Artículo publicado en El Correo (13/05/2025)

No soy pródigo a la hora de escribir sobre las estructuras de la Iglesia y sus liderazgos, de modo que menos aún para hacer semblanzas del papado. Mi condición de laico y de biblista me aleja un tanto de las estructuras eclesiales, al menos de algunas. Pero fueron precisamente mis estudios de especialización en la Biblia los que me llevaron hace unos treinta años por vez primera a Perú, al seminario mayor San Carlos y San Marcelo de Trujillo. Allí conocí a Roberto (así le llamábamos todos allí) Prevost.
Él era entonces profesor de Derecho Canónico y el jefe de estudios del seminario. Y el rector, Eduardo Martín Clemens, un sacerdote diocesano de Sevilla con el que mantengo una buena amistad desde entonces. Ambos tenemos un grato recuerdo de Roberto Prevost y nos alegramos de su elección.
Recuerdo a Roberto como un hombre afable, tranquilo, de tono suave de voz, con su acento norteamericano. Sin ningún tipo de ínfulas. Pero sobre todo recuerdo de él su mente y teología abiertas y su gran preocupación social (la inmigración, los derechos humanos…). En una ocasión, dado que ya me conocía de haber estado en el seminario años atrás, me invitó a participar en unas jornadas de teología organizadas por el seminario de Trujillo con motivo del 50º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Me pidió que participara en aquellos encuentros para dar unas conferencias sobre los derechos humanos y la Biblia, lo que acepté.
También participé con él en algún ‘conversatorio’, como los llaman en Perú, sobre derechos humanos con algunas víctimas de malos tratos en el marco del enfrentamiento entre el Estado peruano y el grupo terrorista Sendero Luminoso. Por tanto, no es casual que haya decidido llamarse León XIV, en continuidad con el gran Papa de la doctrina social de la Iglesia.
Después de esta experiencia en el seminario de Trujillo, con mi regreso a España perdí el contacto con él. Volví en varias ocasiones a aquel centro, pero Roberto ya no estaba allí. Si no recuerdo mal, la última vez que nos vimos fue hace casi quince años, con motivo de la ordenación sacerdotal de un agustino en Bilbao. Pasó a saludar en un encuentro breve e informal que tuvimos con el decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto. En ese momento era prior general de los agustinos y, años después, fue nombrado obispo de Chiclayo. Estos cargos muestran que es un hombre de Iglesia con reconocida capacidad para ejercerlos, y probablemente abierto a buscar consensos.
Además, su condición de estadounidense, su mestizaje familiar y su buen conocimiento de la realidad latinoamericana pueden ser factores positivos en un panorama tan complejo como el de la actual etapa de la presidencia de Donald Trump.
Creo que León XIV puede ser un buen Papa, preocupado de manera especial por todo lo social, la justicia, la paz, y que intentará buscar consensos entre las distintas corrientes de la Iglesia, dentro de lo razonable. Nunca me pareció un hombre radical, ni demagogo, ni de eslóganes facilones, pero precisamente esto le da, a mi entender, mayor credibilidad y autenticidad a su compromiso eclesial y social.
Sospecho que ejercerá un papado moderado, equilibrado, sin cambios radicales o revolucionarios (¿se pueden esperar estos de un Papa?), pero es posible que, una vez logre una cierta calma dentro del colegio cardenalicio y del episcopado, impulse algunos cambios que puedan sorprendernos positivamente.
Ya sabemos que los puestos importantes y el poder, o las propias instituciones en las que se ejerce el cargo, pueden cambiar a las personas que lo desempeñan y hacerles perder parte de sus valores o creencias personales. Pero, ojalá no me equivoque, creo que León XIV será un Papa de consensos, dialogante y muy preocupado por los grandes problemas de la Humanidad. El Roberto Prevost que conocí hace muchos años me hace confiar en ello.
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