Ruge más que explica y promete más de lo que podrá recuperar de la maltrecha economía argentina, lo que hace un flaco favor a la causa liberal moderada
Artículo publicado en El Correo (01/07/2024)
La entrega de la Medalla Internacional de la Comunidad de Madrid por parte de Ayuso al máximo dignatario argentino Javier Milei ha constituido un acto abracadabresco que ha conducido -y esto es lo que aquí nos atañe- a una confusión en el género de militancia intelectual del líder porteño. Despliega el argentino adhesiones enardecidas en torno a sus pretendidas soflamas liberales, especialmente por su confrontación con el socialismo, sin que a ciencia cierta Milei sea un liberal en el sentido estricto.
Para comprenderlo es crucial un breve surfeo por la historia de las doctrinas económicas. El liberalismo clásico, que emergió en los siglos XVIII y XIX, se centra en la protección de las libertades individuales,
la propiedad privada y el libre mercado. John Locke y Adam Smith son sus exponentes. Locke, en ‘Dos tratados sobre el gobierno civil’ (1689), defendía los derechos naturales de los individuos, incluyendo la vida, la libertad y la propiedad. Smith, con ‘La riqueza de las naciones’ (1776), abogaba por la división de trabajo en un mercado libre para promover la prosperidad y el bienestar general, alertando de que «una mano invisible» asignaba recursos y precios de la mejor forma posible. Asistimos a un liberalismo larvario y enunciativo.
A medida que la sociedad industrial avanzaba, surgieron críticas sobre las desigualdades generadas por el liberalismo clásico. Así, el liberalismo social comenzó a ganar terreno proponiendo una intervención del Estado para corregir las injusticias sociales y económicas. John Stuart Mill, en ‘Sobre la libertad’ (1859), precursor avanzado de John Rawls, con ‘Una teoría de la justicia’ (1971), son figuras destacadas. Mill enfatizaba la importancia de la libertad individual y reconocía la necesidad de intervenciones para asegurar la igualdad. Rawls introdujo el concepto de «justicia como equidad».
El término de «neoliberalismo» representa una renovación más radicalizada del siglo XX, destacando la reducción del papel del Estado en la economía. Friedrich Hayek y Milton Friedman son dos de los más influyentes. El radical Hayek, en ‘Camino de servidumbre’ (1944), alertaba de los peligros del control estatal que, según él, conduciría inevitablemente a la pérdida de libertades individuales. Friedman, en ‘Capitalismo y libertad’ (1962), defendía que el libre mercado es esencial para la libertad individual y la eficiencia económica. Sus ideas ganaron peso en los 70 y 80, influyendo en las políticas económicas de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. El neoliberalismo, concluiríamos, es más tajante que el liberalismo clásico. Autores como David Harvey y Joseph Stiglitz han criticado sus políticas.
Que Javier Milei se haya convertido en una figura prominente del liberalismo exacerbado y vehemente hace un flaco favor a la causa liberal moderada. Milei ruge más que explica. Promete más de lo que podrá recuperar de la maltrecha economía argentina. Eso no obsta para que principios como la libertad, la propiedad privada o el derecho a la vida que propugna tengan una validez permanente.
Milei es directamente un libertario que ocupa el ala extrema del antiestatismo. Y ese es un camino difícil de rodar, máxime cuando se empeña en un debate intelectual al límite con el socialismo.
Ese camino, decimos, es difícil de aceptar. Socialismo y liberalismo no ofrecen hoy diferencias irreconciliables. El estado del bienestar que comparten es prácticamente el mismo. Las diferencias residen en el relato, en los decibelios y en el enquistamiento dialéctico en los foros públicos. El liberalismo civilizado asume que compete al Estado democrático garantizar una razonable nivelación de las oportunidades de sus ciudadanos, aunque defienda que los resultados económicos logrados por los individuos en la lucha por sus metas se entiendan como mérito individual.
Milei es el libertario más reciente que retumba en los foros internacionales. Hay que esperar a que el árbol produzca sus frutos para examinarlos.
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