La disrupción que ha generado el anuncio de aranceles es comparable, en términos económicos, a la que provocó la pandemia
Artículo publicado en El Economista (09/04/2025)

Hace cinco años, hubo un momento en que todo pareció detenerse. En 2020, el mundo se vio atrapado en una pausa global sin precedentes. El COVID-19 desató una crisis sanitaria, pero también un terremoto económico que paralizó fábricas, cerró fronteras y puso en evidencia la fragilidad de un sistema económico hiperconectado. El comercio global se convirtió de repente en una vulnerabilidad. Las cadenas de suministro colapsaron, los precios se dispararon y la lógica de la eficiencia fue sustituida – al menos temporalmente – por la urgencia del acceso, la resiliencia y la soberanía productiva (del «just in time» al «just in case»).
Fue, como dijo algún analista, un «stress test» al orden económico mundial. Y lo superamos, no sin cicatrices. La vacunación, la digitalización y el rebote de la demanda permitieron una recuperación tras unas semanas de incertidumbre que se hicieron interminables. Sin embargo, muchas de las certezas que regían el comercio internacional – la interdependencia como base de la paz y la prosperidad, la liberalización como camino hacia el desarrollo, el multilateralismo como garante de estabilidad – ya no eran tan sólidas como antes.
Y es que, en paralelo a esta transformación estructural se gestó otro tipo de virus: el del proteccionismo estratégico. Si bien ya existía antes, encontró un terreno fértil en el desconcierto post-COVID. Su síntoma más visible fue la creciente instrumentalización del comercio como herramienta geopolítica. En ese contexto, la política arancelaria de la primera etapa de Donald Trump – iniciada con la guerra comercial con China y la revisión de múltiples acuerdos multilaterales – no fue un accidente, sino un anticipo. Una señal de que el orden liberal estaba siendo sustituido por una lógica de bloques, intereses y rivalidades.
Hoy el «Liberation Day» nos enfrenta a un déjà vu inquietante. La disrupción que ha generado el anuncio de aranceles es comparable, en términos económicos, a la que provocó la pandemia, pero esta vez de origen político y deliberado.
El impacto es doble. Por un lado, afecta directamente al flujo de bienes y servicios, encareciendo productos, distorsionando cadenas de suministro y alimentando la inflación global. Por otro, está generando un efecto dominó de respuestas defensivas por parte de otras potencias, acelerando una espiral de fragmentación comercial. La economía global, que aún estaba buscando recuperar un ritmo de crecimiento sano tras las sacudidas de la pandemia y la ola de inflación posterior, podría entrar en una fase de desglobalización acelerada, con implicaciones profundas para países intermedios como los europeos, atrapados entre los dos grandes polos geoeconómicos.
Pero hay una diferencia fundamental entre ambas crisis. El COVID-19 fue una catástrofe natural, inesperada y en gran medida inevitable. La crisis arancelaria que se avecina es una decisión política, basada en una visión del mundo que privilegia el repliegue, la autosuficiencia y la confrontación. Si la pandemia reveló la necesidad de diversificar, cooperar y construir resiliencia compartida, el giro proteccionista va en sentido contrario.
Europa debería tomar nota. No solo porque somos una de las principales afectadas por las medidas estadounidenses, sino porque necesitamos decidir qué lugar quiere ocupar en este nuevo tablero. ¿Seguirá siendo un defensor pasivo del orden liberal, esperando que la racionalidad vuelva a imponerse? ¿O asumirá un papel más activo, promoviendo un nuevo modelo de gobernanza global basado en equilibrios sostenibles, reglas justas y autonomía estratégica?
Lo cierto es que no podemos permitirnos una nueva década perdida. La salida de la pandemia debería haber sido una oportunidad para reconstruir mejor: un comercio más justo, más verde y más inclusivo. En cambio, estamos al borde de una involución peligrosa, en la que los errores del pasado – el aislacionismo, el nacionalismo económico, la desconfianza sistemática – vuelven a presentarse disfrazados de soluciones.
Recuerdo que en Deusto Business School, lanzamos en plena pandemia el curso online «SOS: Salvar, Organizar y Sobrevivir», pensado para ayudar a personas y organizaciones a actuar con criterio en medio de la incertidumbre. Muchas de aquellas lecciones —cómo gestionar crisis, cómo rediseñar la estrategia en entornos cambiantes, cómo mantener el pulso humano en medio del caos— son tan vigentes hoy como entonces. Porque, una vez más, nos toca decidir cómo queremos sobrevivir. Y sobre todo: cómo queremos vivir.
En los años que vivimos peligrosamente, las decisiones importan. Y algunas, como las que hoy se plantean en Washington, tienen el potencial de desestabilizar no solo mercados, sino también valores. El mundo no puede volver a encerrarse, ni literal ni económicamente. Aprendimos, a un coste altísimo, que necesitamos más cooperación, no menos. Que la interdependencia no es una debilidad, sino una condición del progreso compartido.
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