Artículo publicado en Expansión (12/12/2024)
La famosa frase atribuida a Einstein «si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá creyendo que es inútil», resume a la perfección una realidad que nos afecta a todos: las expectativas moldean lo que somos y lo que logramos. No les niego que resume todo el artículo, no les niego que les estoy haciendo un spoiler, y, sin embargo, permítanme que me explique. Un gran amigo me contó algo acerca de alguien. Y es que ese alguien -un colega profesional de mi amigo- puntúa a las personas que conoce desde cero. Las puntúa, las evalúa, pone un contador. Es decir, esta persona comienza con una evaluación de confianza, potencial y valor en cero. Y, a partir de ahí, va «otorgando» puntos en función de cómo va desarrollando esa persona su trabajo, alegando que de esta manera, «no se decepciona».
Pues bien, parece que ese empezar de cero no sólo es una idea cuestionable, sino que puede materializar la frase del pez: hacer que alguien se sienta como un inútil por ser juzgado de entrada precisamente de esa manera, como un inútil. Pienso en tantas personas que, día tras día, sienten en su piel cómo sus jefes les hacen sentir así, y no puedo evitar sentir dolor. Y también me viene a la mente una persona, quien era mi responsable directa. Creía más en mí que yo misma.
Este sentir se conecta con la idea de la profecía autocumplida: cuando una creencia o expectativa influye en el comportamiento de las personas, haciéndola realidad. Es decir, que en efecto si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles¿ pues acabará como se están imaginando. Las expectativas son mucho más que simples previsiones sobre los resultados de un equipo o de las personas. Son fuerzas invisibles y muy potentes que pueden afectar de manera clara a cómo las personas se ven a sí mismas, cómo se valoran, cómo abordan su trabajo. Si un líder no tiene fe en su equipo y además se lo hace saber, ¿creen ustedes que ese equipo desarrollará su potencial al máximo? ¿durante cuánto tiempo? ¿cómo se sentirán en el proceso?
Efecto Pigmalión
Adam Grant, profesor de psicología organizacional en Wharton School, afirma en su libro Give and take que las evidencias demuestran algo claro: las creencias de los líderes pueden llegar a catalizar profecías autocumplidas, es decir, pueden llegar a provocar que sus expectativas se cumplan. Si piensan que alguien no tiene talento, acabará por sentir que no lo tiene. Y lo que es peor, acabará dañando su autoestima. Y es que la visión que otra persona tiene de nosotros puede determinar nuestro futuro. No es magia, hechizo o conjuro. Es que si crees en alguien pondrás todo de tu parte para que esa persona progrese.
El efecto Pigmalión es una de las concretas expresiones de profecía autocumplida, y refleja el proceso por el cual las expectativas de terceros, tanto positivas como negativas, inciden en nuestra realidad. George Bernard Shaw decía en su obra Pygmalion -que más tarde daría lugar a su adaptación cinematográfica, My Fair Lady (1956) con una maravillosa Audrey Hepburn en el papel de Eliza Doolittle-: «Mire, real y sinceramente, aparte de las cosas que todo el mundo puede lograr (como vestirse y hablar correctamente), la diferencia entre una señora y una florista no reside en cómo se comporten, sino en cómo se las trata…»
Hay un estudio que me marcó, realizado por el psicólogo Robert Rosenthal y la directora escolar Lenore Jacobson. Demostraron cómo las expectativas de los profesores sobre ciertos alumnos, seleccionados al azar, podían influir en su rendimiento académico, haciendo que progresaran más. En el experimento, se les dijo a los profesores que algunos estudiantes (elegidos al azar) tenían un potencial académico destacado. Aunque todos los alumnos eran iguales en capacidades, los profesores trataron de forma diferente a los supuestos destacados por eso precisamente, porque creían que eran brillantes. Y al final, estos estudiantes mejoraron mucho más.
Y llevándonoslo a las organizaciones, Brian McNatt, académico destacado en el campo del comportamiento organizacional y la gestión, ha centrado su investigación en temas como las profecías autocumplidas, la motivación, la percepción y la autoconfianza. En un análisis de 17 estudios realizados con 3.000 empleados en un amplio rango de empresas, McNatt encontró un patrón revelador: cuando las personas directivas consideraban brillantes a empleados designados al azar como brillantes, estos acababan destacando y progresando mucho más.
McNatt concluye que confiar en el potencial del equipo y demostrar un sincero interés en su desarrollo no solo impulsa el progreso, sino que crea las condiciones para que alcancen su mayor potencial. Así de claro. Así de esperanzador.
Permítanme confirmar esto: comenzar desde cero con las personas es un error. Tratar a alguien de entrada como inútil, con la idea de sorprendernos después, es un mal comienzo. Buscar y sacar lo mejor de las personas no es buenismo; es liderazgo en su esencia más pura. Confiar es más que una palabra, y empeñarse en ver lo bueno en los demás debería ser un mantra, una forma de ser, de actuar y de liderar. Así que he decidido en esta mañana con olor a Navidad, mientras tarareo Heroes de David Bowie, hacer un brindis al sol por todas las personas que nos hacen brillar.
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