Decir un gracias en la oficina puede transformar el equipo.
Artículo publicado en Expansión (04/04/2025)

Si esto fuera un guion de una serie de Netflix, comenzaría con una advertencia: basado en hechos reales. Este tema viene a mí a menudo. Lo veo en el gimnasio, en el trabajo, entre los vecinos; lo noto en las tiendas, en la calle o en el metro. Pero, me atrapa pensar que, en realidad, todo es más sencillo de lo que parece; sentir que la vuelta a los básicos no es una expresión destinada sólo al mundo de la moda. Parece que estamos olvidando lo esencial y no está de más recordar que cuidar las formas es también cuidar a las personas.
Observo los correos sin saludo, los mensajes sin despedida, las conversaciones que ya no incluyen un gracias, el silencio incómodo cuando alguien cede el paso y no recibe ni una mirada de reconocimiento. Echo de menos el eco de un «gracias» seguido de un «de nada», un «no hay de qué» casi castizo. Añoro un saludo de buenos días, la disculpa tras un empujón, una sonrisa inesperada. Me entristece pensar que queremos ser amables, pero que cada vez lo somos menos. Me preocupa que la amabilidad no esté de moda o que no nos demos cuenta de que no lo somos, aferrados a nuestra individualidad. Y esto nos afecta a todos. En la vida y en el trabajo.
Son varias las conversaciones en las que alguna persona me ha contado, con mezcla de complicidad y tristeza, que su jefe no le pregunta: «¿Cómo estás?». Y no sé el porqué. Quizás es simplemente miedo a conversaciones que pasan de una pregunta sencilla cuando es genuina, cuando la respuesta de verdad importa. Y, sin embargo, parece una pregunta que se esfuma entre métricas, informes y reuniones.
Es necesario hacer una parada técnica, una pausa para la reflexión. Porque una pregunta de este tipo no es un ritual, una interrogación al aire; es una herramienta poderosa, un puente hacia la conexión, una invitación a escuchar, a abrir un espacio. En un mundo donde las interacciones se reducen cada vez más a lo superficial, esta simple pregunta tiene el poder de mostrar que realmente nos importa la otra persona. Es una puerta a conversaciones que, a menudo, revelan mucho más de lo que imaginamos. En el liderazgo, un gesto tan sencillo puede tener un impacto profundo. No se trata de cortesía, sino de empatía que fortalece la confianza, que fomenta el compromiso, que crea un espacio en el que las personas se sienten vistas, escuchadas y valoradas. Y es que muchos líderes parecen haber olvidado también el básico: liderar es conectar.
Una persona que escucha no sólo mejora la comunicación, sino que también detecta señales de agotamiento o desmotivación antes de que afecten al equipo, genera confianza, refuerza el sentido de pertenencia y crea equipos más fuertes.
Aunque hay una regla fundamental: si se pregunta, no puede ser interés fingido, debe ser real. El sociológo, politólogo y profesor de la Universidad de Harvard Robert Putnam lo explica con su teoría del Capital social que afirma que las relaciones importan. No sólo para la productividad, sino para la vida misma porque si perdemos esos pequeños gestos, perdemos mucho más que interacción, perdemos la red invisible que sostiene la confianza, la empatía y el sentido de comunidad.
A veces, siento que vivimos en un episodio de Black Mirror o The Office. Corremos, producimos, entregamos. Pero, ¿a qué precio? Adam Grant, psicólogo organizacional y profesor en Wharton School, Universidad de Pensilvania, explica que la amabilidad y la generosidad no sólo hacen a las personas más felices, también construyen empresas más exitosas. En su libro Give and Take: A Revolutionary Approach to Success, desafía la creencia tradicional de que triunfar en el ámbito profesional requiere una competencia despiadada e implacable. Grant sostiene que la generosidad y la amabilidad pueden acercarnos más al éxito.
A pesar de todo, seguimos encerrados en una individualidad feroz, como un lobo. Sin embargo, incluso ellos, en su aparente soledad, entienden el valor de la manada y su aullido tiene un propósito mucho más profundo: la comunicación. Un lobo solitario puede aullar para atraer la atención de su manada y los aullidos de ésta pueden servir como señales territoriales entre diferentes grupos. En la naturaleza, sobrevivir no es solo una cuestión de fuerza individual, sino de cooperación y lealtad.
Tal vez sea hora de recordar que un gracias puede marcar la diferencia, transformar el día de alguien. Porque la amabilidad, la cordialidad y el cuidado de las formas no son un lujo inalcanzable, no son expresiones vintage, no son accesorios de temporada. La vuelta a los básicos se ha vuelto urgente.
nous avons besoin de la gentillesse pour briser ce monde matérialisé, «le sourire à quelqu’un est un don»