Hubo un tiempo en el que las murallas marcaban los límites rígidos de dos mundos: las villas y la tierra llana. Dentro de los muros, un lugar compacto y reducido. La ciudad se convertía en escenario de intercambios de bienes y productos artesanos. Fuera de los muros, espacios extensos. El campo se vinculaba a la explotación de la tierra, materias primas y recursos naturales imprescindibles para la supervivencia. Diversos fenómenos desarrollados a lo largo de los últimos dos siglos van a ir modificando la relación entre ambos lados de la muralla.
La industrialización es el primer fenómeno en modificar las reglas del juego. Derriba las murallas e inicia la colonización de suelos para el desarrollo de nuevas actividades económicas, residenciales y de servicios que acompañan un insaciable y secular proceso de expansión. Las ciudades van convirtiéndose en extensas manchas de aceite. Generándose, de esta manera, realidades, retos y problemas hasta entonces desconocidos.
Se produce una profunda alteración del espacio natural, en una creciente sobreexplotación, modelo desaforado, de consumo de espacios, recursos, materias primas y energía, a partir del desenvolvimiento de la actividad humana en el seno de la biosfera. Y con las consecuencias que todos conocemos de recursos agotados, espacios saturados y reducción de la biodiversidad. Y, por otro lado, se provoca el efecto de la contaminación, resultado del sistema de transferencia de materiales y energía, que libera residuos de la actividad humana en el seno de la biosfera, teniendo como consecuencia el cambio climático.
Millones de personas emigran en éxodo hacia las urbes. Las áreas rurales se despueblan. La emigración se acompasa con un pertinaz proceso de envejecimiento. El cierre de la escuela anuncia el punto de no retorno en el declive de los pueblos. La marcha de los habitantes más jóvenes en busca de un futuro más prometedor diezma las posibilidades de reactivación de dichos núcleos rurales.
Las áreas rurales y naturales próximas a las ciudades van siendo absorbidas por el expansionismo urbano. Se construyen suburbios con nueva población, formada por familias jóvenes de clase media que encuentran vivienda más asequible, en casas de pisos, adosadas o unifamiliares. Van acompañadas de movimientos pendulares constantes campo-ciudad por motivos de trabajo, estudios u ocio. Aumenta la demanda y oferta de comunicaciones, transporte, movilidad y accesibilidad. Y se produce un incremento de servicios del gusto urbano de estas nuevas poblaciones.
Por otro lado, la implantación de actividad comercial y de servicios, necesitada de extensas áreas de terreno, no existente en la ciudad o disponible a precio desproporcionado se multiplican por amplias franjas periurbanas. Son las grandes superficies comerciales, plataformas de transporte y logística, junto a equipamientos no queridos por la población urbana como cárceles, papeleras, refinerías o centrales nucleares.
Y por si fuera poco lo anterior, el desarrollo del fenómeno de la residencia secundaria, asociadas al ocio vacacional, favorece una ocupación temporal y estacional de espacios que se van urbanizando. Se desarrolla en procesos expansivos circulares, en anillos concéntricos, que se prolongan a nuevas áreas de asentamiento a la vez que hacen permanente la residencia en el anillo más próximo a la metrópoli de partida.
Incluso espacios rurales y naturales más alejados, viven la sustitución de la población originaria por poblaciones asociadas a actividades de nuevo cuño, tales como estaciones de esquí, puertos deportivos y estaciones náuticas, centros de deportes de aventura y centros vacacionales. Implica la inmigración de poblaciones especializadas y provoca la reorientación y especialización económica de las comarcas afectadas.
Se producen procesos de industrialización y gestión avanzada de la propia actividad agropecuaria, forestal y pesquera, generando actividad económica de mayor valor añadido, con modelos de explotación preferentemente intensivos, con alto grado de desarrollo tecnológico, innovación y comercialización.
Por otro lado, se han multiplicado los casos de convergencia entre la búsqueda de experiencias de ocio por parte de la población urbana y la necesidad de completar las fuentes de ingresos de la población local, haciendo compatible la oferta de actividades de ecoturismo, agroturismo, cultura-patrimonio, deportes de agua o riesgo con el desarrollo de actividades propias de áreas rurales y naturales.
Por si los procesos de transformación y convergencia anteriores no fueran suficientes, en las últimas décadas, estamos asistiendo a una nueva y profunda alteración de las reglas del juego. El desarrollo del paradigma científico-tecnológico genera una profunda transformación de la sociedad, no sólo del modelo económico productivo, a partir de la globalización del espacio y la aceleración del tiempo.
El actual paradigma científico-tecnológico modifica constantemente conceptos básicos como la accesibilidad, usabilidad, movilidad, transporte, comunicación, conectividad,… hasta el punto que la distancia entre dos puntos se mide en tiempo.
Surge una nueva categoría: el espacio virtual. Un espacio, que no sólo se desarrolla como tal -internet, redes sociales, inteligencia artificial, robotización,…- sino que además comprime, altera e intensifica las relaciones entre los espacios preexistentes natural, rural y urbano.
En esta realidad emergente, lo rural ya no es sólo una importante reserva de espacio para las aglomeraciones urbanas. Ni tampoco se reduce a una despensa de recursos vinculados con la alimentación, producción de bienes y fuente de energía. Lo rural adquiere un destacado valor como espacio privilegiado de reivindicación del tiempo natural, marcado por los ritmos estacionales y al binomio noche-día, ajeno a la aceleración de los tiempos personales urbanos e inmediatos virtuales. Es, así mismo, una privilegiada fuente de identidad-patrimonio vinculable a la memoria y de creación relacionada con la generación de experiencias.
Y el concepto de lo natural, del espacio natural, ya no puede quedar circunscrito a las reservas de la biosfera, parques naturales, biotopos, anillos o corredores verdes. Debe fundamental la reivindicación de una estrategia sostenible del uso y consumo de espacios, recursos y energía, en el conjunto del territorio, independientemente de su acento natural, rural o urbano. El uso y consumo sostenible del suelo, aire, agua y energía no se puede limitar a los etiquetados como espacios naturales.
Los cambios generados son tan profundos que ya no es suficiente con abordar estrategias de desarrollo rural, gestión de espacios naturales o planificación urbana por separado. Tampoco es suficiente con realizar una ordenación del territorio. Estamos ante la necesidad de encarar un desarrollo humano sostenible del territorio.
Nuestros espacios son un territorio único, resultado de la suma de hábitats y ecosistemas diversos, pero interdependientes e interconectados Tenemos la oportunidad de desarrollar una visión transversal (ecológica, social, económica y cultural) del conjunto del territorio, integrando los espacios urbanos, rurales, naturales y… virtuales. Este último, puede poner la tecnología al servicio del desarrollo armónico y sostenible de todos los ecosistemas, del conjunto del territorio.
Tenemos la oportunidad de incorporar el desarrollo humano sostenible -ecológico, económico, social y cultural- en la gobernanza del territorio, implicando transectorialmente a instituciones, empresas, entidades sociales y ciudadanía.
Tenemos la oportunidad de avanzar más rápidamente en la plasmación de los Objetivos del Desarrollo Sostenible en ciudades, campos, naturaleza y redes mediante una Agenda Vasca 2030.
[Publicado en el periódico DEIA. 17-7-17]