Cuando evocamos una ciudad, un territorio, una comunidad, recuperamos imágenes en las que personas caminan por sus calles, pasean por bulevares y parques, juegan en los columpios, corren en solitario, participan en carreras populares, nadan en piscinas y playas, se mueven al ritmo de música en sus plazas, salen con bolsas y carritos de comercios, beben y picotean en terrazas, sacan fotografías a monumentos y fachadas, se sientan en bancos a leer y charlar, entran en teatros y auditorios, disfrutan con barras infinitas de pintxos, escriben en cuartillas a la sombra de un árbol, se desplazan enfundados hacia el estadio, conversan con vecinas y vecinos en el bar de la esquina, sudan en gimnasios, recorren las salas de museos, cruzan con bicicleta o patinete, salen de una sala de cine, pachanguean en canchas del barrio, recorren el cauce del río en piragua o tabla de paddle surf, ojean portadas y contraportadas en librerías, disfrutan de compañías de teatro en la calle…

Están son las ciudades, territorios y comunidades que anhelamos, que deseamos. Llenas de vida y que nos llenan de vida. Lugares donde intercambiamos bienes, productos y servicios. Pero, donde, sobre todo, compartimos experiencias vitales. Espacios donde el trabajo de muchas personas se convierte en oportunidades de disfrute para el conjunto.

Las instituciones, empresas, fundaciones, asociaciones, profesionales y voluntariado que trabajan en los diversos ámbitos del ocio -de la cultura, deporte, recreación, turismo…- son posibilitadores de una cotidianeidad llena de matices y momentos extraordinarios plenos de emoción. No son los responsables de nuestra felicidad, pero son cómplices necesarios en un tránsito más gozoso por lo ordinario y lo extraordinario. Nos posibilitan escenarios donde discurren momentos auténticos, memorables y significativos, en los que lloramos y reímos, nos estremecemos y desinhibimos, somos protagonistas y público, sudamos y refrescamos, crecemos en capacidad autocrítica y autoestima…

El ocio es un fenómeno a ser tomado muy en serio. Las experiencias personales de ocio se manifiestan en actividades de naturaleza cultural, deportiva, recreativa, turística… que configuran subsectores relevantes de la economía que alcanzaron en 2019, en su conjunto, un 17,9% del Producto Interior Bruto y representan un 18,4% del empleo total.

Por otro lado, no debemos olvidar los vasos comunicantes que se producen con el sector primario y el tejido industrial, en la demanda de materiales, bienes, equipos y productos que están en la base de la práctica, uso y consumo de ocio.

Estamos hablando, además, de un conjunto de actividades que pueden mejorar la calidad medioambiental de espacios urbanos, rurales y naturales, que ganan vitalidad y viabilidad con iniciativas de ocio de signo diverso. Sin perder de vista la amenaza de una explotación abusiva de dichos espacios y recursos.

Nos estamos refiriendo a un fenómeno que puede ser factor de cohesión social y posibilitar mecanismos para combatir el desempleo, las desigualdades y las pobrezas en nuestras comunidades, territorios y ciudades. Pero, siempre atentos al riesgo inherente de temporalidad y precariedad.

El fenómeno de ocio, en todas sus manifestaciones, es una oportunidad para el aprendizaje de valores democráticos, para el impulso de la filoxenia frente a tanta xenofobia, en el cultivo de la creatividad y el fomento de la innovación.

La pandemia nos obliga a replegarnos. Nos impide ser como somos, sociables. Nos obliga, en última instancia, a cerrar espacios donde sucede todo lo ya mencionado. Y con su cierre. las empresas, las entidades sociales, los profesionales y los voluntarios cómplices necesarios de nuestra vitalidad, ven amenazada su propia viabilidad, su futuro inmediato.

Seguramente lo más valioso que tenemos, la sociabilidad, se ha convertido en nuestra mayor debilidad al hacer frente a la pandemia. Y en tales circunstancias, no queda otra que frenar nuestro sano instinto a vivir en grupo, con el cierre de los espacios de ocio.

Pero, con dicho cierre, contraemos una obligación para con aquellos agentes de ocio que corren el riesgo de desaparecer en la lucha contra la pandemia. Han sido vitamina imprescindible en tiempos previos a la pandemia y lo serán el día después de la vacuna ¿Y si no estuvieran para entonces?

Por ello sugiero organizar un fondo de resistencia, rescate e inversión, con participación de instituciones, pero también con implicación de empresas a las que no les ha ido tan mal, entidades sociales solidarias y ciudadanía anónima comprometida, que proteja los sectores amenazados, tal y como hicimos con otros sectores en tiempos no tan lejanos.

Y fruto del aprendizaje de la experiencia que estamos viviendo, diseñemos un proyecto futuro de ocio para la ciudad, territorio y comunidad que sea tomado por todas y todos mucho más en serio.

[Publicado en el periódico El Correo. 3-1-21]