La ética organizacional es una parte de la ética aplicada que puede ser enseñada y aprendida. Es una racionalidad con sus categorías o conceptos básicos, sus metodologías propias y una serie de corrientes o escuelas surgidas a lo largo de la historia del pensamiento humano. Escuelas de pensamiento que, en diálogo unas con otras y respondiendo en muchos casos a contextos y problemáticas sociales concretas, han ido descubriendo una variada gama de dimensiones, perspectivas, preguntas y criterios éticos.

Estos configuran un utillaje conceptual y metodológico extremadamente rico que nos permite analizar correctamente los distintos comportamientos de nuestra organización, situándola en el seno de la polis, la ciudad, la sociedad que habita.

La aportación de las distintas escuelas éticas

Los ejemplos son múltiples. Las éticas de la virtud nos recuerdan que el objetivo de todo sujeto (también las organizaciones) es la contribución al bien común comportándose de acuerdo con determinados valores que lo conviertan en un ciudadano virtuoso de nuestra aldea global, contribuyendo a la construcción de una buena comunidad política. Una perspectiva que sienta las bases del modelo conocido como ciudadanía organizacional.

Las éticas deontológicas, por su parte, consideran que el criterio éticamente más relevante es el cumplimiento de determinados principios universales. Un marco normativo propio de nuestra racionalidad como seres humanos, que todos debemos cumplir y reconocer (también las organizaciones) y sobre cuya base se justifica la corrección ética de nuestras decisiones.

Dentro de las éticas deontológicas, las éticas del diálogo ponen el foco en los procesos de comunicación y deliberación, enfatizando en el valor de una buena comunicación como instrumento imprescindible para alcanzar acuerdos y definir marcos normativos que beneficien a todas las personas y colectivos afectados, asegurando su adecuada representación en el proceso deliberativo.

Las éticas utilitaristas aportan una perspectiva ética centrada en las consecuencias de nuestras acciones, comparando la bondad o maldad de las decisiones posibles en función de sus resultados en términos de utilidad que, atención, se entiende como la mayor aportación al bien común y no como beneficio recogido por unos pocos en detrimento del conjunto.

Proceso de adecuación ética

Como vemos, la ética nos ofrece un completo conjunto de instrumentos que nos ayudan a configurar ese recorrido al que antes hacíamos referencia y que, adecuadamente gestionado, permite construir un proceso de adecuación ética en nuestra organización, cuya necesidad resulta evidente en estos tiempos.

No podemos olvidar que los comportamientos organizacionales generan múltiples efectos externos e internos, que pueden calificarse de buenos o malos en función de una serie de criterios que son precisamente los que la ética organizacional nos ayuda a discernir. Impactos cuyo valor y naturaleza reclama una atención creciente, impulsada por la cuestión medioambiental pero que se amplía inmediatamente a impactos sociales de muy diverso tipo en un contexto de creciente desigualdad y amenazas globales ante el que las organizaciones no pueden volver la mirada.

Licencia social para operar

Esa responsabilidad ciudadana es especialmente exigible para aquellas organizaciones que tienen en estos momentos una gran capacidad para influir globalmente no solo en la economía, sino en muchas otras esferas sociales como el ocio, la cultura, la comunicación, la educación o incluso la consolidación de determinados valores y hábitos. Organizaciones a las que reconocemos cada vez con más claridad su papel como actores claves para la construcción de justicia socioambiental, en un contexto que no sólo es complejo, sino que viene caracterizado también por una alta volatilidad, ambigüedad e incertidumbre.

Un contexto social que, no lo olvidemos, puede a su vez influir también decisivamente en aspectos tan relevantes como la reputación, la competitividad o el clima laboral, a los que las organizaciones deben prestar atención si no quieren comprometer su propia supervivencia perdiendo lo que en el lenguaje del management se conoce como la “licencia social para operar”.