En el colegio durante nuestra infancia, quizás en la adolescencia, aprendimos sobre el nacimiento de la vida, sin ni siquiera ser conscientes de ello, a través del crecimiento de una lenteja.
Quien más, quien menos, se vio metiendo esa pequeña legumbre en un algodón húmedo o en un pequeño recipiente con tierra y observando cada día cómo iba creciendo, si es que lo conseguíamos…
Esa era la tarea: plantar, regar, cuidar y observar qué iba ocurriendo a lo largo de unos días que, en ocasiones, por la impaciencia que nos caracteriza durante la niñez y adolescencia, se nos hacía eterno.
Cuando lo hacíamos por primera vez solos en nuestras casas o lo hacíamos por grupos en la escuela, muchas veces los experimentos salían mal y las lentejas terminaban arrugadas ya que, unido a que no teníamos mucho conocimiento sobre el tema así como por no comunicarnos en el grupo, la lenteja acababa siendo regada más de lo que debería.
En otras sin embargo, en aquellas en las que poníamos más mimo, constancia, comunicación entre los miembros del grupo y aplicación de lo que la maestra nos transmitía en cuanto a sus cuidados (la luz, temperatura y la cantidad de agua adecuada), realmente observábamos entusiasmados cómo nacía de esa pequeña lenteja un diminuto brote que, poco a poco, iba tomando apariencia de planta.
Si has vivido esa experiencia, seguro que la recuerdas perfectamente.
Encontrar un terreno fértil, arar, plantar, sembrar, regar, cosechar y trasplantar son los pasos para hacer germinar una línea de vida. Y siempre ha sido así desde el origen del cultivo. Son muchas las leyendas que se cuentan en torno al cultivo y su origen. Todas son diferentes pero tienen aspectos en común.
Uno de ellos es el paso del tiempo como requisito imprescindible para conseguir obtener frutos. Hoy en día, con el aprendizaje acumulado y a lo largo de los siglos y las innovaciones que han ido surgiendo, hemos conseguido un proceso que quizás sea más eficiente y acelerado pero sin duda está más mecanizado y, en ocasiones, parece que nos hayamos olvidado del increíble milagro de la germinación y de hacer crecer la vida a su ritmo natural.
Bien se realice de manera artesanal o se industrialice, la necesidad del tiempo es una constante en cualquier proceso de cultivo que decidamos abordar. Y esto me hace rememorar algo que hace ya mucho tiempo un compañero de trabajo me señaló: “Nueve mujeres en 1 mes no pueden hacer gestar a un bebé”, es decir, que todo tiene un tiempo de gestación natural que, aunque queramos, no podemos acelerar, por muchos más recursos que añadamos.
Otro aspecto que tienen en común es la capacidad que esta actividad tiene para crear Ecosistemas allá donde se desarrolla la actividad de cultivo. Según nos señala el diccionario, un ecosistema se define como “una Comunidad de seres vivos cuyos procesos vitales se relacionan entre sí y se desarrollan en función de los factores físicos de un mismo ambiente.”
Recientemente y fruto de nuestra curiosidad por los orígenes del cultivo, encontramos una entrada de un blog titulada El concepto de arte como cultivo de una práctica en la que señalaban algo que nos inspiró:
“Pero lograr hacer germinar algo con vida, algo vivo por sí mismo, en mayor o menor grado, siempre requiere de la creatividad para afrontar el caos, de la imaginación para encontrar tierras allí donde hacen falta, la inventiva para preparar sustratos, la inteligencia a la hora de saber usar las condiciones climáticas inesperadas, el talento para hacer dar frutos, el ingenio para enfrentar las plagas desconocidas, la genialidad para conjurar la muerte en medio de crisis imprevistas. Cultivar es poner la creatividad en remojo”. Como nuestra historia con la lenteja :)
En Oriente cultivar es una imagen estrechamente ligada al arte. No sólo en Oriente, también en la cuna de la civilización occidental el arte y el cultivo son conceptos paralelos.
El arte es experimentación de sensaciones, pero esa experimentación es cuestión de práctica, del cultivo de la práctica, para ser más precisos. El cultivo de la práctica es, a su vez, cuestión de técnica, del control o el desarrollo de las destrezas en la ejecución de cada arte que se pone en práctica. Pero el arte no es sólo cuestión de técnica, es sobre todo cuestión de sensación, de perceptos y de afectos.”
Y es este Arte del Cultivo lo que nos inspira en nuestro día a día a quienes componemos el equipo de la Unidad Dual y la Escuela para la Facilitación Dual de la Universidad de Deusto. Por primera vez, estamos llevando el concepto de “aprendizaje en el lugar de trabajo” (Work Based Learning) a un lugar donde antes no habíamos estado de manera tan intensa e interesante para que el proceso de enseñanza-aprendizaje sea más significativo.
Y además, haciéndolo en cooperación con organizaciones cómplices, aquellas que comprenden que este nuevo reto que tenemos no se puede lograr con éxito sin que nuestros procesos vitales se relacionen entre sí y se desarrollen en función de los factores de un mismo ambiente. Eso es un ecosistema, ¿no? Que llevado al ámbito de lo dual podríamos decir que es una comunidad de diferentes personas que, en cooperación, comparten procesos de enseñanza-aprendizaje para entrenar al Talento del Futuro de una manera diferente. Apasionante reto, ¿verdad?
El punto es que, como señala Ken Robinson en su charla TED “Cómo escapar del valle de la muerte de la educación”, la educación no es un sistema mecánico. Es un sistema humano, es un sistema vivo.
Se trata de personas que, o bien quieren aprender, o no. Y en ocasiones, tenemos la tentación de hacerlo más rápido y eficiente y queremos convertirlo en un proceso mecánico cuando no lo es.
Lo que sí podemos hacer para que fructifique es crear las condiciones propicias e inspiradoras para ello, ya que a diferencia de las plantas y vegetales, los seres humanos no aprendemos si no queremos, Y esto, como cuando éramos niños en la escuela, también se puede aprender a hacer.
La Formación Dual tal y como la entendemos en la Universidad de Deusto, se desarrolla en cooperación (The Art of CO) y también tiene mucho que ver con el Arte del Cultivo. Y la Escuela para la Facilitación Dual es el espacio donde las personas que toman parte en el ecosistema dual pueden capacitarse y aprender a desarrollar este arte, cada una, según el rol dual que desarrolle.
Participar como ‘estudiante’ en un proceso dual rompe con lo conocido y facilitar un proceso dual tampoco es tarea fácil, pero sin duda, cuando te preparas para ello y la experimentas, con el paso del tiempo vas viendo cómo las semillas que sembraste, en el terreno que araste y a las que cuidaste crecen, crecen, florecen y dan sus frutos. Y la Naturaleza, hace su magia.
Fuente de la imagen: El Blog de Patio
ISABEL FERNÁNDEZ · Coordinadora de proyectos de Innovación en la Unidad Dual
2 ideas sobre “El Arte del Cultivo y la Formación Dual Universitaria”
Fantástico texto sobre el tiempo y el cultivo, para que los árboles den frutos y las flores florezcan.
¡Muchas gracias Joana! Es cuestión de tiempo y mimo 🙂 A veces nos cuesta contar lo que hacemos y distinguirlo, fundamentalmente, de procesos con lógicas mecanicistas. Esta metáfora nos ayuda a que se visualicen mejor los procesos en los que trabajamos. Un abrazo y muchas gracias por comentar!