La expresión castellana “no hay mal que por bien no venga” parece estar acuñada para explicar la situación vivida por Bilbao, su área metropolitana y el País Vasco por extensión en la década comprendida entre 1975 y 1983. La profunda crisis política que sufre el franquismo en sus últimos estertores, junto a la incapacidad del tejido económico para hacer frente a los nuevas formas del capitalismo mundial, además de la creciente conflictividad social (huelgas y sindicalismo creciente) y reivindicación nacional vasca (en la que la acción terrorista de ETA y otros grupos de extrema derecha interfieren con especial virulencia) ponen al límite al conjunto del territorio vasco y del área metropolitana.
El 19 de abril de 1979 se realizan las primeras elecciones democráticas para ayuntamientos y diputaciones. El Ayuntamiento de Bilbao y la Diputación Foral de Bizkaia estrenaron gobiernos democráticos. Esto supone el inicio de un importante y complejo proceso de democratización. Las instituciones locales y forales se convierten en la punta de lanza de un cambio más profundo que culminara meses después, en octubre de 1979, con la aprobación del Estatuto de Autonomía de Gernika para Euskadi, y en marzo de 1980, con las primeras elecciones autonómicas y la posterior conformación del Gobierno Vasco que recogerá el testigo del sostenido en la clandestinidad y el exilio. En mayo de 1981, entra en vigor la Ley del Concierto Económico que dota de capacidad fiscal a las diputaciones forales vascas, fija la figura del cupo como fórmula de contribución a los gastos generales del Estado y asienta las bases para el imprescindible autogobierno financiero presupuestario.
A modo de remate final, de un complejo contexto, las precipitaciones generosas e intensas del viernes 26 de agosto de 1983, 500 litros por metro cuadrado, provocan unas severas inundaciones que acaban por llevarse por delante las viejas estructuras de un sistema económico, social y político en profunda crisis. La fotografía de los comercios del Casco Viejo de Bilbao con el agua hasta el techo, las márgenes inundadas de la Ría (La Peña, Atxuri, Deusto, San Inazio, Olabeaga, Zorrozaurre,…), barrios enteros anegados (Peñascal, Rekalde,…) y otros municipios (Bermeo, Llodio, Galdakao,…) son la metáfora de una necesaria transformación de la ciudad y de todo su hinterland económico, político, social, cultural y medioambiental.
La desgracia que acompaña unas inundaciones puede ser, en este caso, un necesario impulso para la búsqueda de otro modelo de ciudad. El urbanismo salvaje del período desarrollista había potenciado la infravivienda, el tráfico de vehículos priorizado sobre el peatón, el olvido de las infraestructuras básicas de luz, electricidad, saneamientos y pavimentación en la mayoría de los barrios de la metrópoli o la ausencia de equipamientos públicos básicos. Los cauces de los ríos y el aire presentaban altísimos niveles de contaminación y polución. La economía se hacía añicos con sectores excesivamente protegidos, muy mediatizados por los grupos próximos al poder, faltos de competitividad y sin un desarrollo tecnológico adecuado. El desempleo alcanza el 24%. El sistema político se resquebraja con un dictador moribundo, grandes disensiones en el seno del propio régimen, la articulación de una oposición clandestina, el terror de la violencia de ETA, la represión franquista y la presión diplomática de las democracias occidentales.
La sociedad está cambiando, con un incremento sustancial de los ingresos, la capacidad de gasto y consumo, el acceso a los estudios medios y superiores, así como el deseo de ser iguales al resto de los ciudadanos europeos tras la anhelada entrada en la Comunidad Europea (1986). La cultura uniforme y monolítica del primer franquismo se rasga por influjo de la sociedad del consumo, del coche familiar, de las vacaciones de verano, de la televisión, del cine y de la literatura que burlan la censura (San Salvador del Valle, 2006). El país y, consecuentemente, la ciudad de Bilbao inician un camino distinto más acorde con los tiempos y en los espacios que tocan vivir.
El ocio de este período expresa las convulsiones políticas, económicas, sociales y culturales del momento. El ocio de la sumisión languidece en el entorno de las vetustas estructuras del régimen franquista. El ocio oligárquico burgués reflejado en iniciativas previas a la Guerra Civil y durante la Dictadura se mantiene. Aquellas otras vinculadas a ideologías republicanas, socialistas o nacionalistas, reprimidas y postergadas, afloran de un largo y obligado letargo de silencio con fuerzas renovadas. Nuevas manifestaciones de ocio, surgidas en los profundos cambios de los sesenta y los setenta producidos en las sociedades occidentales democráticas, se suman al escenario presente. El ocio oligárquico y burgués reservado a unos pocos encuentra su contrapartida en el deseo mayoritario de recuperar el ocio de la calle, un ocio de y para todos (San Salvador del Valle, 2006). La puesta en marcha de las fiestas populares Aste Nagusia – Semana Grande- en agosto de 1978, suponen una explosión de participación e implicación de la ciudadanía, a través de cuadrillas y grupos en una multitud de actos culturales, deportivos y recreativos que inundan lascalles de Bilbao. Pero, esto es sólo el epígono de una profunda corriente de transformación que emergerá de estos convulsos tiempos de plomo que quedarán ahogados en aquel fatídico agosto de 1983.