Ochenta años después, cuesta entender el silencio de Pío XII
Artículo publicado en El Correo (14/09/2024)
Desde que tengo uso de razón, luego siendo todavía un adolescente, una cuestión me ha estado rondando en la cabeza: cómo explicar que un país que ha generado personajes como Beethoven, Bruckner, Kant, Hegel, etcétera haya sido capaz de crear ese monstruo anti-judío que se concretó en última instancia en la Shoah, en el exterminio de los judíos.
Recuerdo que tuve ocasión de abordar esta cuestión, con alguna insistencia, con dos amigos ya fallecidos que habían estudiado en Alemania. Estoy hablando de Paco Garmendia y de Joseba Arregui. Venían a decirme que era consecuencia del trato que recibieron los alemanes al finalizar la I Guerra Mundial. Lo que también explica, al menos parcialmente, que Hitler llegara al poder con la fuerza de los votos.
El 2 de marzo de 2020 el Papa Francisco ordenó abrir los Archivos Vaticanos en lo referente, entre otros temas, al pontificado de Pío XII. Era algo que estaban esperando ansiosamente los historiadores. Este verano he abordado el tema desde la perspectiva del comportamiento de la Iglesia en aquellos tiempos en relación al nazismo y, más concretamente, en relación a los judíos. Y he leído mucho sobre este tema. Señalo aquí dos excelentes libros que analizan los comportamientos de la jerarquía católica en la II Guerra Mundial, publicados uno este mismo año y otro en 2023, luego ya consultados los Archivos Vaticanos tras su reciente apertura.
El primero de ellos es de Nina Walbousquet, ‘Les âmes tièdes. Le Vatican face a la Shoah’ (‘Las almas tibias. El Vaticano frente a la Shoah’. La Decouverte. 468 páginas). Incluye una excelente bibliografía y una lista de nombres citados. La autora es una historiadora que ha pasado tres años en Roma estudiando los Archivos Vaticanos. Nos da un texto magnífico, muy ponderado, en el que se encuentran más datos que opiniones, lo cual se agradece mucho. Andrea Riccardi (‘La guerra del silencio. Pio XII, el nazismo y los judíos’. Editorial San Pablo, 2024, 492 páginas, traducido del original italiano) nos entrega otro gran
libro que complementa al anterior. Riccardi es historiador y creador de la Comunidad Sant’ Egidio.
Reside en Roma y se ha pateado los largos pasillos del Archivo Vaticano. Ya había escrito anteriormente varios textos sobre el tema. Ahora estoy leyendo ‘L’hiver le plus longue. 1943-1944’ (‘El invierno más largo’. Desclée 2017). Se lee con congoja, casi como si fuera una novela coral, cuyo protagonismo es el de los judíos romanos.
Si Walbousquet pone el acento en las víctimas de la Shoah –el segundo capítulo de su libro se centra en Brasil, lugar al que muchos escapaban del horror nazi–, Riccardi lo hace en los entresijos del Vaticano en sus tomas de decisiones –algunas, muy relevantes–, que explican no pocas de ellas.
De forma, necesariamente breve, subrayaría esto: Pío XII, luego también la Curia vaticana, estuvieron puntualmente informados de la exterminación sistemática de los judíos, la Shoah. Sin embargo, Pío XII nunca lo condenó explícita y claramente, pese a la insistencia de muchos, católicos comprendidos. Aunque hay que añadir, inmediatamente, que actuó con determinación, energía y constancia en su ayuda. En vías diplomáticas y físicas, particularmente en Roma. No solo Pío XII y la Curia romana –nombró a Tardini y a Montini, futuro Papa Pablo VI–, sino también el propio pueblo romano y, subrayo por el tenor de estas líneas, parroquias, conventos y demás centros religiosos (católicos y protestantes). En el caso de los católicos, valiéndose de la territorialidad vaticana de esos centros, respetada por los nazis alemanes en general, con alguna excepción, como la invasión de la inmensa basílica de San Pablo Extramuros.
Los judíos como primeras víctimas son señaladas ya desde comienzos de 1942, como apunta un sacerdote –Pirro Scavizzi, que viajó a Polonia– en la primera de sus cuatro cartas a Pío XII, en fecha coincidente con la conferencia de Wannsee, donde se aprobó la exterminación de los judíos. Luego, antes de Wannsee, ya había comenzado la caza al judío (antes ya a los polacos).
Hay que añadir que la Iglesia se preocupó en primer lugar por ella misma, por las consecuencias que se podrían derivar de su condena al nazismo si lo condenaba expresamente. Riccardi señala que Pío XII quedó muy impresionado por las consecuencias que sufrió Holanda cuando sus obispos condenaron, con pelos y señales, las atrocidades nazis en su país. Tenía ya escrito un texto de dos páginas que quemó al saber lo sucedido en Holanda.
Ochenta años después, a no pocos, entre los que me cuento, nos cuesta entender el silencio de Pío XII. Y el argumento del mal menor no me satisface, máxime cuando lo mantuvo una vez la guerra concluida. Tampoco me basta saber que recibió infinidad de agradecimientos por parte de muchos judíos. Pero me hace pensar en tantos silencios ante el franquismo y ante ETA. Un tema quizá para otra ocasión.
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