Artículo publicado en Deia (20/11/2023)
Hemos de construir proyectos colectivos que vayan más allá de opciones político-partidistas, obviamente legítimas, y que recogen y canalizan las diferentes sensibilidades que existen en la sociedad. Necesitamos vislumbrar un plan colectivo, «Euskadi como Proyecto», con el que se pueda identificar la mayoría de los vascos.
Un proyecto colectivo para el pueblo vasco (otros dirán sociedad vasca) del siglo XXI en el que resaltaría estas notas: una sociedad justa, amable, consciente de su pluralidad, respetuosa del «otro», sea autóctono sea foráneo, buscando ser sí misma en el futuro, lo que el primer Touraine definía con el concepto de «historicidad, obviamente en contacto con los demás, sin diluirse en otros pueblos con estado, buscando la interdependencia entre unos y otros, adoptando como credo ético básico el respeto a los DDHH de todos, sin excepción, con una atención preferente a los que más lo necesitan por la razón que sea. Acogiendo al inmigrante, pidiéndole que participe activamente, desde sus capacidades en la construcción común de la Euskadi del futuro. Pensamos en un proyecto que, además de concitar la adhesión sentimental y la aprobación racional de la gran mayoría de vascos (al menos de dos tercios), sea capaz de ilusionar en pro de una sociedad más justa, más equilibrada, más responsable, más humana, más agradable, más convivial, una sociedad donde la afirmación de vasquidad (muchos diremos de nacionalidad vasca) no vaya en detrimento de apoyar a las minorías entre nosotros, a expresarse y vivir con sus creencias, hábitos y costumbres. Obviamente, también estas minorías deben respetar las leyes y las normas que las mayorías nos hemos dado y, todos, bajo el respeto más absoluto de los derechos inalienables a la persona humana, más allá de su raza, condición social, sexo, edad, religión y opciones políticas. La persona humana es más que el individuo, más que el ciudadano: es un sujeto de derechos inalienables, simplemente por su condición de persona humana y es sobre esa dignidad básica de la persona en tanto que persona que se podrá construir una sociedad vasca más justa. Esta concepción de persona nos abre a una sociedad planetaria en la que todos los hombres y mujeres son corresponsables entre sí, particularmente los que hayan llegado a un más alto grado de desarrollo en el devenir cósmico. En consecuencia, lo que sucede en el último rincón del mundo, nos concierne completamente, forma parte de nuestra propia historia. Pero todavía nos concierne más lo que sucede en nuestro entorno, entre nosotros, en Vasconia, y en nuestro entorno más próximo, España y Francia. Recuérdese: «Pensar global, actuar local». Y en Euskadi hemos tenido un cáncer: ETA y su mundo. Un cáncer que no ha logrado, afortunadamente, la metástasis total de la sociedad vasca, pero la ha marcado más de lo que se quiere reconocer. Pero no quiero centrar este texto en esta cuestión, sobre la que tantas veces he escrito estos años.
Lo globalización no conlleva la uniformización o, al menos, no debiera conllevarla. La riqueza lingüística, cultural, artística, culinaria, literaria, etc., de los diferentes pueblos de la tierra debe ser, no solamente mantenida sino reforzada, como subraya con fuerza en su ensayo El desarreglo del mundo el escritor libanés, afincado en París Amin Maalouf, ejemplo del emigrante perfectamente integrado en su país de adopción, Francia, sin haber renegado de los valores de su país de origen, Líbano. La imprescindible solidaridad universal no supone, en absoluto, la dilución y difuminación de los valores y actitudes identitarios propios, que nos arraigan en nuestra historia, en nuestras tradiciones y en lo que hemos heredado de nuestros padres y abuelos. A veces el discurso planetario puede ser pantalla para no afrontar la realidad más próxima e incluso esgrimirse para dejar en sordina la identidad originaria que, si no es excluyente (y nunca debe serlo), sabrá acoger lo mejor de las personas que vienen a vivir con nosotros, a construir con nosotros la Euskal Herria del futuro.
POR UNA VASCONIA INNOVADORA Traslado aquí lo esencial de un grupo de trabajo, en el que participé, hace más de diez años, bajo el paraguas de Innobasque, creado bajo el impulso de ese gran prohombre de Vasconia, Pedro Luis Uriarte, merecedor de los mayores agradecimientos de los vascos. Sosteníamos, entonces, que la Innovación Social sigue un curso determinado por cuatro grandes áreas para avanzar en el proceso de fortalecer una Sociedad Vasca Innovadora:
1. El conocimiento: como el recurso clave, la principal materia prima de este proceso.
2. La cooperación: como la metodología de trabajo, la forma en la que se produce los resultados que añadan valor a ese conocimiento y den lugar a las innovaciones, o a los cambios.
3. Apertura al cambio: como la actitud necesaria para aplicar el conocimiento adquirido.
4. La globalización. Como el contexto en que se desarrollan todas estas áreas. Pero es un contexto que debe ser percibido por los actores y tomado como un valor en sí, el valor de la mentalidad global y la visión en el entorno global.
Añado ahora dos áreas más: aumentar las relaciones de todo tipo (económico, industrial, enseñanza, político, etc.) entre los tres herrialdes de Euskal Herria. Así como fomentar más la interrelación con los vascos dispersos por el mundo.
EL CAPITAL HUMANO Se habla del capital humano como ese fondo de conocimientos, saberes, habilidades que están en la base de las sociedades que, como la vasca, no tienen materias primas y que están situadas en una esquina del mundo europeo. Creo que hay que dar otro paso más. Es preciso ir construyendo la dimensión del capital humano referida al entendimiento, a la confianza en los otros y en las instituciones, dimensiones ambas en las que damos valores más bajos que los de la población española que tampoco se caracteriza (en sus medios de comunicación social, sobre todo) por el intento de entender al diferente. Necesitamos avanzar hacia un «a priori» de buena voluntad en las personas, más allá de etiquetas políticas. Si se piensa que esto no pasa de ser un pío deseo es preciso atenerse a las consecuencias. En efecto solamente los pueblos que tienen capacidad de ir más allá de los proyectos individuales y grupales por afinidades políticas u otras, y avanzar hacia una base mínima de proyectos colectivos, tienen capacidad de futuro. Pero eso pasa por instaurar un clima diferente al que ahora reina en Euskadi, particularmente en la forma como se presenta el debate político que más parece un ring de boxeo verbal. Hay que atemperar la opinión publicada y, más concretamente, en la opinión anónimamente publicada. Me refiero a los blogs y comentarios anónimos a las noticias de la prensa digital, en muchos casos meros vomitorios de personas despechadas que tienen que aborrecer de esto y de aquello sin dar cuenta de nada, menos aún de su propia identidad y sin proponer nada realizable. ¿Cómo se puede construir un pueblo mínimamente cohesionado y con un proyecto común de futuro, con esos mimbres? Euskadi es una sociedad con fuerte conciencia de sí misma al par que mantiene una clara apertura al otro, incluso más al lejano que al próximo distinto, como se comprueba en las encuestas, sí, y en la pléyade de vascos en instituciones de voluntariado solidario, más aún. Ahora bien, para avanzar hacia una sociedad más justa, amable y solidaria, mirando al futuro necesitamos potenciar una serie de valores para que las legítimas aspiraciones de progreso individual no ahoguen los imprescindibles proyectos colectivos de una Euskadi integrada en su plural complejidad, orgullosa de sí misma y donde dé gusto vivir. Como decía aquel eslogan publicitario: «Euskadi, ven y cuéntalo».
En el siguiente artículo de esta serie propondré algunos valores centrales a implementar en nuestra sociedad.
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