Se trata de construir una práctica transformadora, que reconozca las vulnerabilidades propias y ajenas, cercana y que dialogue
📍 Publicado en: El Correo (Edición Bizkaia), sección Opinión
🗓️ Fecha: 25 de julio de 2025
✍️ Autoras: María Silvestre Cabrera y Ana Sofi Telletxea (Responsable del Observatorio de la Realidad Social de Cáritas Bizkaia).

Vivimos un cambio de época. Las transformaciones sociales, económicas y culturales de los últimos años –aceleradas por la pandemia, la crisis climática, las guerras y la fragilidad institucional– están configurando un contexto inédito: más incierto, más volátil, pero también lleno de posibilidades. En ese marco, el voluntariado se encuentra ante una encrucijada: o se transforma para responder a los desafíos actuales o corre el riesgo de perder su capacidad de incidencia y conexión social.
No estamos ante una crisis del voluntariado, sino ante un proceso de transformación profunda. Hoy ya no basta con la buena voluntad ni con repetir los modelos del pasado. Se requieren nuevas miradas, nuevas herramientas y, sobre todo, una nueva narrativa. Porque el voluntariado, si quiere seguir siendo un motor de cohesión, debe preguntarse no solo qué hace, sino cómo lo hace y para qué.
El voluntariado ya no puede pensarse únicamente como una acción altruista que responde a carencias puntuales del sistema. Hoy, más que nunca, tiene sentido como una forma de ciudadanía activa, de compromiso ético con la comunidad, de construcción de vínculos en una sociedad que, por muchos motivos, tiende al aislamiento y la fragmentación.
No es casual que, en los últimos años, muchas de las iniciativas más inspiradoras de voluntariado estén centradas en el cuidado, la escucha y el acompañamiento. En un mundo donde la soledad no deseada afecta cada vez a más personas –especialmente mayores y jóvenes–, el voluntariado aparece como una forma concreta de reconstruir redes, de generar presencia, de decirle al otro «tú importas».
Ahora bien, para que eso ocurra necesitamos voluntariados formados, acompañados, con capacidad de leer el contexto y adaptarse a él. No se trata de improvisar, ni de repetir esquemas asistencialistas. Se trata de construir una práctica transformadora, que sepa reconocer las vulnerabilidades propias y ajenas, que actúe desde la cercanía, que no imponga, sino que dialogue.
En ese sentido, vemos el voluntariado como una herramienta privilegiada para regenerar la vida en común. Lejos de ser una actividad ‘accesoria’ del Estado o del tercer sector, el voluntariado puede ser un espacio donde se ensayan nuevas formas de comunidad. No hablamos solo de dar, sino también de recibir. De crear relaciones horizontales, donde todos y todas tenemos algo que aportar y algo que aprender.
Eso exige cambios también en las organizaciones. Hay que superar la lógica del ‘voluntariado para tareas concretas’ y avanzar hacia una implicación más integral, donde las personas voluntarias participen también en el diseño, la evaluación y la orientación de los proyectos. Eso implica cuidarlas, formarlas, ofrecerles sentido, espacios de reflexión y pertenencia.
El reto es grande pero también lo es la oportunidad. En un mundo donde muchas personas buscan formas de participar que no pasen por estructuras rígidas o discursos ideológicos cerrados, el voluntariado puede ofrecer una vía para el compromiso, la acción directa y el encuentro humano. Pero para ello necesita ser flexible, abierto, capaz de integrar perfiles diversos y de dialogar con los lenguajes de hoy.
También necesitamos que las políticas públicas lo reconozcan como un actor clave en la construcción social. No basta con apoyarlo de manera simbólica. Hay que invertir en formación, en estructuras de acogida, en investigación y en articulación con otros actores del territorio. Si queremos que el voluntariado sea sostenible y transformador, necesitamos un marco institucional que lo respalde.
Y, sobre todo, necesitamos cambiar el relato. No se trata de héroes individuales que ‘ayudan a los demás’. Se trata de una comunidad que se cuida, que se reconoce vulnerable, que decide responder con compromiso en lugar de indiferencia. Un voluntariado que construye ciudadanía, que hace política en el mejor sentido del término: tejiendo vínculos, generando confianza, cuidando la vida.
El voluntariado, en definitiva, puede ser uno de los grandes motores de reconstrucción en este cambio de época. Pero para eso tiene que atreverse a cambiar. Escuchar más. Dialogar más. Cuidar más. Y poner en el centro no solo lo que hacemos, sino cómo lo hacemos y con quién lo hacemos. Solo así podrá seguir siendo una fuerza transformadora, capaz de renovar el contrato social desde abajo y con otros valores.
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