Hace unos meses escuchábamos a un ponente lanzar esta pregunta a una audiencia de docentes universitarios: ¿os imagináis que vuestros estudiantes fueran hologramas? En el contexto en el que se planteaba, este interrogante quería simbolizar un ejemplo de despersonalización, una muestra más de las consecuencias negativas que nos puede traer el avance tecnológico.
Como profesional que cree firmemente en las posibilidades de la formación online para poder abrir las puertas de la educación superior a personas que de otro modo no podrían tener esta posibilidad, mantengo la pregunta, pero justo desde el punto de vista contrario, desde la ilusión y el optimismo ¿Os imagináis que vuestros estudiantes fueran hologramas? Nos encantaría si esto implicase que:
- Personas que de otro modo se verían privadas del acceso a la educación superior tuviesen así una oportunidad de una educación de calidad.
- Personas que están trabajando o tienen importantes cargas familiares (o ambas) no deban renunciar a seguir formándose.
- Personas que no pueden permitirse vivir en otras ciudades durante su periodo de estudio puedan acceder a la formación que realmente desean sin que esto suponga un coste inasumible.
- Personas de diferentes nacionalidades puedan encontrarse en un espacio académicamente muy rico, en el que pueden relacionarse con magníficos docentes y estudiantes sin importar su país de residencia.
Es cierto que la imagen de los hologramas nos puede parecer muy “futurista”. Por ahora, podemos conformarnos con otros escenarios menos cinematográficos que ya se están desarrollando en la formación online actual. Aprender online ya no consiste en leer un pdf o hacer un test. Además de los recursos que se incluyen (vídeos, actividades interactivas, casos, etc.) la comunicación con el docente y entre estudiantes es fundamental, y las videoconferencias grupales adquieren cada día mayor relevancia ¿son tan diferentes de una clase con hologramas? 😉
Por otro lado, tenemos ya también clases en las que se integran alumnos presenciales con alumnos que se conectan a la clase desde sus casas y, si bien tiene aún sus dificultades (a veces tecnológicas, a veces de cambio de paradigma docente), es ya una realidad en muchas de nuestras universidades y una modalidad cada vez más demandada. Nuevamente, ¿está tan lejos esta modalidad de presencialidad virtual de ese aula con estudiantes hologramas?
En realidad, considero que no es tan importante el “formato” (holograma, videoconferencia, o quién sabe qué posibilidades traerá el futuro), sino el ser conscientes de que estamos ante una sociedad con unas necesidades diferentes, que requiere formación a lo largo de la vida (o incluso largo y ancho de la vida), y que la tecnología nos abre un mundo de posibilidades para hacer esto real.
Quizá sea necesario un cambio de paradigma, quizá debamos ir más allá de una universidad sólo profesionalizadora y apostar por una universidad corresponsable social en la formación continua y el aprendizaje de calidad a todas las edades. De hecho, hay un porcentaje creciente de población que ya está demandado otra formación y, a día de hoy, la formación presencial supone el 82% de la matrícula oficial de grados y el porcentaje incluso baja a un 62% de la de postgrados (datos extraídos de la web de estadísticas del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Por eso, insistimos en que la tecnología no debe ser vista solo como una amenaza que separa, sino también como todo lo contrario: un modo de acercar culturas, de abrir nuevas posibilidades a la personas y permitirles formarse en lo que desean, contribuyendo también así a construir una sociedad mejor. En definitiva, se trata de potenciar encuentros optimizando recursos y apostando por metodologías activas.
Por supuesto, que existan esas posibilidades para quien tiene más dificultades para asistir a una formación presencial no implica que deje de ofrecerse una formación presencial, no son realidades incompatibles, sólo dan respuesta a necesidades distintas. Presencial u online, ambas modalidades persiguen el aprendizaje de los estudiantes, aunque los escenarios parezcan diferentes, las metas no lo son.
Así que, ¿consideráis que sería tan malo que algunos de nuestros estudiantes fueran “hologramas”? Quizá no… 😉
Sonia Arranz
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Muchas gracias a Ángela, Ana y Matxalen porque el post ha sido claramente fruto del trabajo colaborativo 🙂