Artículo publicado en El Correo (25/06/2025)

En el tablero de las finanzas españolas, la opa hostil de BBVA al Sabadell, valorada en más de 14.000 millones de euros, prometía ser una jugada maestra para consolidar un titán bancario capaz de brillar en el escenario europeo. Sin embargo, el Consejo de Ministros interrumpió ayer, 24 de junio de 2025, con un veredicto que frena esta danza de gigantes: tres años, prorrogables a cinco, de separación jurídica y operativa entre ambas entidades. Un corsé que sofoca las sinergias soñadas por BBVA y deja un regusto a intriga política en el aire.
La operación, lanzada en mayo de 2024, había recibido el visto bueno del Banco Central Europeo y la CNMC, árbitros naturales del sector. Pero la Moncloa, invocando el «interés general», ha impuesto condiciones que saben a veto encubierto. El ministro de Economía, Carlos Cuerpo, defiende la decisión como un escudo para el empleo, las pymes y la cohesión territorial. En el mercado, sin embargo, se susurra otra verdad: un trueque político, un guiño a las fuerzas catalanas que ven en Sabadell un símbolo de identidad. Bruselas, celosa guardiana del mercado único bancario, observa con recelo y advierte contra acciones discrecionales que podrían acarrear sanciones. ¿Era necesario este intrusismo cuando las autoridades competentes ya habían hablado?
Sabadell, lejos de rendirse, despliega una estrategia digna de un gambito de ajedrez. Su filial británica, TSB, es el as en la manga: una venta potencial de hasta 2.000 millones de euros que podría financiar un dividendo extraordinario, una sinfonía, más que un canto de sirena para sus accionistas. Este movimiento, que roza los límites del deber de pasividad, ha puesto a BBVA en jaque, con amenazas de acciones legales en el horizonte. No es solo estrategia, es un desafío. La entidad catalana, liderada por Josep Oliu, no se rinde y exige ahora que BBVA detalle el impacto de las condiciones impuestas por Moncloa. «Analicen, informen», dicen, sabiendo que cada día sin fusión es un día ganado para su independencia.
BBVA, por su parte, guarda un silencio tenso, sopesando si aceptar este vía crucis, recurrir a los tribunales o, simplemente, dar un paso atrás, como insinuó Carlos Torres al mencionar la retirada como opción.
Este proceso ha sido un desastre metodológico, una antifusión que desoye los principios de confidencialidad, celeridad y discreción que exigen los manuales. La suspensión de cotización de ambas entidades ayer por la mañana, ordenada por la CNMV, marcó el preludio de un día donde el mercado contuvo el aliento. Ahora, con las cartas sobre la mesa, los accionistas de Sabadell tienen la palabra. ¿Aceptarán la oferta de BBVA, lastrada por las condiciones de la Moncloa? ¿O preferirán la promesa de dividendos y la bandera de la autonomía?
En este crepúsculo financiero, la danza de titanes se detiene, pero no termina. Las piezas siguen en el tablero, y el próximo movimiento definirá no solo el futuro de BBVA y Sabadell, sino el rumbo de un sector donde la estrategia, el poder y la política se entrelazan en un vals inacabado.
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