Considera que Pradales está «marcando su propio perfil político» y defiende la necesidad de impulsar un pacto ético.
Entrevista publicada en El Correo (15/09/2024) | David Guadilla.
María Silvestre (Barcelona, 1967) lleva años desentrañando los entresijos de la realidad social vasca. Doctora en Ciencias Políticas y Sociología y exdirectora de Emakunde, actualmente es investigadora principal del ‘Equipo Deusto Valores Sociales’, conocido como Deustobarómetro. Silvestre alerta sobre los riesgos a los que se enfrenta la democracia y valora la decisión de Imanol Pradales de presentar un pacto ético.
– ¿Necesita Euskadi un pacto ético?
– No solo Euskadi, sino la política en general. Hay que sentar las bases de los principios éticos en los que debe basarse la confrontación porque estamos llegando a un punto en el que no se respetan. Y eso genera mucha distancia y desafección. Las democracias como sistema político están en riesgo. Y parte de esa responsabilidad está en la propia dinámica política y en el comportamiento de los partidos.
– El decálogo que presentó Imanol Pradales es un listado de principios que en teoría deberían ir de serie en la política y en la vida en general. ¿Tan mal está la cosa como para tener que ponerlos por escrito?
– Ponerlo negro sobre blanco creo que es importante porque por lo menos reconoce la preocupación y que hay un problema.
– Se habla mucho de un cambio de formas de Imanol Pradales respecto a Iñigo Urkullu. ¿Hasta qué punto la sociedad lo valora? ¿O en qué momento la gente dice, ‘vale, es un bonito gesto, pero ahora pasa a los hechos’?
– Lo que está haciendo Pradales, y además creo que debe hacerlo, es marcar su propio perfil político. Tiene que crear su propia imagen, darse a conocer, la gente tiene que empezar un poco a entender cuál es su proyecto, cuáles son sus formas. De Urkullu se valoraba que fuera una persona mesurada, que no levantara la voz. Creo que Pradales está sentando un perfil personal más proactivo, con más ganas, con más proyección, pero tampoco veo una gran ruptura.
– Sí parece que hay una apuesta por cambiar Osakidetza.
– Cuando se celebraron las elecciones la gente pedía un cambio en muchas políticas, incluida Osakidetza. Pero no había un suspen so generalizado hacia la gestión del Gobierno vasco. La evaluación no era tan negativa. Otra cosa es la evolución de la percepción. Se ha incrementado la preocupación porque la ciudadanía valora mucho la sanidad pública. Había una demanda para que se hiciese algo y Pradales se ha dado cuenta.
– ¿Es verdad que Euskadi ahora mismo es una isla política respecto a lo que sucede en el resto de España?
– Sí, creo que Euskadi políticamente ahora mismo es diferente. Tiene una menor confrontación. ¿A qué se debe? Por un lado, el pasado reciente del terrorismo y el intento por construir una convivencia política que no repita los mismos errores. También que es un sistema político que desde el principio se ha basado en la coalición. Y otro elemento es que aquí el PSOE y el PP, que son los que representan ese bipartidismo, en Euskadi no juegan ese papel.
– Sobre el tema del terrorismo, las fotografías de los presos de ETA, las quejas de las víctimas… ¿Se demuestra que hay heridas que no están cerradas y que igual no se llegan a cerrar nunca?
– Es un pasado reciente. Estamos en camino de construir ese marco de convivencia y todavía ese mínimo ético en algunos partidos y sectores no está del todo asumido. Necesitamos tiempo, trabajo, cierto cambio generacional… No podemos equivocarnos tampoco en la transmisión de los valores a los jóvenes, de los principios y de nuestro pasado para poder ir salvando esos déficits. Pero creo que la sociedad vasca en poco tiempo ha evolucionado muchísimo. Hemos sido una sociedad que, mientras ETA existía, le daba mayoritariamente la espalda a las víctimas y estaba ciega de lo que estaba ocurriendo. Y eso, en muy poco tiempo, yo creo que se ha revertido significativamente.
– ¿En qué medida influye políticamente a EH Bildu no condenar
el terrorismo?
– EH Bildu es un partido normalizado, que participa políticamente en las instituciones. Y creo que ahí ha habido un cambio muy significativo. Tiene un gran apoyo entre la gente joven, y ahí influye poco el tema del terrorismo porque no existe esa memoria, ni ese recuerdo. Le hace más daño entre las generaciones que sí tuvieron la vivencia de lo sucedido.
– ¿Vivimos en una sociedad exigente o en una sociedad acomodada? Esa expresión de que «nos
quejamos de vicio», por decirlo de alguna manera.
– Entre la palabra exigente y acomodada tendría que hablar de acomodada. Gran parte de la sociedad vive bien y es poco crítica, hay poca exigencia de rendición de cuentas. Pero cuidado, porque también hay un porcentaje de la población, que ronda entre el 17, el 20, a veces incluso el 25%, que vive situaciones de necesidad.
– Es mucha gente. ¿Se pueden romper las costuras sociales?
– También es población más vulnerable, población que está más en los márgenes y que normalmente no suele participar en política. Si analizamos por ejemplo el grado de abstención en cualquier ciudad, vemos que los barrios en los que la renta per cápita es más baja y la tasa de paro es más alta es donde menor participación política hay.
Inserción social
– ¿Pero esa desigualdad no es un problema político?
– Hay diferentes grados de desigualdad. Hay familias que tienen que hacer serios esfuerzos para llegar al final de mes. Son familias normalizadas, incluso con trabajo, y que normalmente reciben ayudas o prestaciones sociales, pero que también están en la precariedad. El empleo como elemento de inserción social no es válido ya en todos los casos debido a los bajos salarios o a la precariedad en los modelos de contratación. Y eso hay que tenerlo en cuenta.
– ¿Esa situación es un caldo de cultivo para que crezca el populismo y los discursos antiinmigración?
– Si fallamos en el modelo de integración social y hay gente que se siente descolgada es cuando surgen los miedos y la incertidumbre. Se señala al otro como el enemigo que te amenaza. Y es un discurso que está calando.
– ¿Es posible hacer un debate sobre inmigración sin caer en la demagogia?
– Es difícil. Es que claramente considero que la migración no es un problema. Es un fenómeno sociológico universal. Durante la historia de la humanidad los seres humanos han migrado. Lo que está generando un problema es la gestión de ese proceso y cómo determinados partidos lo usan para definir al enemigo y para generar contextos de miedo de forma sumamente demagógica y peligrosa.
– ¿Pero no se peca a veces también de un cierto buenismo al analizar la inmigración?
– No es caer en el buenismo afirmar que la migración no es un problema. Lo que no se puede hacer es criminalizar al migrante y convertirlo en el objeto de nuestros odios y volcar en esa persona la culpa de todos los problemas sociales y económicos que tiene una sociedad porque es falso.
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