León XIV encarna la convicción de que la dignidad del trabajo y el cuidado del planeta no se alcanzan sin decisiones económicas valientes y reformas fiscales justas
Artículo publicado en El Correo (12/05/2025)

La elección del Papa número 267 de la Iglesia católica ha supuesto algo más que un relevo generacional. El cardenal Robert Francis Prevost, agustino estadounidense, acaba de convertirse en León XIV, un nombre que no es menor en la historia eclesial. León XIII fue precisamente quien, en 1891, inauguró la Doctrina Social de la Iglesia con la encíclica Rerum Novarum, una denuncia del capitalismo salvaje y una defensa de los derechos de los trabajadores frente al desamparo de la Revolución Industrial. El gesto de recuperar ese nombre en el siglo XXI parece más que simbólico: marca una voluntad de continuidad con una línea de pensamiento que vincula fe cristiana y justicia económico-social.
Robert Prevost no es ajeno a ese legado. Nacido en Chicago, formado en Roma y con una extensa experiencia pastoral en América Latina —especialmente en Perú—, ha desarrollado su ministerio entre comunidades vulnerables y en contextos donde la exclusión no ha sido una abstracción, sino un drama cotidiano. Su perfil es, en muchos sentidos, el de un pastor con vocación por las fronteras. Cercano a Francisco I, comparte con él la mirada crítica hacia una economía centrada en la especulación, el consumo desenfrenado y la exclusión sistémica. Pero si Francisco puso el acento en la ‘Iglesia de los pobres’, Prevost parece más inclinado a hablar de una ‘Iglesia con los pobres’: no solo solidaria, sino también exigente con las estructuras que generan pobreza.
El pensamiento económico-social de León XIV no puede aún medirse en encíclicas, pero sí en gestos, discursos y prioridades. En diversas declaraciones como obispo en Estados Unidos, ha criticado abiertamente las políticas de deportación masiva, la insensibilidad frente a la migración y la desigualdad estructural dentro de su propio país. No es casual que su trayectoria haya estado vinculada a organizaciones comunitarias, cooperativas, movimientos de base y redes de economía solidaria. En su visión, la justicia social exige algo más que compasión: requiere recursos, inversión y modelos de desarrollo que no dejen a las mayorías desamparadas y en los márgenes.
Por eso, su orientación no se agota en lo ‘social’. En la estela de Francisco, León XIV encarna una sensibilidad económico-social, es decir, una convicción de que los derechos humanos, la dignidad del trabajo y el cuidado del planeta no se alcanzan sin decisiones económicas valientes, reformas fiscales justas y una regulación del capital que ponga en el centro a la persona y no al beneficio inmediato, aun cuando este sea legítimo en una economía del riesgo.
En esta perspectiva, el nuevo Papa no rompe con sus predecesores, pero sí profundiza en su legado. Desde Mater et Magistra (Juan XXIII) hasta Fratelli Tutti (Francisco I), la Iglesia ha ido desarrollando una visión donde el bien común, la equidad distributiva y la solidaridad intergeneracional ocupan un lugar central. Prevost hereda ese pensamiento, pero lo reencarna en una geografía distinta: para empezar, la de una América fracturada por el populismo, la desigualdad racial y el retroceso de derechos básicos. Su elección no se puede desligar del contexto mundial actual, en el que la pobreza, el desplazamiento forzado y la especulación extrema exigen respuestas morales y estructurales.
Desde su primer saludo como Papa, León XIV ha dado señales claras de continuidad, pero también de progreso: ha hablado de «trabajo digno», de «ecología humana» y de «economías con alma». Estos términos, lejos de ser abstractos, encierran una agenda exigente: salarios justos, seguridad social, acceso universal a los bienes básicos, respeto al migrante, y una crítica no al mercado en sí, que tanto progreso ha acarreado, sino a su absolutización.
No será una tarea fácil. El nuevo pontífice deberá equilibrar tensiones dentro de la Iglesia, resistencias ideológicas y presiones externas. Pero si se mantiene fiel a su trayectoria, su pontificado puede renovar el papel de la Iglesia como la gran conciencia ética frente a los desórdenes de la globalización.
En definitiva, León XIV llega a Roma con una misión que no es solo espiritual. Su biografía y su pensamiento anuncian un papado comprometido con la justicia económico-social; es decir, con una visión del mundo donde los derechos no se predican, sino que se construyen desde las decisiones materiales: en las leyes, los presupuestos, los modelos de producción y las reglas del juego global.
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