La diferencia radica no solo en los resultados, sino en la actitud.
Artículo publicado en Empresa XXI (15/12/2024)
Siempre me ha parecido que la diferencia entre los términos «invencible», «invicto» y «vencedor» trasciende lo semántico. Es un reflejo de filosofías de vida, resiliencia y del arte de enfrentar derrotas. Mientras que «vencedor» se refiere a quien logra triunfar en una contienda o desafío, «invencible» implica la imposibilidad de ser derrotado, mientras que «invicto» simplemente denota que hasta el momento no se ha sufrido una derrota. La diferencia radica no solo en los resultados, sino en la actitud y el significado que cada palabra encierra.
Un ejemplo curioso proviene del mundo del ajedrez. Ya sabréis que Humphrey Bogart, legendario actor de Hollywood, era también un apasionado ajedrecista. Aunque no era un jugador profesional, su habilidad para mantener a raya a sus oponentes le hacía destacar en los círculos donde competía.
Se dice de él que «era difícil de ganar», aunque tampoco era invencible. Bogart entendía que el ajedrez no solo trata de evitar la derrota, sino de aprender de cada partida, incluso de aquellas que terminan con un «jaque mate» en contra. Este enfoque revela una fortaleza interna: aceptar que ser «invicto» no es lo esencial, sino mantenerse en pie para la siguiente partida.
Del otro lado del espectro, encontramos una inspiradora historia de invencibilidad en Nelson Mandela. Durante sus largos años de encarcelamiento en Robben Island, Mandela encontró fortaleza en el poema *Invictus* de William Ernest Henley. Sus versos finales -«Soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma»- resonaron profundamente en él, simbolizando una invencibilidad espiritual. Mandela no salió de la prisión sin cicatrices, pero tampoco con el alma derrotada. Su ejemplo ilustra que la verdadera invencibilidad no reside en el escudo, sino en la capacidad de seguir adelante con dignidad, incluso frente a la adversidad más extrema.
La película dirigida por Clint Eastwood, que eligió precisamente el título *Invictus*, retrata cómo Mandela utilizó el deporte como herramienta para unificar a una Sudáfrica dividida. Liderando desde el ejemplo, inspiró al equipo de rugby nacional a enfrentarse a oponentes más fuertes, no con la garantía de ser invencibles, sino con la determinación de luchar hasta el final. El triunfo del equipo en el Mundial de 1995 fue un testimonio de cómo la unión y el espíritu pueden superar barreras aparentemente insalvables.
Otro ejemplo muy cercano a mi corazón es *El viejo y el mar* de Ernest Hemingway. Santiago, el viejo pescador, lucha incansablemente contra un pez espada gigantesco, enfrentando no solo las fuerzas de la naturaleza, sino también los límites de su propio cuerpo. Aunque finalmente pierde el pez ante los tiburones, su dignidad y su espíritu permanecen intactos. Santiago demuestra que ser invencible no significa ganar todas las batallas, sino enfrentarlas con coraje y determinación.
En el ámbito de la gestión empresarial, Simon Sinek en su libro *El Juego Infinito* explica que los líderes más exitosos son aquellos que adoptan una mentalidad de largo plazo, entendiendo que el éxito no es un objetivo fijo, sino un camino continuo.
Este enfoque resalta la importancia de la resiliencia y la adaptabilidad, cualidades que son esenciales para cultivar una verdadera invencibilidad tanto en las organizaciones como en las personas. Un líder vencedor no es quien nunca pierde, sino quien sabe transformar las derrotas en pasos hacia un propósito mayor.
En síntesis, ser invicto es un estado temporal, ser invencible es una actitud permanente, mientras que ser vencedor es un reconocimiento a un logro puntual.Humphrey Bogart, en su manera relajada de abordar el ajedrez, y Nelson Mandela, con su inquebrantable fortaleza moral, ilustran cómo la verdadera grandeza no radica en evitar derrotas, sino en transformarlas en aprendizajes y mantener el espíritu firme ante cualquier reto. Al final, la vida no se mide por la cantidad de victorias, sino por la calidad de las batallas enfrentadas y el coraje con el que seguimos adelante. Vuelvo a Hemingway para despedirme. Los consejos que se da a sí mismo el viejo pescador volviendo a puerto me sirven a mí, por eso te los cuento, con mis mejores deseos para el nuevo año. «No seas idiota – dijo en voz alta -. Y no te duermas. Gobierna tu bote. Todavía puedes tener mucha suerte.»
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