Artículo publicado en The Conversation (18/12/2025)

Hay días en los que trabajamos sin parar y, aún así, al final de la jornada tenemos la sensación de no haber avanzado. Correos respondidos, reuniones encadenadas, informes enviados, formularios cumplimentados. Mucho movimiento, poca transformación.
No es cansancio físico. Tampoco falta de compromiso. Es algo más difícil de nombrar: la percepción persistente de que el esfuerzo no conduce a ninguna parte.
A esa experiencia la podemos llamar sisifemia.
El mito que vuelve una y otra vez
Según la mitología griega, Sísifo, rey de Corinto, fue condenado a empujar eternamente una enorme piedra hacia arriba, sólo para verla caer justo antes de alcanzar la cima. El castigo no consistía únicamente en el esfuerzo físico, sino en la inutilidad repetida del esfuerzo. Nada se acumulaba, nada se consolidaba, nada cambiaba.
El Nobel francés Albert Camus interpretó el mito desde una clave existencial, proponiendo imaginar a un Sísifo feliz en su rebelión frente al absurdo. Sin embargo, la sisifemia contemporánea no tiene mucho de heroica. Es más silenciosa, más cotidiana y, precisamente por eso, más desgastante. No se vive como una rebelión, sino como una normalización del sinsentido.
¿Qué es la sisifemia?
La sisifemia puede describirse como un estado psicológico y organizacional caracterizado por la vivencia de esfuerzo constante sin progreso significativo ni sentido percibido. No se trata de no hacer nada, sino de hacer mucho sin que ese hacer se traduzca en aprendizaje, mejora o impacto real.
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Algunos rasgos característicos son:
- Alta actividad con baja percepción de utilidad.
- Repetición de tareas que no generan cierre ni resultados visibles.
- Cumplimiento formal acompañado de desgaste emocional.
- Sensación de estar siempre “empezando de nuevo”.
Sisifemia, burnout y workaholic no son la misma cosa
La sisifemia aparece con frecuencia en personas responsables, vocacionales y comprometidas, precisamente porque siguen empujando la piedra, incluso cuando intuyen que volverá a caer. A veces, se puede confundir la sisifemia con otros términos que conviene diferenciar: el burnout y el workaholism.
La sisifemia no es burnout, aunque puede conducir a él. El burnout es un síndrome de desgaste psicológico provocado por sobrecarga emocional y laboral sostenida, que desemboca en agotamiento, cinismo y sensación de ineficacia. La sisifemia, en cambio, no surge necesariamente del exceso de trabajo sino de la percepción de inutilidad del esfuerzo, incluso cuando la carga de trabajo es razonable.
Por otro lado, la sisifemia se diferencia del workaholism en que el adicto al trabajo trabaja en exceso porque necesita hacerlo. Hay compulsión, dificultad para desconectar y, en muchos casos, una búsqueda constante de rendimiento y reconocimiento. La sisifemia, en cambio, no nace de la adicción al trabajo, sino de su vaciamiento de significado. La persona sisifémica no trabaja más porque quiere sino porque debe. No encuentra placer ni orgullo en lo que hace, pero continúa por responsabilidad, por lealtad o por inercia. No hay euforia productiva, sino resignación activa.
En definitiva:
- La persona que sufre burnout está exhausta porque ha dado más de lo que podía durante demasiado tiempo.
- El workaholic se sobreimplica porque el trabajo lo absorbe.
- Quien sufre sisifemia se desgasta porque el trabajo no le devuelve sentido.
Un mal muy actual
La sisifemia se manifiesta con especial intensidad en contextos como:
- La academia y la educación, saturadas de evaluaciones, indicadores, informes, plataformas que multiplican tareas sin mejorar necesariamente la calidad educativa.
- Las organizaciones, especialmente en niveles intermedios, donde se ejecutan decisiones que rara vez se cierran o se reconocen.
- La administración pública, donde el procedimiento acaba sustituyendo al propósito.
- La vida personal hiperorganizada, llena de listas, aplicaciones y rutinas que prometen eficiencia, pero no siempre sentido.
Vivimos en una cultura que valora el estar ocupado más que el avanzar, el cumplir más que el comprender, el medir más que el transformar. La sisifemia es, en gran medida, el resultado de esa lógica.
Consecuencias psicológicas
Cuando el esfuerzo deja de tener sentido, las consecuencias no tardan en aparecer:
- Fatiga moral, generada no por exceso de trabajo sino por falta de significado.
- Cinismo funcional, se sigue haciendo lo que se pide, pero sin creer en ello.
- Desconexión emocional, se reduce la implicación para autoprotegerse.
- Pérdida de vocación, no por falta de valores sino por la imposibilidad de ejercerlos.
Cuando hay sisifemia no hay gritos ni quejas. Simplemente erosiona el ánimo de quien la sufre.
¿Qué hacer frente a la sisifemia?
No existen soluciones mágicas, pero sí algunas orientaciones claras:
- Ir más allá de los objetivos y volver a dar sentido al trabajo. Los objetivos se cumplen o no. El sentido se construye a través de la reflexión personal. Sin una narrativa que explique el “para qué”, cualquier tarea acaba volviéndose pesada.
- Cerrar ciclos. Ver resultados, aunque sean modestos, es fundamental. La sisifemia prospera en entornos donde todo queda abierto, provisional o pendiente de la siguiente evaluación.
- Reducir tareas simbólicamente inútiles. No todo lo que se hace aporta valor. Aprender a eliminar lo superfluo es una forma de cuidado organizacional y personal.
- Dar voz a la experiencia. La sisifemia disminuye cuando las personas pueden nombrar lo que viven y participar en la redefinicion de los procesos.
Un cierre necesario
No siempre podemos dejar de empujar la piedra. La vida, el trabajo y las organizaciones implican esfuerzo. Pero sí podemos, y debemos, preguntarnos por qué, para qué y hasta cuándo.
La sisifemia no es un fallo individual sino una señal que merece ser escuchada. Porque cuando el esfuerzo recupera el sentido, la piedra pesa menos. Y a veces, incluso deja de caer.
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