Artículo publicado en Empresa XXI (15/06/2023)
El título no es mío, se lo he leído al nuevo presidente de la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles (ACEA), Luca de Meo que, en una reciente entrevista, pedía que Bruselas demostrase que puede superar el sugerente enunciado. Mucha regulación, mucha rigidez, y poco dialogar con industriales, venía a decir. «A Europa, en lo que se refiere al futuro del sector del automóvil, le falta una estrategia consistente y ambiciosa que como industria nos merecemos, y en la que queremos participar, no podemos ser solo espectadores pasivos».
El tema está de moda, y mi admirado premio Nobel y economista de cabecera, Michael Spence, acaba de dedicar un artículo a la política industrial americana reciente en Project Syndicate, cuyo título deja pocas dudas sobre su opinión «In Defense of Industrial Policy». En un mundo caracterizado por crecientes tensiones geopolíticas y la fragmentación de las cadenas de suministro, donde las consideraciones de seguridad nacional moldean la política económica y los riesgos de guerra parecen intensificarse, la conversación sobre política industrial es casi inevitable…
Os resumo sus ideas básicas. aunque si tenéis un ratillo, siempre será mejor leer el original. Escribe al hilo de la «CHIPS and Science Act» que ha venido a derramar abundantes subvenciones a los que quieran invertir en industria en territorio USA.
Estas leyes no solo prodigan inversiones en ciencia y tecnología, así como en el capital humano asociado, si no que buscan redirigir varios eslabones de las complejas cadenas de suministro globales de semiconductores y energías renovables hacia Estados Unidos o sus socios comerciales. No buscan mejorar la eficiencia (que los productos sean más baratos), sino fortalecer la seguridad nacional y la resiliencia económica (o lo que es lo mismo, que se creen empleos industriales en su país). Por eso estas leyes también restringen el comercio, la inversión y los flujos de tecnología hacia China. Spence, contra los que critican la intervención del gobierno en los mercados, viene a decir que está básicamente de acuerdo. Aunque también explica que hay que intervenir con acierto, aprendiendo de pasados errores y aciertos. Termina diciendo que, indudablemente, estas apuestas de política industrial tienen riesgos, pero que es preciso asumirlos.
Así que la primera parte del refrán «USA estimula», parece que tiene adeptos. Da igual que gobienen demócratas o republicanos, los americanos ya han aprendido que el off-shoring de su industria ha sido su peor error estratéfico en la historia reciente, y están dispuestos a corregirlo «at all costs», como dicen ellos. Y cuando Washington invierte, suele hacerlo con «b» de «billions».
Sobre que China dirige con mano de hierro, pocas dudas tenemos también. Su plan para introducir la conducción autónoma y el vehículo eléctrico avanza «manu militari» (nunca mejor dicho). Y las cifras de inversión son tan o más espectaculares que las americanas…
Y luego está la Unión Europea que, además de haber impuesto vía regulación que a partir de 2035 no se venda un solo vehículo que utilice combustibles fósiles, está proponiendo una nueva ola de regulación en un horizonte más inmediato (Euro 7), que establece limitaciones a las emisiones de partículas procedentes de los frenos, o las de microplásticos de los neumáticos…
La industria europea no está muy contenta, básicamente porque eso les obligará a subir el precio de los vehículos en más de 2000 euros, y no está la demanda como para poner zancadillas…
En fin, quizá la estrategia de nuestros líderes sea convertir Europa en un gigantesco parque temático para que los americanos y los chinos puedan venir de vacaciones…
Me quedo con los consejos de Spence, como siempre acertados: «La verdadera pregunta aquí no es si corresponde hacer política industrial, sino cómo hacerla bien. En esto la capacidad estatal es decisiva: para tener una acción eficaz como inversor y gran comprador de productos y servicios, el Estado necesita personas con talento y experiencia (con una remuneración acorde) e instituciones bien diseñadas. Además, se necesitan objetivos precisos, limitados y claros, y salvaguardas que protejan contra la captura por parte del sector privado. La política industrial no es Estado de bienestar para las corporaciones».
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