos 8 kilómetros en coche desde Azpeitia, en el camino de Errezil hay dos caseríos y una carretera por la que se accede a un paseo horizontal, una pista que se recorre en algo menos de 10 minutos. Se llega a una fuente y ahí comienza el trayecto más difícil, una subida bastante empinada de unos 300 metros entre hierba y árboles hasta llegar a la pared donde se halla la cueva. Aquella noche, en ese último tramo pronunciado, cuesta arriba, sobre hierba, tierra y piedras, le empujaban por la espalda para que pudiera subir. Cuando llegaron les dijo: ‘Hemen? ¿Aquí voy a estar?’. Se le cayó el alma a los pies.
-¿Les explicó cómo era el lugar?
-Cuento en el libro que su primera impresión fue decir ‘¡Qué cosa más cutre!’. Era es un orificio horizontal. La boca de la cueva no llegaba a un metro de alto, y metro y medio de ancho. Por dentro, el agujero tenía cuatro metros de fondo para albergar a tres personas que tenían que pasar las horas en horizontal. Pensó que aquellos terroristas no tenían muchos medios. Y se le hizo muy crudo pensar que iba a pasar los días allí encerrado. Para animarse, se esforzaba en confiar que no fueran muchos. En la cueva le habían dejado un saco de dormir y unos calcetines de monte. Se los puso, se metió en el saco y se tumbó al fondo sobre unos plásticos, mojados y medio embarrados, que estaban dispuestos sobre la roca a modo de aislante.
-¿Cómo fue esa primera noche?
-Allí además del silencio, se mascaba tensión y nervios. Le costó mucho hacerse al sitio y buscar una postura mínimamente soportable. Al parecer ya sobre las diez u once de la noche, en medio del silencio fue cuando ya comenzó a creer que ya no le matarían. Fue superando el susto que se llevó en el camino hasta la cueva. Al ser tan raro y aparentemente tan apartado de zonas habitadas pensó en lo peor.
-¿Su padre volvió al lugar del secuestro?
-Lo hizo cuando ya tenía 80 años. No pudo llegar hasta el final, se quedó en el tramo anterior del camino junto a una fuente. Habían pasado 25 años del secuestro y ese día reunimos a toda la familia, los aitas, los hijos, nietos y sobrinos. A mi madre le subimos entre todos en volandas ese último tramo de pedregal. Vimos el sitio. Hicimos una oración, con un texto que se atribuye a San Francisco de Asís. Yo llevé unos papeles y los leímos entre todos. Dimos gracias a Dios de que salió vivo. Y pedimos por la paz y reconciliación. Tras la excursión comimos juntos en un restaurante allí cerca, en Errezil, el mismo lugar donde mis padres habían celebrado el banquete de su boda en 1957, esto es, 51 años atrás. Ellos le decían: ‘Pero si no sabes dónde estás’. Y claro que lo sabía. De noche se veía el resplandor del pueblo de Azpeitia y sabía dónde podía estar. Los secuestradores hicieron caso y consiguieron un hornillo y más comida. Por la noche salían del zulo para estirar las piernas, hacer sus necesidades y comer algo. Mi padre era el que hacía la cena, el café con leche, la sopa caliente…
-¿Tuvo consecuencias físicas por aquel encierro en ese agujero tan pequeño?
-No y eso que había mucha humedad y tuvo que estar dos semanas y media en posición horizontal.
-En las últimas páginas del libro relata la despedida en el momento de la liberación…
-Les dio la mano y quiso dejarles un mens aje final que estuvo preparando días antes: ‘Tenéis que dejar esto y, si queréis ir por otro camino, nos vemos en bodegas o en una sidrería. Os deseo suerte’.
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