Los últimos cuarenta años de autogobierno y gobernanza democrática han dado como resultado unas ciudades vascas con un equilibrado desarrollo urbano sostenible. Ha sido fruto de la implicación de entidades públicas, empresariales, asociativas y ciudadanía, a través de multitud de iniciativas concretas y operativas que han ido dando respuesta a complejos problemas ecológicos, económicos, sociales y culturales.

Pero, a pesar de lo mucho y bien hecho, el mundo sigue girando. La realidad, fruto de la aceleración del tiempo y la globalización del espacio, plantea nuevos retos, nuevos problemas, pero también nuevas oportunidades. Por ello necesitamos seguir incidiendo en un ecosistema que posibilite la innovación transformadora y que garantice más autogobierno y gobernanza democrática. Todo ello con la finalidad de lograr más compacidad territorial, más cohesión social, más coopetitividad económica y más creatividad cultural.

Un mundo de contravalores desprotege y vulnera las bases y contenidos del código ético mundial de referencia: la Declaración Universal de Derechos Humanos. La democracia misma está amenazada por nuevas expresiones de autoritarismo en demasiados lugares de nuestro entorno próximo. La reivindicación del autogobierno, de la capacidad de decidir en favor de los derechos humanos y del desarrollo humano sostenible, y de actuar de acuerdo en un modelo de gobernanza profundamente democrático, transversal y transectorial, son factores clave en la consolidación y avance de nuestra ciudad en las próximas décadas.

Pero, además, la globalización requiere un compromiso con el presente y futuro del resto de los seres humanos del planeta, mediante una diplomacia de las ciudades que nos comprometa con un gobierno del mundo más democrático, justo y sostenible. El autogobierno y su gobernanza democrática son instrumentos para afianzar y potenciar el desarrollo urbano sostenible de nuestras ciudades y, de modo corresponsable y solidario, de nuestro entorno y del mundo.

Algunos de los retos, problemas y oportunidades, tienen que ver con la consolidación y profundización del desarrollo ecológico. En primer lugar, la consciencia de que vivimos en un espacio consolidado y disponible limitado conlleva la necesidad de un uso sensato del mismo, que es conveniente reflejar en los actuales y futuros ejercicios de planificación y ordenación urbana. En segundo lugar, la movilidad plantea retos de gran calado en relación al modelo de transporte a consolidar: con mayor protagonismo del servicio público, reducción de medios privados, mayor optimización del espacio ya ocupado por infraestructuras viarias, racionalización y redistribución a lo largo del día de los horarios de desplazamiento, priorización del acceso sobre la propiedad de los medios de transporte, etc. En tercer lugar, la conectividad digital, que ya ha adquirido un gran protagonismo, crecerá aún más en los próximos años.  Podemos lograr que incida en un uso más razonable del espacio, compensando un exceso de movilidad. Se requerirá para ello la apuesta inteligente (smart city) por una ciudad sabia (wise city) en el uso de soportes, medios y gestión, pero, sobre todo, en el empoderamiento de las personas (wise people). En cuarto lugar, el equilibrio entre centros y periferias ocupa un papel fundamental en la agenda de la ciudad que quiere avanzar por la senda del desarrollo ecológico. La buena gobernanza de una ciudad evita dejar barrios o distritos atrás, llevando el desarrollo urbano sostenible al último rincón de la misma, impidiendo la aparición de una ciudad de dos o más velocidades.

En la potenciación del desarrollo económico, nos encontramos retos de gran complejidad. En primer lugar, el fomento de las economías con valor añadido es una cuestión crucial. La apuesta por sectores productivos, con profesionales adecuadamente cualificados y dignamente recompensados por su actividad, es el mejor argumento frente a las estrategias  de abaratamiento interminable de costes o frente a la tecnología superadora de las prestaciones humanas. En segundo lugar, el cultivo de la corresponsabilidad ciudadana con las economías de proximidad, con aquellas actividades –comercio, hostelería y servicios- que dan vida a las calles de la ciudad, además de generar riqueza y empleo, es un ejercicio imprescindible en nuestra comunidad. En tercer lugar, queda espacio para el desarrollo de las economías de lo intangible, aquellas que ponen en valor económico la identidad, el patrimonio y la creación de una ciudad a través de las llamadas industrias creativa, de ocio, cultural, deportiva y turística. En cuarto lugar, los próximos años va a demandar más creatividad, talento, innovación y emprendimiento, a lo que habrá que seguir dedicando una gran atención y esfuerzo desde todos los agentes.

El desarrollo social es un factor clave en la consecución del desarrollo urbano sostenible. En primer lugar, la conquista social alcanzada, de ser uno de los lugares con un nivel de esperanza de vida más alto en el mundo, debe hacerse compatible con: un envejecimiento digno, activo y satisfactorio; y un rejuvenecimiento de la población, tanto demográficamente como en la posibilidad real de emancipación y autonomía de las y los jóvenes. En segundo lugar, vinculado con el reequilibrio demográfico, necesitamos abordar la inmigración como un factor de oportunidad en el desarrollo de la ciudad y del país, como ya sucedió a finales del siglo XIX o mediados del siglo XX. En tercer lugar, vivimos un escenario de variabilidad e inestabilidad en el empleo, de desaparición de funciones y tareas, de sustitución por tecnologías. Tenemos la oportunidad de dar respuestas eficientes a la diversidad de situaciones que una persona va a vivir a lo largo de su vida: como empleada, desempleada, ocupada o acompañada. En cuarto lugar, la aparición de nuevos tipos de pobreza nos plantea el reto de reacomodar la ciudad del bienestar y del bienser en la respuesta a las nuevas situaciones de riesgo, estableciendo nuevos mecanismos de solidaridad y redistribución que redunden en una ciudad con mayor calidad de vida para todas y todos.

El ámbito del desarrollo cultural no siempre está presente en la agenda del desarrollo urbano sostenible. En primer lugar, la globalización nos da la oportunidad de hacer de la cultura e identidad vasca un referente mundial en valores, diversidad, creatividad e innovación. En segundo lugar, la ciudad del conocimiento requiere un sistema educativo de referencia, a lo largo de la vida, que trabaje valores, competencias y contenidos. En tercer lugar, la capacidad de atracción externa de nuestra actividad cultural, deportiva y de ocio es una gran posibilidad en la consolidación de los agentes creativos y culturales de la ciudad. En cuarto lugar, todo lo anterior no puede ir en menoscabo de la generación de nuevas y activas audiencias locales, fruto del enriquecimiento cultural de vecinas y vecinos.

En las últimas décadas, hemos recorrido interesantes procesos de transformación. Ahora se trata de continuar avanzando en la generación de un nuevo relato para la innovación transformadora de nuestras ciudades.

[Texto publicado en el periódico EL CORREO, 18 de octubre de 2018]