Pese al fuerte crecimiento económico, España ha perdido posiciones en indicadores que miden el progreso social
Artículo publicado en El Correo (09/06/2025)

El concepto de PIB fue desarrollado por Simon Kuznets en plena Gran Depresión. En 1934, el Departamento de Comercio de Estados Unidos le encargó crear un sistema para medir la actividad económica y evaluar el impacto de la crisis de 1929. Su informe, National Income, 1929-1932, sentó las bases del nuevo indicador como herramienta central de la política económica y del diseño de las oportunas políticas de recuperación.
Antes de Kuznets, no existía un método estandarizado para medir la producción económica de un país. El economista estadounidense de origen ruso presentó al PIB como la suma del valor de todos los bienes y servicios finales generados por un país en un determinado periodo de tiempo. Su trabajo fue fundamental para el New Deal implementado por el presidente Franklin D. Roosevelt entre 1933 y 1939, para combatir la Gran Crisis mediante medidas de alivio, recuperación y reforma.
Posteriormente, tras la Segunda Guerra Mundial, el PIB se consolidó como un indicador clave a nivel global, especialmente con la creación de organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que adoptaron el PIB para comparar economías y planificar la reconstrucción. La conferencia de Bretton Woods en 1944 también impulsó su uso para estandarizar las estadísticas económicas internacionales.
Kuznets, galardonado con el Nobel en 1971, no ignoró los límites de su creación: advirtió que el PIB no mide el bienestar, ni cómo se distribuye la riqueza, ni el daño ambiental que el crecimiento puede acarrear. Y añadió que confundir crecimiento con desarrollo era un error peligroso.
Desde hace más de tres décadas, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica un indicador alternativo que intenta capturar de forma más fiel el progreso social: el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Este índice combina tres dimensiones fundamentales del bienestar: la salud o esperanza de vida al nacer, la educación o años promedio de escolarización y el nivel de vida, la renta per cápita ajustada al poder adquisitivo. Con estos tres pilares, el IDH ofrece una visión más envolvente del desarrollo que el mero crecimiento económico.
El último Human Development Report, correspondiente a 2024, revela no solo un ranking actualizado de países según su IDH, sino también algunas verdades incómodas para Europa, y en particular para España. Estados Unidos se sitúa en el puesto 17, una posición sorprendente si se consideran sus carencias sanitarias o educativas, aunque compensadas por su elevada renta per cápita. Y muchas naciones europeas ceden posiciones. España no es una excepción: ha bajado hasta el puesto 36.
Este retroceso no puede atribuirse solo a factores coyunturales. El IDH penaliza a las economías que, pese a mostrar un PIB consistente, arrastran déficits estructurales en salud pública, sistema educativo o longevidad. En el caso español, el deterioro obedece al estancamiento del nivel educativo medio, a un sistema sanitario presionado tras la pandemia y al pobre crecimiento de la renta per cápita. A saber, problemas que no se resuelven con una trayectoria positiva del PIB.
Más preocupante que el puesto en el ranking es la tendencia descendente. España ha pasado de situarse en el pelotón avanzado de los países con ‘muy alto desarrollo humano’ a deslizarse por una pendiente que amenaza con situarnos fuera de ese club. La paradoja es evidente: mientras algunas métricas macroeconómicas muestran una recuperación –crecimiento del PIB, control del déficit, creación de empleo–, el bienestar percibido en nuestro país retrocede.
Quizá esta discrepancia entre la macroeconomía y la vida real explique por qué amplios sectores de la ciudadanía desconfían del discurso triunfalista del Gobierno. El ciudadano medio no vive en el PIB, sino en su barrio, en su escuela, en su centro de salud. Y es ahí donde se revelan las carencias que el crecimiento económico no consigue maquillar.
En definitiva, más allá de las variaciones anuales, el IDH nos recuerda que el desarrollo no consiste solo en producir más, sino en vivir mejor. Que el crecimiento económico es un medio, no un fin. Y que, si no se traduce en salud, educación y dignidad para la mayoría, no merece ser celebrado ni defendido.
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