Resulta complicado unir en un artículo tres conceptos tan ricos en matices como el diseño, la tecnología y la ciudad. Y no precisamente porque no haya buenas razones para vincularlos, más bien al contrario. La dificultad radica en cómo contribuir con una mirada fresca e inspiradora a una conversación reducida en la actualidad al volumen de aplicaciones y soluciones urbanas de base tecnológica que somos capaces de producir.
El presente artículo desea compartir una mirada distinta. No exenta de aspectos criticables o manifiestamente mejorables. Pero, una mirada comprometida con la transformación de las ciudades, con la finalidad de hacer de las ciudades lugares mejores, generadores de bienestar y bienser para las personas que las habitan y visitan, atendiendo cada caso y siendo permeables a cada circunstancia.
El artículo nos transporta de la ciudad industrial, productora de bienes, productos y servicios, a la ciudad postindustrial que crece en torno a la generación de experiencias y la puesta en valor de intangibles. Partimos de la lógica de las smart cities para proponer una nueva lógica de ciudades 4i, evolucionando de la lógica de la innovación tecnológica aplicada a los bienes, productos y servicios urbanos a una lógica de la innovación que contempla una base tecnológica, pero también social, cultural y económica. Y siempre centrada en las necesidades, motivaciones y valores de las y los ciudadanos cogeneradores de experiencias e intangibles
En este tránsito por realidades urbanas pasadas, presentes y futuras, el diseño va ganando relevancia a la vez que transforma su función: del diseño en las ciudades al cities design, en el que adquiere un papel activo en la gobernanza de las ciudades. La Nueva Agenda Urbana, aprobada en la reciente Cumbre HABITAT III de Naciones Unidas, celebrada en la ciudad de Quito, abre interesantes vías a este enfoque de la gobernanza y diseño de las ciudades.
De las ciudades industriales a las ciudades de las experiencias
La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, en su artículo 24 consagraba el derecho al descanso y al disfrute del tiempo libre. Por primera vez, se reconocía el derecho a un tiempo no necesariamente productivo, reproductivo o compensador. Ya no se trataba sólo de descansar lo justo y necesario para volver a trabajar. Tres décadas después, la Constitución Española de 1978, en su artículo 40.2 completaba el derecho al descanso necesario con el de las vacaciones periódicas retribuidas. Garantizaba un tiempo de libre disposición dotado con recursos propios, que se podían dedicar a otras dimensiones de la existencia humana, una u otra actividad, a la adquisición de uno u otro bien, producto o servicio. Se asentaban las bases de una economía del ocio a configurar en torno a nuevos sectores económicos emergentes.
Símbolos reservados a las élites dirigentes se incorporaban progresivamente a la lógica industrial productiva. Una parte sustancial de la cultura se convertía en industria: libros, música, cine,… El viaje al alcance de aventajados, aventureros y misioneros se transformaba en la economía del turismo, industrializando los vínculos que unen orígenes y destinos. La actividad física y la gimnasia adoptaban las formas de industria del deporte. Las tecnologías emergentes incorporaban soportes como la radio y la televisión, dando lugar a las industrias de la comunicación y recreación. La industrialización del tiempo disponible daba lugar a la democratización de los ámbitos del ocio y a un consumo de masas hasta entonces desconocido.
La transición de una a otra lógica modificaba la naturaleza del capitalismo de la primera industrialización, de la producción de bienes y servicios. Esta nueva realidad fue abordada con maestría por Joseph Pine y James Gilmore en su obra La economía de la experiencia (1999), poniendo nombre y apellido a una economía basada, no tanto en la compraventa de bienes, productos o servicios, como en la mercantilización de las experiencias.
Toda experiencia contempla aspectos objetivos tangibles -bienes, productos, servicios,…- que nos refieren a una ciudad industrial y otros subjetivos intangibles -emociones, sentimientos, motivaciones, valores, percepciones,…- que acompañan las vivencias cotidianas y extraordinarias de las personas en una ciudad de las experiencias. Y es, desde esta segunda aproximación al ser humano, donde se viene generando un intenso proceso de creatividad, diseño e innovación desde mediados del siglo XX, en el que las ciudades son el mejor de los laboratorios.
La economía de la experiencia, la generación de experiencias de interés para los ciudadanos, potenciales usuarios y consumidores, se ha ido extendiendo. Y con ella, las industrias de lo intangible, aquellos sectores económicos que son capaces de poner en valor aspectos de nuestra existencia que sólo habían sido observados en su materialidad. La música sufre como industria fonográfica pero crece como espectáculo en vivo, festival o concierto. El deporte se consolida como espectáculo de masas, práctica individual o riesgo extremo. El turismo se reinventa como viaje y aventura hacia destinos impensables. La recreación al aire libre ocupa espacios otrora poco apreciados y en el interior de los hogares reproduce vivencias imaginativas y fascinantes. La gastronomía transita de la alimentación de subsistencia a la cocina de autor y a la propia creación. El vestido que protege de las inclemencias se convierte en moda. Los utensilios más humildes de nuestra cotidianeidad revierten en pequeñas piezas con valor añadido propio. El valor subjetivo de la experiencia se sitúa muy por encima del coste material de sus contenedores.
La industria se hace industria de lo intangible. La materialidad del bien, producto y servicio se transforma, por la fuerza de motivaciones y valores, en motor de nuestras existencias. Las industrias creativas, del diseño y del ocio son el humus donde fermentan las experiencias que mueven nuestras voluntades. Generamos una economía en sí misma y, además, tiramos de esa economía de lo tangible. Como sucedió el día en que la compañía automovilística volatilizó el coche para sustituirlo por un lacónico “¿te gusta conducir?”, sustituyendo el producto por la experiencia. Para entonces, el diálogo entre los fabricantes de cosas y los generadores de experiencias llevaban horas de rodaje en la carretera.
Pero, además, las industrias de lo intangible tienen otro valor añadido: la capacidad de generar de empleo. Frente a la disociación actual entre proceso de reactivación industrial y creación de empleo, fundamentalmente por la incorporación intensiva de tecnologías de nueva generación, las industrias de lo intangible se basan en los seres humanos que las hacen realidad. Diseñadores, creativos, artistas, artesanos, gestores culturales, músicos, arquitectos, interioristas, actores, guías-intérpretes turísticos, modistos, deportistas, comunicólogos, gráficos, cocineros, publicistas, técnicos deportivos o desarrolladores de contenidos digitales son profesionales que aportan valor añadido a la experiencia que generan, ofrecen y posibilitan. Son profesionales talentosos, con formación sólida de base y a lo largo de la vida.
Por si fuera poco, las industrias de lo intangible tienen un marcado carácter endémico, contagioso, puesto que arrastran a las industrias de lo material a un escenario de permanente creatividad, diseño e innovación. Incorporan a los bienes, productos y servicios conocidos nuevos puntos de vista que, más allá de lo formal, acaban provocando cambios de concepto, de uso y aplicación. Es la revolución de la creatividad y del diseño, la revolución de los intangibles. Y se trata de una revolución marcadamente urbana, por su privilegiado ecosistema en el que confluyen la mayoría de los creadores y diseñadores con la mayoría de los ciudadanos, co-creadores, usuarios y consumidores.
La economía de la experiencia y las industrias de lo intangible suponen una gran oportunidad para la re-humanización de nuestras ciudades, avanzando en mayores cotas de bienestar y bienser de las personas. Las ciudades de las experiencias pueden ser urbes en las que la creación, co-creación, uso y consumo de bienes, productos, servicios y actividades posibiliten la vivencia de experiencias auténticas, memorables y significativas.
De las smart cities a las ciudades 4i
Desde que el ser humano está en el mundo, la necesidad de dar respuesta a los problemas que van surgiendo, el deseo de mejorar el presente vivido, el anhelo de la transformación de la realidad conocida o, incluso, el sueño de adelantarse a dificultades futuras han sido una constante.
No todo lo calificado como innovación ha sido, es, ni será realmente innovación, ni lo será en idéntica medida, alcance, ni profundidad. Hay innovación etiquetada como tal por desconocimiento de los logros y avances de tiempos pasados o espacios desconocidos. Hay innovación que surfea por la superficie de la mejora, sin bucear en las profundidades del cambio, tal y como afirma Nicholas Carr.
Asistimos a un profundo proceso de transformación en que estamos migrando de una era de cambios a un cambio de era. El avance en el conocimiento científico ha tenido un gran protagonismo en todo ello. La innovación y el desarrollo tecnológico, fruto de la aplicación práctica de dicho conocimiento, ha avanzado a ritmo acelerado en la segunda mitad del siglo XX y en lo que llevamos de siglo XXI.
Desde la aparición de la máquina de vapor a finales del siglo XVIII, en los albores de la Revolución Industrial, pasando por la aparición del ferrocarril, el automóvil y el avión en el tránsito del XIX al XX, hasta el momento presente, la mejora tecnológica de los medios de transporte ha ido favoreciendo la aceleración en la movilidad y transformando el concepto del tiempo.
La invención del telégrafo y del teléfono a finales del siglo XIX supuso el inicio de la otra gran transformación: la globalización del espacio. El espacio virtual, el espacio de los flujos en palabras de Manuel Castells, arranca en el mismo momento en que el teléfono rompe el lazo inseparable entre comunicación interpersonal y carácter presencial. Todo espacio, todo rincón del planeta queda vinculado al futuro del resto.
La aceleración del tiempo y la globalización del espacio, el tiempo inmediato y el espacio continuo, han transformado la naturaleza y rasgos de nuestra sociedad y, consecuentemente, de nuestras ciudades: el medio ambiente, la organización social, la demografía, la actividad económica, la salud, la política, la educación, el ocio o la cultura.
Un correcto posicionamiento ante semejantes cambios exige la armónica integración de las cuatro naturalezas de la innovación: la tecnológica (de los medios y territorios inteligentes) la económica (de los recursos y resultados inteligentes) y la social (de las personas y las organizaciones inteligentes) y la cultural de los valores y procesos inteligentes).
Pero la realidad manifiesta un fuerte desequilibrio provocado por las distintas velocidades de la innovación, con una preocupante ralentización de la innovación social, cultural y económica frente a la inagotable innovación tecnológica. Estamos ante una sobreexposición a la innovación tecnológica que, en el caso de las ciudades, se ha materializado en el concepto smart cities. Se trata de una imprescindible evolución de base tecnológica en la búsqueda de soluciones urbanas a los retos y problemas planteados: movilidad, conectividad, accesibilidad, sostenibilidad, salud, aprendizaje a lo largo de la vida, etc. Pero, el desequilibrio al que nos referíamos genera ciudades tecnológicamente muy inteligentes habitadas por organizaciones, estructuras y procesos de naturaleza económica, social y cultural no tan inteligentes, tal y como se observa en la evolución de cuestiones como: envejecimiento, inmigración, desigualdad, refugiados, desempleo, precarización laboral, violencia de género, exclusión social, estrés vital, soledad, analfabetismo funcional, populismos, abstencionismo, corrupción, individualismo, etc.
De hecho, el desarrollo de la ciencia y la acumulación de conocimiento han posibilitado un elevado nivel de implantación de soluciones de base tecnológica, con consecuencias económicas y sociales de extraordinario calado. Por contra, las innovaciones social, cultural y económica no sólo no han desarrollado itinerarios propios de similar magnitud, sino que ni siquiera han sido capaces de dar respuesta adecuada al impacto de la innovación tecnológica.
La política, la educación, la organización social o la agenda personal no se han desarrollado en la medida en que el avance tecnológico y su impacto social exigen. Y la economía, por su parte, ha crecido gracias a las nuevas posibilidades de la globalización y la aceleración (impactos económicos de la innovación tecnológica), provocando un desequilibrado modelo social y medioambiental. Daniel Innerarity lo expresa de modo diáfano al afirmar que una innovación sin sociedad produce efectos socialmente indeseados.
En este contexto, ¿cabe una aproximación innovadora a la innovación urbana hasta ahora conocida? Honestamente, creo que sí, la denomino ciudades 4.i, concepto a través del que planteo la integración coherente de los objetivos de productividad, calidad y transformación en las estrategias urbanas de innovación.
Un enfoque de la innovación está centrado en la productividad, en la cantidad, desde una visión incrementalista, con una ligera alteración de la realidad conocida y una amplia difusión entre la ciudadanía. Es una innovación centrada en el número y la magnitud.
Otro enfoque de la innovación está orientado a la calidad, desde una visión adaptativa, profundizando en la modificación y el cambio de lo conocido. Se trata de una innovación que incide en los rasgos inherentes a las personas y las cosas. Es una propuesta útil para una sociedad y unas ciudades cada vez más exigentes en sus usos y consumos.
Pero, es la innovación vinculada a la transformación la que se muestra más próxima a las necesidades perentorias de los nuevos tiempos y espacios. Profundiza en una aproximación radical, desde la propia raíz de las cosas y las situaciones. Promueve la co-creación, los procesos colaborativos desde la participación y la corresponsabilidad. Se muestra preocupada por la cualidad, por la transformación de la naturaleza intrínseca de las cosas, estructuras procesos, sobre todo si éstas no dan respuesta a las cuestiones planteadas o son generadoras de nuevos problemas.
La correcta integración de las innovaciones cultural, social, económica y tecnológica es una oportunidad para transformar las maneras de hacer, la generación de modelos alternativos de abordar los problemas, la experimentación en torno a la adquisición de competencias y conocimientos, y la toma en consideración de las motivaciones, valores y sentimientos de las personas y ciudadanos.
Necesitamos reorientar el sentido de nuestros ecosistemas urbanos de innovación hacia la transformación. Una cadena de innovación transformadora de los procesos de creación, aprendizaje, conocimiento, transferencia, diseño, producción, difusión y uso-consumo. Una aproximación innovadora a la propia innovación. Una recuperación económica, de base tecnológica, pero pensada desde la transformación social y cultural.
Del diseño en las ciudades al cities design
El año pasado, en la celebración del Día Mundial del Diseño, el ICOD Consejo Internacional del Diseño lanzaba una pregunta: ¿Cómo diseñamos hoy? Y en el texto del manifiesto que acompañaba dicha efeméride se afirmaba: “Todo aspecto del mañana está siendo diseñado hoy. Y tú lo estás diseñando”. Entre dichos aspectos la ciudad, añadiríamos.
Tradicionalmente se ha incidido en la idea de que el diseño es una actividad centrada en la elaboración material de bienes y productos. Una actividad que se ocupa de la estética, la funcionalidad y el valor simbólico de los artefactos generados: plazas, escaparates, farolas, redes inteligentes de servicios, platos, bancos, vestimentas, pasos de peatones, anuncios, videojuegos,… Pero, también, se ha reivindicado como un proceso que se preocupa por los conceptos y su incidencia en la realidad en que se aplican. Un proceso que busca soluciones y alternativas a los problemas planteados en nuestras ciudades: problemas de información, formación, usabilidad, movilidad, conectividad, accesibilidad, inclusión, sostenibilidad, disfrute,…
En torno al término diseño se ha identificado a creativos, artistas, artesanos, arquitectos, ingenieros, interioristas, modistos, comunicólogos, gráficos, publicistas, desarrolladores de contenidos digitales, etc. Pero, en torno a la idea del diseño como proceso, se ha abierto la puerta al trabajo interdisciplinar con profesionales procedentes de otras ciencias (jurídicas, sociales, humanas, de la salud o naturales). Se ha ampliado el repertorio de disciplinas y profesiones implicadas en el diseño del hoy y del mañana. Y se ha constatado la necesidad de tiempos y espacios en los que los diseñadores y otros profesionales dialoguen más entre sí.
Actividad y proceso, materialización y conceptualización, diseñadores y otros profesionales, configuran un entorno donde maduran vínculos de nueva y distinta naturaleza entre el diseño y la ciudad.
El primer nivel de diálogo entre diseño y ciudad se manifiesta en la expresión: diseño en la ciudad. Se refleja en la estética, funcionalidad y significado de nuestros hogares: espacios, recursos y detalles dedicados a suelos y paredes, decoración, iluminación, carpintería, mobiliario, electrónica, domótica, moda y fondo de armarios, menaje del hogar, alimentación, etc. Y se extiende, puertas afuera, por la ciudad (urbe): espacios públicos, edificios de viviendas, calles, avenidas, plazas, puentes, parques, fuentes, jardines, arte en la calle, mobiliario urbano, redes de infraestructuras y servicios básicos, equipamientos comunitarios, comercios y tiendas, centros sanitarios y hospitales, centros educativos y universidades, servicios sociales, equipamientos de ocio, cultura y deporte, centros religiosos y de culto, talleres y fábricas, etc.
Un segundo nivel de relación entre diseño y ciudad se plasma en la formulación: diseño de la ciudad. Se incide en la aproximación más conceptual del diseño: su capacidad para incidir en el modelo y la gobernanza de la ciudad (polis). Se dibuja la ciudad deseada, desde el rol concedido a: la sostenibilidad, la innovación tecnológica, el desarrollo económico, la inclusión, la cohesión y la innovación social, el aprendizaje o el conocimiento. Se introduce la potencia creativa e innovadora del diseño en la búsqueda de soluciones alternativas a los problemas planteados en torno a la residencia, el trabajo, la formación, el ocio, el transporte, la conectividad, el bienestar e, incluso, la felicidad.
Un tercer nivel de interdependencia se manifiesta en torno a la expresión: diseño con la ciudad. Se aborda el reto del diseño de la ciudad con la participación de las personas, de las y los ciudadanos que lo habitan (civitas). Estamos en un contexto de profundo cambio social, en que las fórmulas del diseño en y de la ciudad se muestran insuficientes para dar respuesta a las inquietudes, necesidades y demandas de sus vecinos. Ciudadanas y ciudadanos desean ser agentes activos en la definición de los usos, cánones de belleza y valores asociados con sus barrios, centros y periferias. El adecuado diseño de dinámicas presenciales (puntos de información, consejos, paneles, grupos de discusión, espacios cocreativos,…) y medios digitales (páginas web, redes sociales, espacios de innovación abierta,…) pueden favorecer una ciudadanía: informada, gracias a la transparencia; con confianza, al sentirse escuchada; corresponsable, al verse co-diseñadora; y cómplice, debido a las experiencias auténticas, memorables y significativas acumuladas en la ciudad.
Un cuarto nivel de complementariedad se acuña en el enunciado: diseño desde la ciudad. En pleno proceso de globalización, se suscita la necesidad de un diseño glocal de la ciudad (orbe). Apoyada en sus perfiles propios, la ciudad se proyecta al exterior, convirtiendo bienes, productos y servicios en experiencias de interés para los ciudadanos del resto del mundo. Un modelo de diseño hospitalario para los que se sientan atraídos. Las ciudades encuentran en el diseño un factor de diferenciación en un mundo globalizado. El diseño en, de y con la ciudad convierte a la urbe, polis y civitas en un espacio atractivo y magnético para el orbe.
El diseño contribuye a la configuración de una ciudad 360, integrando en un todo equilibrado: la compacidad, la coopetitividad, la cohesión y la creatividad.
En primer lugar, el diseño favorece la compacidad del territorio. Aproxima centros y periferias, físicas y virtuales, llenándolos de calidad medioambiental y calidad de vida, reduciendo distancias, a través de la accesibilidad, el transporte, la comunicación y la conectividad.
De igual manera, el diseño impulsa la coopetitividad de la economía urbana. Lo hace como sector económico con perfil propio, atractivo, en el mundo. El diseño contribuye con su impronta de autenticidad. Saca lo mejor de nosotros en un ejercicio de autosuperación (competitividad), pero también de colaboración con otros (cooperativismo, economía social o economía del bien común) y nos ayuda a proyectarnos al exterior de un modo atractivo y reconocible (diplomacia de las ciudades y magnetismo).
Así mismo, el diseño favorece la cohesión social. El diseño es un agente transcultural e inclusivo, de matices y expresiones distintas en ciudades cada vez más diversas, desiguales, mestizas, multiculturales. Las ciudades se hacen más tolerantes y hospitalarias.
El diseño es resultado de la creatividad y a su vez, fuente de nueva creatividad, talento e innovación. La incorporación del diseño a los procesos de enseñanza-aprendizaje empodera a las y los ciudadanos, aumentando su capacidad de resolución de problemas y de imaginar futuros posibles en el ámbito cultural, pero también en lo social, económico, político o medioambiental.
Por un diseño en la gobernanza de la ciudad
En el último cuarto del siglo XVIII, James Watt contribuyó al desarrollo de la humanidad con la máquina de vapor de agua. Ello supuso el inicio de la Primera Revolución Industrial basada en la mecanización de los procesos productivos.
Sucesivas oleadas científico-tecnológicas, sustentadas en avances como la electricidad y la automatización, han hecho transitar la industrialización por distintas etapas hasta alcanzar la actual transformación vinculada al concepto de fábrica inteligente. Esta fase, considerada por algunos autores como la Cuarta Revolución Industrial, se caracteriza por la generación de productos y servicios inteligentes capaces de atender de modo personalizado las necesidades de los destinatarios, los clientes de nuevo y diversificado perfil. Se trata de un concepto que supone el reverso de la economía de la experiencia, de las industrias de lo intangible y de la ciudad de las experiencias a las que me refería en párrafos anteriores. Conceptos, todos ellos, convergentes en la idea de la preeminencia de la persona en el proceso de diseño de productos, servicios y experiencias.
La industria 4.0 se enfrenta al reto de la producción inteligente a través de procesos de fabricación personalizada: con un uso intensivo de las tecnologías en la digitalización de los procesos, minería de datos, conexión entre dispositivos, cadenas de producción interconectadas, comercialización o distribución inteligente. Es el tiempo de la manufactura avanzada, de la fábrica del futuro hecha presente.
Es, igualmente, una oportunidad única para hacer frente al modelo de competitividad basada en la deslocalización y la rueda interminable de reducción de costes salariales. Una ocasión inmejorable para incidir en la transformación del modelo de liderazgo y organización de la empresa hacia propuestas más disruptivas, con el fomento de la creatividad, participación e innovación por parte de todos los trabajadores, sin olvidar por ello el triple reto de todo proyecto empresarial: competitividad, viabilidad y sostenibilidad. Un buen momento para configurar una fábrica socialmente inteligente.
Pero, el foco de este artículo quiere desplazarse del diseño en la industria al diseño en la gobernanza de la ciudad. Se trata de situar la gobernanza de la ciudad ante idéntico reto. El objetivo es elevarla a la altura de la economía y la tecnología en su articulación socialmente inteligente, en beneficio de la promoción de la justicia social.
La gobernanza ha asumido, no sin dificultades, la importancia de la información. La exigencia de información por parte de la ciudadanía, en el acceso a los datos, indicadores e interpretaciones de los mismos, que posibilite un conocimiento suficiente de la realidad en la que viven, estableciendo la base democrática mínima sobre la que asentar la transparencia. Hoy, sin acceso a la información, a una información de calidad y cualidad, sin transparencia, la democracia no puede consolidarse. La gobernanza 1.0, es el primer eslabón de un proceso de radicalización democrática, entendida como búsqueda impenitente de las raíces profundas de la democracia, de su sentido más primigenio.
Sin embargo, la información no colma los anhelos de una ciudadanía que vive ya las esferas tecnológica, económica, social y cultural en otro ecosistema. Ya no es suficiente alcanzar las primeras posiciones en los rankings de transparencia, como en el ámbito económico-empresarial no lo es una certificación de calidad. Se plantea la exigencia de una gobernanza 2.0, en la que la comunicación cobra un mayor protagonismo. No sólo se trata de informar, de hablar, sino que es cuestión de saber escuchar. Las redes sociales son multidireccionales. La correcta gobernanza de este nuevo ecosistema posibilita escuchar, dialogar, debatir,… y todo ello genera confianza, confianza en la política, en los políticos, confianza entre los ciudadanos. La gobernanza 2.0 refuerza la anterior transparencia con dosis significativas de confianza y legitimidad.
No obstante, de la misma manera que la industria ha continuado su camino evolutivo, la gobernanza encara un presente aún más exigente. La universalización de la educación, la diversificación de espacios y formatos para el aprendizaje y la formación de la conciencia ciudadana, elevan la presión sobre la cualidad de la democracia. La construcción de la democracia ya no es responsabilidad exclusiva de parlamentos y sistema de partidos, ni siquiera aunque sean de reciente creación. Ciudadanos, entidades sociales, empresas,… reclaman una mayor presencia en los procesos de creación, diseño y desarrollo de la democracia. El reto actual es el diseño co-creativo democrático y la dificultad añadida está en madurar el sentido de la corresponsabilidad en todos y cada uno de los sectores. No es sólo una cuestión de que la gobernanza conocida se abra a una gobernanza 3.0, se trata también de que la apertura al diseño co-creativo entre sectores y agentes se vea acompañada de una madura corresponsabilidad en la búsqueda del bien común.
Pero, el futuro fija nuevos retos a la gobernanza, de igual manera que la industria encara una cuarta revolución. La sociedad emergente plantea una gobernanza 4.0. Una gobernanza democrática de países, regiones y ciudades que asuma el reto de la generación de servicios y experiencias inteligentes, capaces de atender de modo personalizado las necesidades de los ciudadanos, de nuevos y muy diversificados perfiles. Personas que envejecen y aumentan su dependencia, personas con dificultades para encontrar un trabajo o para que lo sea digno, personas alejadas de sus países de origen, personas jóvenes en busca de un presente, personas sin vivienda, personas en precario, personas tiernas y con toda la vida por delante, personas con identidades sexuales distintas,… personas humanas.
Con tal fin, debemos recorrer las posibilidades que un enfoque 4.0 de la gobernanza nos ofrece. Muchos de los problemas que suscita la necesaria regeneración política encontrarán vías de solución, radicalmente democráticas, en dicha perspectiva.
La introducción del diseño en los procesos de gobernanza, de encuentro y diálogo entre instituciones, empresas, entidades sociales y ciudadanía favorece la alteridad y la empatía, al sumar a la fuerza de la palabra: la expresión, la contemplación, el tacto o el gusto. La colaboración y la cooperación deben sacar lo mejor de los fundamentos del diseño en los procesos de información-transparencia, comunicación-confianza, cocreación-corresponsabilidad y experiencia-complicidad.
Una Nueva Agenda Urbana para la gobernanza y diseño de las ciudades
El pasado mes de octubre se celebró la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible HABITAT III. A lo largo de cinco días en Quito (Ecuador), se desarrollaron decenas de sesiones de trabajo y plenarias en las que se encontraron representantes de organismos internacionales, estados, regiones y ciudades del Mundo, junto a responsables de empresas y entidades sociales, así como académicos universitarios y profesionales, además de un nutrido grupo de ciudadanas y ciudadanos de procedencias diversas, hasta sumar más de 35.000 asistentes.
El fenómeno de las conferencias mundiales HABITAT se inició en 1976, cuando los gobiernos decidieron encarar los problemas de un acelerado proceso de urbanización, deterioro medioambiental, incremento de asentamientos en las periferias, creciente desigualdad y pérdida de calidad de vida. La primera conferencia, celebrada en Vancouver invitó a los gobiernos a establecer estrategias de desarrollo con enfoque territorial y estableció la primera agencia y programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, con sede en Nairobi (Kenia).
La segunda conferencia, celebrada en 1996 tuvo a Estambul como anfitriona. El documento aprobado asumía los objetivos de “garantizar una vivienda adecuada para todos y hacer que los asentamientos humanos fueran más seguros, salubres, habitables, equitativos, sostenibles y productivos”.
Pero, veinte años son muchos años en la vida de cualquier persona y, seguramente, lo son demasiados en una sociedad global y acelerada como la actual, con lo que se hacía perentoria una tercera convocatoria, en la que avanzar tanto en la identificación de los temas críticos como en la búsqueda de soluciones globales y locales a los mismos.
La Agenda 2030, aprobada por Naciones Unidas en 2015, compilaba 17 objetivos para un desarrollo sostenible y subrayaba, en su objetivo 11, la necesidad de convertir las ciudades, en espacios inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles.
Hoy, más de la mitad de la población mundial vive en zonas urbanas y esta cifra aumentará al 70% en 2050, si bien, en regiones como Latinoamérica, ya se han alcanzado dichos porcentajes en la actualidad. Como resultado de esta acelerada evolución, las ciudades se han convertido en epicentro de los grandes retos de la humanidad. Los problemas vinculados con la contaminación y el cambio climático encuentran fundamento en los modelos de movilidad y transporte adoptados en las ciudades, así como en la sobreexplotación en el uso y consumo de espacios y recursos. La necesidad de generar desarrollo económico y empleo, fuente de autoestima, autonomía personal y bienestar, planea sobre las ciudades. Las contradicciones y desajustes del modelo económico global han provocado crecientes desigualdades que se concentran, sobre todo, en las periferias urbanas, donde habita un tercio de la población urbana en asentamientos informales y suburbios. El fomento de la creatividad y el acceso a la cultura y la educación tampoco han salido bien paradas en la gobernanza de las ciudades. El desarrollo sostenible basado en un desarrollo humano -medioambiental, económico, social y cultural- implica promover un desarrollo urbano sostenible e integral.
La Nueva Agenda Urbana aprobada en HABITAT III, tras varios años de debate y contraste, supone el primer paso de una larga serie que habrá que ir dando en dicha dirección. Es un breve documento de 24 páginas y 175 puntos, que recogen: una visión compartida en torno al desarrollo urbano sostenible; una llamada a la acción coordinada de instituciones, empresas, entidades sociales y ciudadanía; y una propuesta de implementación soportada en el diseño, gobernanza, planificación y gestión de las ciudades.
Cuestiones muy importantes quedan sin respuesta. Se requiere un gobierno del mundo eficiente y eficaz a partir del empoderamiento de los organismos internacionales frente a las soberanías nacionales. Las medidas propuestas no son vinculantes para los estados y generan incertidumbre. La presencia de regiones, ciudades y municipios exige un modelo de gobernanza multinivel suficiente y adecuado. Una agenda de estas características necesita de una sincera implicación del tejido empresarial en el cumplimiento de los objetivos y medidas planteadas. Las entidades sociales sin ánimo de lucro deben encontrar espacios de co-creación, pero también de corresponsabilidad. Y la ciudadanía necesitará interiorizar valores como la alteridad, empatía y solidaridad para afianzar una apuesta como la planteada.
El derecho a la ciudad es derecho a la ciudadanía, es la plasmación actualizada de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, tan dignamente formulada por la fuerza de la razón y tan maltratada por la fuerza de los hechos en décadas posteriores. El derecho a la ciudad y a la ciudadanía requiere de una gobernanza democrática que se plasme en el diseño de ciudades compactas, coopetitivas, cohesivas y creativas.
El 360º cities design tiene mucho que aportar a un modelo de gobernanza democrática de las ciudades de experiencias memorables, auténticas y significativas, en el marco de ecosistemas urbanos de innovación 4i.
(Publicado en la Revista Experimenta Magazine – febrero 2017)