Artículo publicado en Deia (02/03/2025)

Supongo que no soy el único que al ver por televisión el encuentro entre Trump y Zelenski en el Despacho Oval sintió una reacción de repugnancia moral casi física. Como si más allá de las posiciones políticas de cada cual, hubiera un muy profundo fondo de valores morales aprendidos desde pequeño que estaban siendo violados en directo. Es bueno manifestar discrepancias políticas profundas, por supuesto. Es correcto negociar con dureza las posiciones de cada cual, sin duda. Pero algo muy dentro nos dice que hay principios de respeto interpersonal e interinstitucional que no deberían vulnerarse.
Trump, ya lo sabemos, se muestra amable con los dictadores. Más los admira cuanto más crueles e insensibles son a las necesidades de su gente. Tiene sentido: cuanto estos mandatarios menos defiendan los derechos y libertades de sus ciudadanos, más fácil será hacer negocios con ellos. Por eso le resulta fácil entenderse con un hombre tan razonable para con sus cosas como Putin. Los líderes democráticos son en cambio como un grano en el culo: por un lado, tienen normas y opiniones públicas con medios libres que limitan su marco de maniobra; por otro lado tienen sistemas parlamentarios y judiciales que les controlan; finalmente tienen una extraña necesidad de someterse a reglas de comprobación y verificación de los hechos, a los que se sienten ridículamente comprometidos. Trump se entiende mejor con quienes pueden negociar más libremente, sin esas tontas servidumbres. Esos son los líderes verdaderamente interesantes. Eso sí que es poder. Ellos sí que son admirables y envidiables.
Trump ha aplicado con Zelenski un viejo método de negociación basado en el péndulo: primero te halago, luego te insulto, y así movemos el péndulo unas cuantas veces hasta que se te haga insoportable y entonces te presento una salida a ese infierno de incertidumbre. Ese mismo método anima a abusar cuando juegas en casa para instalar el marco negociador al servicio de tus intereses. Si el otro no entra en tu marco, vuelves al insulto y al abuso. Cualquier cosa que el otro acepte, en el marco de este juego, no será un punto leal de acuerdo, sino un nuevo punto de partida más favorable para seguir abusando mañana.
El péndulo aplicado, ahora digo que eres un tirano ahora digo que eres modelo de demócrata, ahora digo que eres un hombre de paz, ahora que de guerra, ahora digo que entiendo tu dolor de agredido ahora que tú has iniciado la guerra, no es resultado de que Trump sea un loco o un imbécil, sino de que es un miserable moral y juega con el poder que esa impredecible ausencia de principios le da.
Se dice que Angela Merkel hablaba un buen inglés pero que prefería no emplearlo en sus negociaciones con líderes que tuvieran esa lengua como materna. Para eso están los intérpretes. Hacía bien. Entrar en un despacho que no es el tuyo, para enfrentarte a unos líderes acostumbrados a avasallar y a imponer su agenda, y disponerte a negociar en su lengua materna, que tú no dominas de igual forma, es darles demasiada ventaja. Era ingenuo pensar que la deferencia de hablar en su lengua iba a ser valorada por Trump como una cortesía digna de consideración. El vicepresidente Vance se lo aclaró de forma pública y muy explícita a Zelenski: a ese despacho uno entra a rendir pleitesía y reconocer lo mucho que debemos a Trump, en torno a cuyo ombligo orbita el nuevo mundo y quienes en él quieran medrar. Uno entra allí a desprenderse de agenda y a aceptar la que Trump le asigne. Todo lo demás es insultar a los Estados Unidos. Es lo que hay. No cabe pelearnos con la realidad. Solo cabe pensar cómo vamos a sobrevivir a un mundo donde Putin y Trump han decidido aliarse para repartirse lo que, hasta ahora, no era suyo. El plan de Trump para Ucrania tendrá, a lo que se ve, dos pasos. Primero va a por lo que no es suyo y luego hay dos opciones: si no te dejas, te despreciará por no dejarte; si te dejas, te despreciará por dejarte. Que pase el siguiente.
Una gran mayoría, creo y espero, ha sentido la misma indignación y desaliento que tu, Mikel, ante la encerrona del despacho oval el viernes pasado. La moraleja es muy dura: todo vale. Abrazo.