Suele ser difícil definir la idea de la “soledad”. Si nos paramos a pensar cada una de las personas que lean este texto, seguramente tendremos una idea diferente de lo que representa la soledad para cada una de nosotras.
Intentemos recordar las dos últimas semanas del pasado mes de marzo. Se había decretado el “estado de alarma” y todo el mundo estaba encerrado en su casa. De repente nuestro modo de vida cambió repentinamente. Intentábamos entender qué es lo que estaba pasando, entre el shock y la preocupación por nuestros seres queridos y el miedo al futuro de nuestros proyectos profesionales. Intentábamos afrontar y gestionar la incertidumbre sin tener muy claro por dónde empezar. Pasábamos más horas que nunca con las personas con las que convivimos en nuestras casas, pero al mismo tiempo, seguramente muchas personas estaban sintiéndose en la más absoluta soledad.
Esto es algo que pude contrastar en las conversaciones virtuales que mantuve a lo largo del confinamiento con otras personas.
Enseguida empezaron a surgir iniciativas para conectarse de forma virtual, tanto en los ámbitos de trabajo, como a través de diferentes plataformas o iniciativas con la idea de compartir y reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo en esos momentos. En las empresas y organizaciones como la propia universidad, había que reorganizarse para no caer la paralización total, y desde las empresas o en el caso de profesionales autónomos, se hacía necesario conectar con los clientes para informarse por sus situaciones y ver la manera de mantener la relación de trabajo con ellos.
Fueron momentos difíciles ya que en muchos casos, como en el mío propio, se cayeron muchos proyectos debido a que éstos se desarrollaban de forma presencial y en grupos amplios de personas.
Reconozco que todo esto me generó cierta parálisis al principio, y pese a estar en buena compañía y contar con buen apoyo emocional, había momentos del día en que me sentía realmente solo. Sin saber cómo reaccionar y sin poder ver una salida clara a la situación que se me había generado.
El fenómeno de los “Webinar” fue algo que me hizo reaccionar. De repente me vi apuntándome por instinto a todo aquello que creía podía ser de interés y aparecía por mis redes. Curiosamente me empecé a encontrar a muchas personas conocidas haciendo lo mismo, y fruto de algunas conversaciones cruzadas, fuimos conscientes de que todas y todos estábamos pasando por situaciones parecidas. De aquellas conversaciones colectivas se empezaron a destilar encuentros personales que pese a lo virtual, conseguíamos que fueran conversaciones intensas y cálidas, como si estuviésemos en un café donde el tiempo se detiene y el ambiente hace todo lo demás. Gracias a las conversaciones tanto colectivas como personales, pude reaccionar y volver a orientar mi proyecto profesional. De repente ya no me sentía solo.
Aunque los entornos virtuales pueden venir a solucionar situaciones hasta ahora inéditas y puede que puntuales, es algo que ha venido para quedarse. Pero aún así, será difícil generar buenos entornos de comunicación virtual entre profesionales, y sobre todo dentro de las organizaciones, si previamente no hemos sabido propiciar buenos entornos de comunicación en espacios no virtuales. Las personas se siguen sintiendo solas, tanto en sus casas como en sus oficinas.
Pero, ¿qué tiene que ocurrir para esto suceda?
La comunicación no es un fin en sí mismo, es un medio para que las cosas sucedan.
Se suele decir que el 90% de la comunicación interna recibida por una persona empleada o un equipo no la genera ni distribuye el Dpto. de Comunicación, sino la propia persona o el propio equipo.
Pese al mal o buen ambiente que pueda existir en un equipo de trabajo, o entre profesionales de distintos ámbitos, es importante ser conscientes de cómo conversamos, de cómo comunicamos. Esto es fundamental para entender por qué las cosas suceden de una manera u otra, y sobre todo para entender los aciertos y los errores derivados del impacto de las propias conversaciones, tanto en lo interno como en lo externo.
La clave del éxito al final, será poder generar espacios de confianza donde las personas puedan empezar a establecer pequeños hábitos y rutinas informales para que se puedan dar conversaciones que lleguen a ser genuinas. Estas conversaciones genuinas son la base de un buen modelo de comunicación. Esto podría ser un buen principio para afrontar también un nuevo modelo de comunicación virtual.
Todas y todos tenemos una historia que contar, un relato que fluye de lo personal a lo profesional y viceversa. Es importante tener la posibilidad de comunicar nuestras historias, saber escuchar las de los demás, en definitiva… construir un relato común.
Esto nos ayudará a ser conscientes de los pequeños matices que en ocasiones pasan inadvertidos, pero que de forma inconsciente generan extrañas alteraciones en el comportamiento y por lo tanto en la comunicación. Afrontar la solución de dichos matices va a mejorar el modelo de relación, de comunicación y por tanto la calidad de nuestras conversaciones.
Pero todo esto solo será posible si hay una clara determinación de apostar por ello. Quizás de esta manera ya no volvamos a sentirnos tan solos.
ALFREDO BEZOS · COlaborador de la Escuela para la Facilitación Dual.
Consultor en comunicación, cultura organizacional y economía circular.