Lo que me (pre)ocupa del día después

A lo largo de estos días coincidían en el tiempo y en el espacio, la publicación de un par de artículos por parte de buenos y respetados amigos. En el primero José Javier Ramos, profesional vinculado al mundo de la empleabilidad, apuntaba que  “tenemos que plantearnos el futuro y hacerlo orgullosos de aceptar el reto de vivirlo porque, más allá de las características de ese futuro, lo sustancial es la respuesta social con la que nos preparemos en el presente”. En el segundo, el filósofo Daniel Innerarity nos invitaba a que “no nos preguntemos tanto como será el mundo en 2030 sino qué consecuencias tendrá entonces lo que estamos haciendo ahora”. Ambos nos impelían a poner nuestra atención en el presente, en lo que estamos haciendo, en el modo en que damos respuesta a los problemas de hoy, porque el futuro vendrá condicionado, en buena medida, por las decisiones y actuaciones presentes. Y con todo ello, me suscitaban una reflexión en torno al día después de las elecciones, que me provocaba más (pre)ocupación que la propia cita electoral.

Del 25-S sólo esperaba una cosa, que no era cosa menor: que las ciudadanas y  ciudadanos vascos ejerciésemos corresponsablemente nuestro derecho al voto, que votáramos a aquel partido, programa y candidaturas que reflejaran mejor nuestro modo de ver ese presente que va condicionando el futuro. O que si encontrábamos en el voto en blanco la mejor expresión, lo fuera porque reflejaba un reconocimiento del valor intrínseco de la democracia. No vaya a ser que se nos olvide que la peor de las democracias siempre será mejor que la mejor de las dictaduras.  Y si nos absteníamos que no fuera por desidia, que lo fuera por la firme convicción de que entendíamos nuestra ausencia como un modo de reivindicar más y mejor democracia en nuestra sociedad.

Y del resultado, esperaba que fuera lo más parecido a un Parlamento Vasco de inmensas minorías, unas mayores y con posibilidad de gobernar y otras menores con posibilidades de condicionar. Por lo demás, confío en que las y los políticos que finalmente ocupan los escaños tengan al menos dos características: la mirada igual de limpia y honesta que la de sus conciudadanos y la misma sana intención de hacer lo mejor posible en cada caso y circunstancia. Espero, sencillamente, que sean fiel reflejo, si no es posible mejorado, de la sociedad que representan.

Pero, lo que me (pre)ocupa es lo que pueda suceder a continuación, una vez constituida la cámara legislativa y conformado un gobierno con mayoría suficiente y estable. En ese momento, la petición que me gustaría trasladar, tanto a los parlamentarios que he votado como a los que no, es que dedicaran tiempo, tiempo suficiente, adecuado y de calidad, a compartir visiones a medio y largo plazo de nuestra sociedad, de nuestro país, de nuestras gentes. No para construir futuro, sino para hacer presente, viendo los efectos y consecuencias de nuestras decisiones y actuaciones, tal y como sugerían Daniel Innerarity y José Javier Ramos.

Y ¿en torno a qué me gustaría que pasaran horas leyendo, escuchando, observando, analizando, hablando, debatiendo,…? Desearía que compartieran visiones de los retos fundamentales, uno a uno y en conjunto,  puesto que están imbricados e interrelacionados. Me gustaría que dediquen su tiempo limitado a las cuestiones de gran trascendencia e implicación para la gran mayoría y para las inmensas minorías que formamos esta sociedad. Me encantaría que le cogieran gusto a la dinámica propuesta: un proceso alejado de la inmediatez de los titulares ocurrentes y descalificadores, de la presión de las urgencias, animados por un clima de mutua confianza y la obtención de resultados a partir de consensos sustanciales. El orden de los temas no refiere a una mayor o menor relevancia de los mismos sino a la conveniencia de tratarlos ordenados, por separado y en conjunto.

Les sugiero un primer tema de reflexión en torno a qué vamos a hacer con los limitados espacios y recursos naturales, rurales y urbanos disponibles: cómo vamos a garantizar su desarrollo sostenible y cómo vamos a aminorar los desequilibrios entre centros y periferias. La segunda cuestión que considero digna de un reposado de análisis es la cuestión de la movilidad, conectividad y accesibilidad: con qué criterios y medios vamos a favorecer dichas condiciones a las personas que habitamos este lugar o que quieran acercarse por motivos de ocio, trabajo o refugio desde otros rincones del planeta.

Por abrir una tercera carpeta en busca de visiones compartidas, me gustaría plantearles cómo vamos a abordar la cuestión del envejecimiento y, complementariamente, del rejuvenecimiento de nuestra sociedad. Y como una cosa lleva a la otra, y puestos a pedir, consideren la sugerencia de un cuarto punto en torno a qué piensan y cómo enfocan la evolución de las migraciones, tanto en las personas que vienen como en las que se van.

Y si en quinto lugar, le dedicamos un tiempo suficiente, adecuado, sensato, nada estridente a observar el empleo y el desempleo en su complejidad presente y futura. Así podríamos llegar al sexto punto, les propongo que consideren cómo abordar la justicia social, la equidad y la desigualdad desde una mirada inclusiva y cohesionadora en diálogo con  recursos limitados, ingresos insuficientes, redistribuciones mejorables, mecanismos innovadores,…

Si no les parece mal, como séptima cuestión, sugiero el diálogo sobre la glocalización de nuestra economía: un ejercicio que nos posibilite estar en condiciones de saber qué hacer, una vez observado por donde andan los pensamientos y actuaciones de los demás, para competir como afán de superación propia y colaborar para llegar más lejos juntos.

En el menú de cuestiones a plantear, quisiera dedicaran un octavo momento, suficiente y digno, a dos motores inexorables del presente: la creatividad y la innovación. Motores de inyección en un conocido mundo de tangibles, pero también de los cada vez más valorados intangibles. Y si resultara posible, como novena cuestión y al hilo de la anterior, ¿qué tal una mirada pausada al desarrollo del talento, vinculado al modelo educativo, formativo y de aprendizaje a lo largo de toda la vida, y a la atracción del mismo allá donde se encuentre?

Y por último, completando el decálogo, me gustaría ocuparles un tiempo hablando de la gobernanza de todo lo anterior. Creo que, si se ponen a ello, son capaces de hacer de las políticas, sistemas, estructuras y procesos, algo mucho más eficiente y eficaz, pero sobre todo más democrático, más atractivo, con mayor participación, implicación y corresponsabilidad del resto de la ciudadanía ¿Una buena razón para ello? Nos jugamos dar respuesta adecuada a los nueve retos anteriores.

Les dejo, ya me vuelvo a (pre)ocupar de los resultados de la cita electoral, a recontar los votos y observar los procesos de acuerdo entre mayorías y minorías. Y si quieren leemos, escuchamos, observamos, analizamos, hablamos y debatimos juntos, que para eso estamos sus conciudadanas y conciudadanos.

(Publicado en el periódico DEIA, 28-9-16)